Alejandro Palomas. Escritor

"No sabemos gestionar la fragilidad"

  • El autor salda deudas con el niño que fue en 'Un hijo', retrato de una relación paternofilial en la que reivindica el sentimiento.

Un día, el pequeño Guille tiene la ocurrencia de asegurar en clase que de mayor quiere ser alguien muy distinto a lo que sueñan sus compañeros, nada menos que Mary Poppins. Sonia, la maestra, sospecha que esa fantasía imposible esconde algo más: Guille, así se lo hace saber a María, la orientadora, es un rompecabezas; el Guille que se muestra imaginativo y feliz esconde probablemente un misterio. Así empieza Un hijo, la nueva novela de Alejandro Palomas (publicada en la colección Bridge de La Galera), en la que el autor salda deudas con el niño que fue y retrata una emocionante relación paternofilial que va dejando atrás el dolor y la incomprensión inicial. Palomas posee la inteligencia de apostar por la ternura y el sentimiento y, casi como en un policiaco, va desvelando las incógnitas que albergan los corazones de sus personajes. Una obra en la que tanto los más jóvenes como los adultos encontrarán una verdad en la que reconocerse: que todos necesitamos ser queridos.

-Después de Una madre, llega Un hijo. El título podría hacer pensar en una secuela, pero son obras totalmente distintas...

-Diametralmente distintas: otros personajes, otra familia, un regreso a la narración usando voces distintas… El impacto y la dimensión de Una madre ha sido y sigue siendo tal que tenía que ofrecer algo más, darme más, y arriesgar. Volver con un niño de nueve años después de que Amalia, la protagonista de 65 años de Una madre, haya calado como lo ha hecho era muy difícil, pero esa es la gran aventura. Quería otro color de ficción, la misma emoción pero más ternura, mucha más ternura.

-Guille, el protagonista, llama la atención por su afán de ser feliz.

-Yo quería unos ojos como los de Guille, esa mirada así de tierna. Quería homenajear la ternura y eso sólo podía llegar trabajando la relación de Guille con un padre y con una psicóloga tan especiales como María y Manuel. Obviamente, la sombra de Mary Poppins ayudó, y mucho. Revisitar una historia -casi un mito- como ese y adaptarlo al siglo XXI era una empresa muy atrevida, pero también una deuda que tenía con el Alejandro que fui en su día.

-El libro reivindica la imaginación como una rebeldía contra la tristeza de la vida.

-Definitivamente. Un hijo es la rebeldía contra lo que no nos hace bien. Y también un homenaje a la verdad, a lo regenerador que tiene la verdad cuando llega para sanar la mentira. Desde la cubierta a la última página, el lector y la lectora imaginan cosas, intuyen cosas, temen cosas que después resultan ser mejores que lo que intuían. Ese es el poder del escritor: hacer que la imaginación cree realidades creíbles que -en mi caso en particular- son mejores que la que vivimos.

-En los agradecimientos habla de haber "recuperado" a Guille. ¿Era un viejo proyecto? ¿Ese niño inadaptado que se pasa el día leyendo tiene algo de usted?

-Es un proyecto al que llevaba dándole vueltas desde que tenía 20 años. Pero no, ese "recuperado" de los agradecimientos es una mención directa a mi psicóloga, porque gracias al trabajo que hemos hecho juntos he podido por fin rescatar a ese niño que dejé aparcado en una esquina de la vida y que seguía esperando a que le tendiera la mano.

-Manu, el padre, pierde los nervios cuando su hijo muestra un comportamiento femenino ante los compañeros de rugby. Aún hoy, parece que no sabemos cómo gestionar la diferencia.

-Creo que eso ha cambiado mucho en los últimos años. Diría que lo que no sabemos gestionar no es exactamente la diferencia, sino la fragilidad. Son dos cosas muy distintas. Es muy difícil aceptar que alguien -niño o no- se manifieste frágil en público, porque eso deja a quienes le rodean en evidencia, cuestiona demasiadas cosas, pone demasiados espejos en marcha. Por eso la fragilidad o la delicadeza masculina en abierto generan tantas incomodidades, porque son una afrenta a lo esperado. Y por eso el rechazo. Yo lucho contra eso donde voy. Me gusta mostrarme frágil, me gusta mi fragilidad. Ha costado mucho trabajo, mucha lucha contra el espejo, pero por fin creo haberlo conseguido. De ahí que mis personajes se manifiesten también así, así de cómodos en su diferencia.

-Se ha esforzado por humanizar a ese padre: su transformación es muy emocionante.

-Es curioso. A toro pasado, dudo de si no debería haber titulado la novela Un padre, porque el protagonista de esta historia es él, su evolución, su valentía y su cobardía. Y eso es algo que no he sabido hasta ahora. Escribí esta novela pensando siempre en Guille, en sus nueve años de niño grande y único, y no sabía que era el padre quien en realidad vertebraba todo lo que da sentido a la historia, que sin padre no había nada. Esa es la gran magia de esta clase de novelas, de la narrativa intuitiva: el inconsciente escribe sin avisar, sacando lo mejor de uno.

-Como Manu, Nazia, la amiga de Guille, de una familia de inmigrantes paquistaníes, esconde una historia terrible.

-La de Nazia es una historia dura, pero verosímil. Más que su historia, importa el modo en que ella la vehicula y cómo la lee Guille para acercarla a nosotros. Los niños viven muchas veces realidades que los adultos no imaginamos y que ellos adecuan a su capacidad de comprensión emocional. Nazia y Guille son las dos caras de una misma moneda: culturas distintas, microcosmos distintos, quizá destinos distintos… pero cuando están juntos, las diferencias no existen porque el diálogo es directo, sin filtros ni prejuicios. La cápsula que les protege es su propia inocencia.

-Ha planteado la novela como una intriga en la que se van desvelando poco a poco las motivaciones de los personajes.

-Siempre lo hago. Ese tempo, esa forma de llegar a lo que son -a lo que somos- es la mía y siempre es así. Creo sinceramente que no sabría escribir de otro modo. La vida nos devela despacio, a nosotros mismos y a los demás, y a mí me gusta ahondar en las emociones de la condición humana en tiempo real, que la novela sea una relación auténtica, vivida, como una transfusión de lo que yo vivo al sistema nervioso del lector o la lectora.

-Medio siglo después de su estreno, Mary Poppins, la película, sigue siendo una influencia para los niños. Sin embargo, las novelas de P. L. Travers no han tenido la misma fortuna en España.

-Me alegra que me haga esa pregunta. Yo soy un fan incondicional de la obra de P. L. Travers, y no me refiero a la versión de la película, sino a la Travers real, a esos seis ejemplares que conforman Mary Poppins en su versión original. Travers es la gran desconocida para mucha gente, pero quien entra en ella, quien entra en la verdadera Mary Poppins entiende que es el abc de una porción enorme de la narrativa contemporánea. Es un clásico entre los clásicos. Y ya si leemos su biografía, entonces uno cae rendido a esta autora grande como pocas.

-Hablemos de la edad a la que va dirigida la obra. Es una ficción que podrían disfrutar los lectores más jóvenes, pero que entenderán mejor los adultos.

-Ahí me ha pillado. Yo no sé para quién escribo. Sé que la respuesta de los adultos que la han leído está siendo incluso mejor que la que tuvo Una madre cuando salió, pero sé también que hay un abanico más amplio de público para esta novela. Los más jóvenes entran en Un hijo sin esfuerzo, como si también estuviera escrita para ellos. Un poco como lo que ocurrió con La lección de August, de repente padres e hijos comparten obra, cada uno desde su mundo o desde sus trincheras, encontrándose en un territorio común, y a mí eso -esa conversación entre dos generaciones sobre una novela-, me da la vida.

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