De libros

El otro mundo de ayer

  • Como Zweig, el intelectual turco Ahmet Hamdi Tanpinar escribió sobre un orden destinado a su propia demolición

Sabíamos del mundo de ayer, aquella cámara del tiempo que evocara Stefan Zweig en sus memorias. No eran más que una forma de acordanza propia, a ratos lírica, otras veces más áspera y crítica, sobre el fin de los usos sociales de la cultura europea -y vienesa en particular- ante el estallido de la Gran Guerra.

Zweig hacía del recuerdo su deconstrucción como hombre fuera de órbita, mientras Europa volvía a asomarse a otro fatídico epítome con el auge triunfal del nazismo. Como es sabido, poco después de elevar acta sobre aquel mundo perdido, el autor se suicidó en el lejano Brasil, pues había dado por segura la victoria de la esvástica. El de Zweig había sido un mundo, un ámbito centroeuropeo de cultura vivaz, cuyo mayor ornato fue aquella Viena del Imperio Austro-Húngaro. Todo ello, cual infantil ilusión, se vino abajo.

Pero, como hemos escrito al comienzo, existió otro mundo de ayer, coetáneo al de los últimos Habsburgo y, también, destinado a su propia demolición. Por entonces no existían fronteras en sentido físico estricto, sino más bien cálculos mentales de espacios y costumbres nacionales que, eso sí, se veían agitados en ocasiones por clamores de sangre y fuego. El viejo mundo otomano, el mundo de ayer a la turca, pertenecía a uno de estos cálculos mentales que acabó poco después del Armisticio en 1918. Y es este mundo propio pero ya concluso, el otomano, el que aflora aquí recreadoramente por la hiedra del tiempo ido: Cinco ciudades. Su autor es el intelectual turco Ahmet Hamdi Tanpinar (Estambul, 1901-1962).

Mientras la Segunda Guerra Mundial está aún en su fragor (Turquía mantenía una tirante neutralidad), Tanpinar escribió varias piezas que fueron publicadas en la revista Ülkü. Pretendió ajustar cuentas, dialogar con el pasado a través de recuerdos y añoranzas en las ciudades de Ankara, Erzurum, Konya, Bursa y Estambul. Al acompañar al autor en su divagación, quizá nos asombra su capacidad para evadirse del horror que justo por entonces, en los años 40, asolaba Europa. Tanpinar prefiere recrear escenas de los primeros padres selyúcidas (anteriores al periodo otomano). Pero sobre todo se dedica a repensar, como turco del tiempo nuevo al que pertenecía, cuál fue la falla que dio al traste con aquella epopeya que en 1453 había iniciado el joven muchacho Mehmet II el Conquistador.

En 1923 se había instaurado la República de Turquía por obra de Mustafa Kemal Atatürk. La hora republicana impuso un cambio cultural con avisos de trauma. Pero la celeridad de los cambios lo volvieron indoloro. A través de estas cinco ciudades Tanpinar inicia su propia pesquisa sobre el tiempo viejo y el tiempo nuevo. Parece como abrigarse en una balsa de tránsito mestizo. "¿Qué éramos, qué somos y adónde vamos?", se pregunta. Por eso su libro es un peculiar ensayo viajero, que se plantea la vuelta al pasado, pero como si de este modo pudiera hacer más llevadera la amarga compasión que, como sombra, le acompaña a él y al resto de la nación.

En Ankara (nueva capital a partir de 1923), el autor evoca que fue aquí, en el corazón de Anatolia, donde fracasó la última ofensiva bizantina contra los turcos selyúcidas (1197). Igual que fue aquí donde Tamerlán humilló al sultán Bayaceto el Rayo (1402), parando en seco la expansión de los primeros otomanos. Con todo el tiempo nuevo, con sus fechas recientes, se impone a todo pasado anacrónico. Desde el castillo de Ankara contempla Tanpinar la llanada que rodea la ciudad, similar a los lugares cercanos donde se batió el ejército de Mustafa Kemal contra los griegos, allá por Dulumpinar, en la muy patriótica fecha del 26 de agosto de 1922. Ankara, por tanto, quedaría ligada al culto al héroe Atatürk y a su edecán, Ismet Inönü.

De las ciudades citadas, es Ankara la que en cierto modo contrasta con ese goteo por el otro tiempo que sí destilan las maravillosas crónicas dedicadas a Erzurum, Konya, Bursa y Estambul. En todas ellas bajamos a las cisternas del ayer remoto. Ya sean las referencias a las rutas de caravanas, las cruzadas y porfías con los selyúcidas del sultanato de Rum, o el pavoroso avance de las hordas mongolas a partir de 1243. O, también, ya sea a través de la figura del místico Mêvlana, de los poemas del derviche Yunus Emre, o de los enormes caravasares que en la soledad de la estepa llenaron de embrujo la agria tierra bajo la oscura noche de la frontera.

Para Tanpinar, Bursa, la verde Bursa siempre remite a la fragua del gran imperio. Osman I (1299-1326) inicia la aurora otomana y su hijo Orhan la sella con la conquista de la ciudad. Hasta aquí, hasta este sagrado moridero, venían a yacer los primeros sultanes antes de que Estambul titilara sobre el vasto condominio de cielos y tierras que los turcos iban atesorando por tres continentes (Murat I, Bayaceto el Rayo, Mehmet I, Murat II).

Es precisamente la glosa sobre Estambul la que cierra este itinerario por el mundo turco de ayer. O, si acaso por resumir, he aquí reflejado el ensueño de una doliente nostalgia.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios