Cultura

El juguete del filólogo

  • Minotauro presenta en español la traducción que hizo Tolkien al inglés moderno de 'Beowulf', germen esencial de su obra fantástica.

Beowulf. Traducción y comentario. J. R. R. Tolkien. Ed. Christopher Tolkien. Trad. Eduardo Segura, Nur Ferrante, Óscar E. Muñoz y Martin Simonson. Minotauro. Barcelona, 2015. 384 páginas. 24,95 euros

Que la influencia de Beowulf, el poema épico anglosajón compuesto en torno al año 1000, resultó decisiva en la obra de J. R. R. Tolkien (1892-1973), no constituye precisamente una novedad a estas alturas. Como hiciera Borges, el escritor inglés nacido en Sudáfrica mantuvo como primeros manantiales el cantar anónimo y la Edda Menor que escribió el islandés Snorri Sturluson en 1220 (de la que tomó prestado a Gandalf entre otros personajes y escenarios) para la inspiración de sus novelas. Pero conviene recordar que Tolkien fue, antes que otra cosa, un filólogo empeñado en escudriñar los orígenes de las lenguas nórdicas, y que su actividad novelística fue para sus intereses un ejercicio anecdótico, bien para tener relatos que contar a sus hijos, bien para reproducir, de alguna manera, la disposición de los milenarios poetas llegados del frío. Que todo un doctor honoris causa por la Universidad de Oxford pasara el tiempo inventando lenguas élficas a base de runas demuestra hasta qué punto amaba Tolkien su oficio: la filología era para el profesor un juguete contenedor de aventuras más apasionantes que las de Bilbo, Frodo y compañía, en la medida en que las etimologías invitaban a embarcarse en un viaje más prometedor que la odisea a Mordor. Y es aquí, en esta dedicación a vislumbrar lo antiguo para intuir lo que de ello pudiera sobrevivir en el idioma presente, donde Beowulf y las Eddas señalaron el camino al arqueólogo. Cuando un joven Tolkien decidió verter al inglés moderno el Beowulf en 1926, lo hizo, más allá de la oportunidad académica que la empresa conllevaba, con esta convicción, si se quiere, delatora. Como Borges, Tolkien deploraba que la vieja lengua anglosajona, tan rica y compleja, deviniera en un artefacto tan primario y vulgar como el inglés, culminación de un proceso que comenzó con la hegemonía artúrica y la expulsión de los sajones en los territorios británicos (aquí se cruzan sin remedio la Historia y la leyenda, pero Arturo simboliza, en todo caso, la definitiva angloconquista de las islas y el progresivo desgaste de las huellas indoeuropeas); aun así, decidió darle una oportunidad a Beowulf para distinguir algunas posibles conexiones entre el degradado idioma actual y las viejas lenguas. Y sí, las había. Luego, es cierto que hay mucho del Beowulf en la materia narrativa de El Hobbit y El Señor de los Anillos: las confluencias entre el dragón del poema antiguo y Smaug, sin ir más lejos, saltan a la vista. Resultaba lógico, claro, que a la hora de ejercer de novelista, aunque fuera en los folios de los exámenes que sus alumnos dejaban en blanco, Tolkien echara mano de aquel caudal. Pero la intención primera, muy a pesar de los logros literarios de sus populares sagas, tienen más que ver con ese empeño en averiguar qué quedaba de un código lingüístico y cultural que fue capaz de alumbrar una poesía épica tan deslumbrante y hermosa.

Ahora, la editorial Minotauro acaba de poner en circulación Beowulf. Traducción y comentario, con la versión prosificada del poema en inglés moderno a cargo de Tolkien y las notas al respecto, por lo general bastante más enriquecedoras y reveladoras que el poema en sí. El ejemplar llega a manos del lector español apenas unos meses después de que Christopher Tolkien, hijo y albacea del autor, decidiera ponerlo en circulación vía HarperCollins; y el mismo responsable de la edición explica en el prólogo los motivos que le han llevado a reservar el lanzamiento durante tantos años (en realidad peregrinos como otros cualesquiera; hasta para vaciar el cajón paterno conviene guardar las formas). El libro pertrechado por Minotauro, de bella factura y con cuatro ilustraciones del propio J. R. R. Tolkien (casi miniaturas japonesas, excepto el dragón de la portada), constituye, por tanto, la traducción de la traducción, y conviene subrayar en este sentido el trabajo de Eduardo Segura, Nur Ferrante, Óscar E. Muñoz y Martin Simonson, tanto en lo que se refiere al poema como al aparato crítico, para convertir al lector en cómplice de una aventura lingüística que le pilla irremediablemente lejos. Eso sí, tampoco está de más acompañar la lectura de este Beowulf, muy especialmente en sus comentarios, de las Literaturas germánicas medievales de Borges, así como de la Edda de Sturluson (altamente recomendable es la edición canónica de Alianza con la traducción de Luis Lerate de Castro). Y es que, aunque Beowulf tiene su origen en las incursiones danesas en territorio británico que se prolongaron durante los siglos V y VI, la conexión islandesa es notable, precisamente, en lo filológico: sucede así en los kennings, expresiones islandesas vinculadas a las descripciones que Tolkien emplea como términos técnicos para designar, en sus palabras, "aquellos compuestos descriptivos pictóricos o expresiones breves que pueden emplearse en lugar de la simple palabra normal". Otro sesgo islandés que Tolkien introduce tiene que ver con la distinción del límite entre la tradición pagana y la intervención cristiana en el poema: Beowulf contiene numerosos elementos paganos pero fue escrito por un autor ya cristiano, que confiere a los caprichos mitológicos un perfil secundario, en algunos aspectos decorativo, con el fin de hacer significar la heroicidad del protagonista en el contexto histórico de la composición. Por el contrario, y aun habiendo sido escrita dos siglos más tarde, la Edda menor de Sturluson es abiertamente mitológica, como alumbrada para lectores / oyentes de al menos un milenio antes (también Borges llamó la atención poderosamente sobre esta anacronía), y Tolkien se inspira en sus procedimientos para dotar de un mayor naturalismo a dragones, trolls y demás ingredientes excéntricos. No resulta baladí, en este sentido, que el autor ejecutara su traducción de Beowulf a la vez que trabajaba en los primeros apuntes de su particular mitología, El Silmarillion, inspirado abiertamente en la Edda nórdica de Sturluson.

Acompaña a la Traducción y comentario el relato Sellic Spell, libre aproximación al Beowulf, ahora sí, en formato de cuento entrañable; así como El lay de Beowulf, díptico en verso en los que Tolkien anotó: "Pensado para ser cantado". No hay lengua más antigua, ciertamente, que la música. Ya saben: baldío el verso si no es canto.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios