De libros

La hermosura de lo pequeño

  • Jesús Jiménez Domínguez publica en La Bella Varsovia 'Contra las cosas redondas', un poemario que invita al lector a descreer de dogmas y verdades supuestamente inamovibles.

El poeta Jesús Jiménez Domínguez (Zaragoza, 1970).

El poeta Jesús Jiménez Domínguez (Zaragoza, 1970).

'Contra las cosas redondas'. Jesús Jiménez Domínguez. La Bella Varsovia. Córdoba, 2016. 88 páginas. 12 euros.

Contra las cosas redondas es el cuarto libro de poemas de Jesús Jiménez Domínguez (Zaragoza, 1970), que había publicado ya otros tres en Olifante, en DVD Ediciones y en Visor. Nosotros llegamos a su poesía con este poemario: nunca es tarde si la dicha es tan buena. En Contra las cosas redondas encontramos un conjunto de poemas con un sabor muy personal y una habilidad para el ritmo que no pocas veces se echa en falta cuando salimos de la estrofa tradicional. Son 35 poemas de corte narrativo (no es exactamente prosa poética, sino estrofas cerradas de versos blancos y, en ocasiones, libres). Dividido en cinco apartados que el poeta ha nombrado con las preposiciones ante, bajo, cabe, con y contra, es un libro sobre las cosas pequeñas, sobre el envés de los temas consabidos, sobre el lado imprevisto del curso de las cosas: una manera de acercarse al mundo con ánimo de aprender, de buscar la hermosura en lo singular.

Porque lo que importa aquí es cómo se acerca el poeta, la mirada que nos ofrece en sus poemas: la de alguien que observa con un microscopio el mundo que, aunque hecho está, son los poetas los que lo mantienen en funcionamiento. Se trata, pues, de observar al detalle, de darle una vuelta a la realidad que se impone y encontrar la cara b de lo cotidiano.

Por eso esta lectura produce la sensación de una cierta rebeldía contra la perfección, una insumisión, un "no me conformo", y deja en el aire la intuición, el planteamiento de una duda. Y su perplejidad es contagiosa, su imaginación nos convence y nos dejamos llevar por ese camino suyo de aprendizaje. Esta imaginación, tan notable, brilla en poemas como Vida en el espejo -del conjunto de los que son de tipo relato, como Hotel Lawrence, que le precede- donde el autor recrea a su otro yo, que se desdobla y vive su vida en paralelo a aquel que se mira en el espejo cada mañana.

Son muy llamativos los poemas donde deja desbordarse la imaginación, que vienen y van de la descripción y de lo reflexivo para adentrarse en la ficción pura, como en el ingenioso Bodegón, en Interrogatorio o en uno de mis poemas favoritos, Consejos para la extracción y conservación de sombras a partir de los más variados objetos, donde leemos esta maravillosa penúltima estrofa: "[…] Libres al fin, redimidas de la luz y de las cosas, / desprovistas de toda referencia, ponlas a secar. / Extiéndelas al aire libre, sobre la hierba amarilla, / y coloca piedras en sus cuatro esquinas para que el viento, / ansioso de sombra propia, en un instante no te las robe".

Merece una especial atención la capacidad del poeta para jugar con los significados convencionales, para crear metáforas que son a veces el poema entero, como ocurre en Parque de atracciones, que trata uno de los temas que recorren los cinco apartados ya mencionados, la infancia. Es una referencia más o menos constante, esa vuelta atrás al yo que fuimos, a los recuerdos, a ese tiempo en que nuestro mundo estaba hecho, precisamente, de las cosas más pequeñas. Y tiene el tratamiento de la infancia cierta relación con el otro tema transversal del poemario, que no es otro que la poesía misma. Me refiero a la capacidad redentora de ambas y de trasladarnos a esa vida interior de los objetos que Jesús Jiménez Domínguez reivindica -¿Qué secretas aventuras correrían hoy?-. Cuando el poeta busca lo secundario, lo imperfecto, la intrahistoria (una brizna de hierba que cabecea en un sentido distinto a las demás mientras los grandes acontecimientos son registrados por los periódicos) encuentra en su yo niño (véase, por ejemplo, Teatro de fantasmas) algo parecido a lo que sucede en su mirada con el ejercicio de la poesía. La poesía es la manera de desviarse del tiempo lineal, de la esclavitud de ser uno mismo, la vía para convertir en tinta la propia sangre (Helada).

Junto a estos temas encontramos un ramillete variado (bodegones singulares, alusiones a escenas de un psiquiátrico, a Rimbaud o Gottfried Benn) del que cabe subrayar unos poemas finales, algo alejados del tono general del libro, que siempre goza de un humor muy sutil y un brillo que tiene que ver con su ingenio y con el jugo que le saca al lenguaje: uno dedicado a Roma y otro a Sintra. Poemas estos más descriptivos, pictóricos, que el resto, y que alejan el objetivo para ofrecernos una visión más de conjunto que en la mayoría de los textos. E igualmente se deleitará en ellos el lector. Como apuntamos al principio, la fortuna de haber dado con este poeta bien vale haber esperado más de la cuenta. Porque también se agradece descubrir, cuando un libro te ha sacudido, que otros tres del mismo autor te estén esperando para ser leídos.

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