Javier Moro. Escritor

"En el caso de la vacuna, Carlos IV fue esencial"

  • Cuatro años de trabajo avalan 'A flor de piel' (Seix Barral), la visión del autor sobre la Expedición Filántropica.

-En A flor de piel aporta una tremenda bibliografía. Da la sensación de que la historia es un hilo del que empezó a tirar y le atrapó totalmente.

-La de la expedición de la viruela fue una historia de la que supe tras visitar el Jardín Botánico de Madrid. Se han escrito cosas anteriormente, pero nada como la historia épica que yo veía allí. Leí todo lo que se había publicado sobre el tema y mi trabajo coincidió con la investigación de un periodista de La Coruña, Antonio López Mariño, que fue quien descubrió la identidad de Isabel Zendal, la mujer que cuidó a los niños y que fue la espina dorsal de la expedición. En total, hacer esta novela me ha llevado casi cuatro años.

-No deja de asombrar, desde el principio y a lo largo del libro, la enorme miseria en la se vivía. Y estamos hablando de hace poco más de un par de siglos.

-En toda España, pero sobre todo, en Galicia: todos los visitantes extranjeros se quedaban alucinados con la pobreza en Galicia. Un baremo para medir la carencia es la media de altura del servicio militar, en donde consta que los gallegos eran dos o tres centímetros más bajitos que el resto, debido a la malnutrición. De ese ambiente de pobres de solemnidad sale Isabel Zendal. La manera de salir de la pobreza para la mayor parte de las chicas, y lo ha seguido siendo hasta hace poco, era ponerse a servir. Y eso es lo que hizo ella y así le encontraron el rastro.

-Un especial escalofrío, en este sentido, lo tenemos en los casos de los niños dejados en la inclusa, que llegaban a alcanzar una mortandad del 100%.

-Eso es tremendo. Para mí, fue el momento más conmovedor de la investigación. El Archivo Histórico Provincial de La Coruña tiene los libros registros de la inclusa, a veces con cuatro líneas en la historia de cada niño. Muy frecuentemente se resumían así: 'Benito Pérez. Volveré a recogerlo. Muerto a los tres días'. En el testimonio de Isabel Zendal en la novela se dice que casi todos los bebés llegaban en muy mal estado, con el cráneo abollado o el ombligo fuera. Creo que ese ha sido el documento más emocionante que he visto en toda mi carrera. Y pienso que el concepto de la infancia empezó a cambiar entonces, cuando comenzamos a ser conscientes de que los niños eran algo a proteger. Pero, por supuesto, se estaba muy lejos de los cánones de hoy en día.

-Dibuja el perfil de Isabel Zendal, sobre cuya biografía no hay muchos datos. A mí me sorprende, sin embargo, procediendo de un ambiente tan duro, y para colmo cargo de la inclusa de la época, cómo se las arregló para conservar la humanidad.

-Creo que cada escollo la hacía más humana. Ya de muy pequeña había cuidado a los niños de su hermana, para los que fue una especie de madre. Y tras su experiencia en el campo, sirviendo, en el orfanato... no se endurece. Llevaba muy dentro lo de cuidar a los niños, por eso no se murió ninguno bajo su cuidado en toda la expedición. Su actitud contrasta sobre todo con el desapego de Balmis, el médico, la otra voz protagonista de la novela, que es más intelectual, que quiere triunfar en lo que hace.

-Pero el héroe absoluto, puro, de la expedición fue Salvany. Visto en la distancia, casi con sentido narrativo, uno piensa que formar parte de esa aventura fue algo que decidió a propósito, precisamente por su mala salud, en un gesto a lo "gringo viejo".

-José Salvany dio su vida por la expedición. A pesar de su penosa condición física, se las arregló para llevar la vacuna de la viruela por todo el interior del continente Sudamericano. Murió en Cochabamba (Bolivia), y durante un tiempo su figura cayó en el olvido más absoluto. El cura era el único que iba a poner unas flores en su tumba.

-Apunta varias razones respecto a ese olvido que también se dio en torno a Isabel Zendal.

-Lo que resulta algo increíble, teniendo en cuenta que podríamos considerarla nuestra primera enfermera, pero ni se sabía ni quién era con exactitud, porque su nombre estaba escrito de varias maneras distintas. López Mariño la localizó en una partida de confirmación de bautismo, donde aparece por primera vez su nombre en el municipio de Santa Mariña de Parada, junto con el registro de toda la familia. Luego la rastreó como criada en el censo de La Coruña, cuando entró a trabajar en casa de Jerónimo Hinojosa, uno de los prohombres de la ciudad. Y poco más es lo que se sabía de su vida, excepto que tenía un hijo natural y que terminó siendo rectora de la Casa de Expósitos. Pero con todos esos detalles fui investigando y construyendo el personaje alrededor. También me interesaba mucho mucho la historia de amor. Es como si esta mujer se fuera encontrando a sí misma y su lugar en el mundo a base de experiencia terribles, como la primera que tuvo, y fantásticas, como la última.

-A pesar del mal poso que ha dejado en la historia Carlos IV, la novela presenta al monarca como un hombre comprensivo, de intereses ilustrados. Al fin y al cabo, fue él quien protegió la Expedición Filantrópica.

-Nadie es un bloque absoluto. Como cualquiera, Carlos IV haría en su época cosas buenas y malas. Hay que reconocerle el mérito de que, si no llega a ser por su insistencia, la expedición de la viruela no habría salido adelante. También es cierto que estaba especialmente sensibilizado con el tema por varios casos que se habían dado en su propia familia: infectó a su hija María Luisa. Pudo haber sido un monarca blando en la historia, pero en el caso de la vacuna, Carlos IV fue una pieza fundamental.

-Es una historia en la que también parecen salir a flote algunos de nuestros males endémicos: el nepotismo, el caciquismo, la ignorancia... rasgos que abundaban también en las colonias.

-El resto de Europa era así también, no sólo fue aquí. El mundo era así entonces. No creo que sean rasgos típicamente españoles, pero sí que era muy español el quijotismo: esa idea de ir a salvar el mundo, de luchar contra molinos de viento y aprovechar la administración de un imperio en el que ya se habían ido implantando grandes señales de humanidad, de humanismo.

-El libro ha visto la luz entre el pasmo por el caso del niño enfermo de difteria en Olot, ¿cómo explica que, en 2015, sigan teniendo pábulo teorías como las de los antivacunas?

-El de la Expedición Filantrópica fue el primer esfuerzo que se hizo para vacunar sistemáticamente a toda la población. Es decir: no sólo fue pionero en implantar la técnica y erradicar la enfermedad, sino en aplicar un concepto de salud pública. Pero siempre ha habido oposición a la vacuna, sobre todo en esa época, porque la reticencia a mezclar fluidos animales con humanos (el método de Jenner) era muy fuerte.

-Pero en el siglo XVIII había analfabetismo rampante...

-En los últimos tiempos, lo que ocurre que es salió uno de esos bulos que decía que no sé qué tipo de vacuna producía autismo, y la gente se lo creyó. Yo tengo una amiga inglesa con un hijo autista al que no ha vacunado, y yo alucino, porque la gran ventaja de la humanidad frente a la enfermedad se puede dividir entre antes y después de Jenner. Y Balmis fue otro genio: fueron ellos los que dieron el pistoletazo A partir de ellos, la vacuna empezó a instalarse en el mundo.

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