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Regreso a Estambul

  • Una edición ampliada en más de 200 fotografías recorre la ciudad de Orhan Pamuk, un enclave, casi un personaje o una polifonía, sobre el que el premio Nobel ha levantado su universo literario

Orhan Pamuk (Estambul, 1952), en una imagen tomada en 2014.

Orhan Pamuk (Estambul, 1952), en una imagen tomada en 2014. / Maka Gogaladze

Mientras Orhan Pamuk (Estambul, 1952) escribía en 2016 un prólogo para este libro ahora ilustrado con cientos de nuevas fotografías, se cumplían diez años de la concesión del Nobel de Literatura al autor turco. También en 2016 se producía en Turquía el último golpe de Estado dentro de la tradición que las asonadas militares a la turca han tenido en el país desde 1960. A su vez, entre las severísimas purgas que siguieron al fallido golpe y la horrible pirotecnia de los atentados que se produjeron en aquel año infausto en Estambul, Pamuk acababa de entregar su última novela The Red-Haired Woman (La mujer pelirroja), que ha sido ya publicada en otros países y espera su hora en España.

Dice Pamuk que su ya célebre Estambul. Ciudad y recuerdos era entonces, cuando apareció por vez primera, un libro de memorias basado más en el texto, mientras que este nuevo regreso literario a la ciudad del Bósforo está basado más en la imagen, en el gran angular que la evocación proyecta en quien contempla cada una de las fotografías. Dicho al modo pamukiano, se diría más bien que no es que todos, seamos estambulíes o no, hayamos olvidado cómo era aquella ciudad en los años 50, 60 y 70 del siglo pasado. Lo que sucede es que a veces, como le ha ocurrido a Pamuk, hemos olvidado incluso que la habíamos olvidado.

Por eso la fotografía de una oscura y vieja mansión otomana, un feo bloque de pisos con obsesivos carteles de dentistas, procuradores o agentes de seguros, una antigua iglesia bizantina derruida, el humazo de los vapores de líneas urbanas, la nieve silente que como ofrenda del tiempo sin tiempo cae sobre la ciudad, las mezquitas que asoman por entre encuadres de rutina, o las callejas de los barrios históricos, con groseros adoquines y sumidas todas ellas en una melancólica dejadez sin cura; todo esto, cuando se contempla al detalle sobre una imagen del pasado, lo que suscita finalmente es la citada paradoja, el placer incluso, de recuperar el olvido del olvido.

De las 200 fotografías que en la primera versión ilustraban el primer Estambul de Pamuk, la presente edición incluye otras 230 nuevas imágenes (la mayoría de ellas del fotógrafo Ara Guler, de archivos históricos y de la colección privada del escritor). Se añade además un prólogo inédito de Pamuk a modo de ensayo personal sobre el valor de la fotografía.

La ciudad de la que habla Pamuk no existe ya apenas, aunque aún queden indicios agónicos, enclaves escondidos, reliquias que hay que saber y querer descubrir más allá del turismo de formato básico (Santa Sofía, Topkapi, Sultanahmet, el deprimente Gran Bazar). Quien ya haya leído el libro volverá a recrear el Estambul amargo, aquella ciudad en blanco y negro, en donde los incendios, los derribos y la apertura de bulevares de alquitrán para el tráfico iban alterando el tapiz milenario de la urbe a un lado y a otro del Cuerno de Oro. Acogidos a su lóbrego entorno, colina tras colina, los barrios históricos ignoraban la altiva planta de los edificios residenciales que iban construyéndose para gente adinerada (caso de la familia Pamuk). A la par iban creciendo por la periferia cogollos y cogollos de chabolos (los primeros gecekondu) para aldeanos llegados a la capital para probar fortuna como ganapanes.

Hoy Estambul ofrece al visitante una impronta bien distinta a través de su engreído skyline, su rabia modernísima, su brío, su colapso y su tentación como megalópolis de la supervivencia en pleno siglo XXI. Pero hasta hace poco, sólo 60 años atrás, existió otro Estambul de época, más sombrío, a su modo desconcertado, sumiso, que padecía como una tensión por la imitación y la occidentalización forzosa de aquella hora urgente, y cuyos efectos se reflejaban con tirantez sobre el paisaje urbano, las personas, los ambientes, tal y como revelan las fotografías del libro, tanto las que ya aparecían en la primera versión, como las nuevas y extraordinarias que ahora admiramos con enfermizo deleite.

Ni que decir tiene que todas las novelas del Nobel turco remiten siempre al mismo personaje y a la misma polifonía: Estambul. Sus traviesas alegorías nos permiten recorrer la ciudad. De modo que, cuando la visitamos por primera vez como turistas pamukianos (haberlos haylos), nos llevamos un chasco aleccionador. El Estambul de sus novelas casi no existe ya como textura de ficción. Cierto es que en la pintoresca zona de Çukurcuma se halla El museo de la inocencia, esa novela-museo erigida por el propio autor. Y cierto es que, en la periferia de la periferia, por el distrito guerrillero de Gazi, podríamos recordar vagamente pasajes de Una sensación extraña, última novela publicada aquí de Pamuk, que narra la vida de un vendedor de boza por las calles recrecidas y cambiantes de Estambul.

A su modo, el Estambul de Pamuk, exista ya o no, sea o no una ficción del pretérito, viene a ser la novela madre del resto.

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