Cultura

Narrativa en la Era Google

  • El británico Tom McCarthy vuelve, tras la turbadora 'Residuos', a enfrentar al lector con la ficción como modelo dominante de nuestras vidas.

SATIN ISLAND. Tom McCarthy. Trad. José Luis Amores. Pálido Fuego. Málaga, 2016. 205 páginas. 20,90 euros.

Algunas referencias, puede que útiles -si no, a cuento de qué la reseña- para el lector interesado. Son aprovechables también, claro -allá cada cual-, para pasar de largo. Y a otra cosa.

Elogios de otros escritores a la obra de Tom McCarthy: en la esquina anglosajona, John Banville; en la esquina hispana, Rodrigo Fresán. En Estados Unidos Tom McCarthy publica en el mismo sello que Thomas Pynchon. También hay mucho bloguerío entusiasta.

¿Van haciéndose una idea? ¿Les interesa Tom McCarthy o han pasado ya de largo y están en otra cosa?

En España se tuvieron noticias de Tom McCarthy en 2007, cuando la editorial Lengua de Trapo puso Residuos en las librerías.

Si como dejó caer Poe, parece que la fama literaria es un valor corrupto, Tom McCarthy está limpio.

El logro de Residuos aquel año y el siguiente, cuando cayó en manos de sus (probablemente escasos) lectores españoles, y lejos de ser un mensaje publicitario o una operación de marketing (que no tuvo), fue la etiqueta de Algo Nuevo, el marchamo de Algo Diferente.

La novela no tuvo una singladura no ya feliz, ni siquiera fácil. En su país, Inglaterra, ninguna editorial mostró interés. ¿Demasiado "literaria"? Puede, si es que eso significa que no es para ir leyendo en el tren mientras se alternan los párrafos con los pastos y el whatsapp: ahora leo, ahora miro el paisaje, ahora entro en el grupo. Fue en Francia donde sí hubo atracción por el libro. De allí saltó a Estados Unidos, y -lo dicho- se codeó con Pynchon en el sello Vintage de Penguin.

La lectura de Residuos fue excitante al comprobar que se estaba ante algo "raro, singular", lo que en la segunda acepción del diccionario de la RAE se dice de extraño. Sí, fue una lectura de algo así. La de Satin Island también. Era aquella primera novela un tratado sobre el afán, o el ansia -es decir, la necesidad- por el control absoluto que siente alguien que, de repente, se hace con una cantidad de dinero pecaminosa. Convertido en multimillonario después de recibir una indemnización tras ser golpeado por un objeto caído del cielo y salir del coma, el protagonista de Residuos reproduce/recrea la realidad obsesionado por el detalle -incluida una grieta en la pared-, reorganizando, cambiando, modelando, transformando y ordenando cada gesto y movimiento e instante que pudo haber vivido -o no- antes del accidente invirtiendo todo el dinero de la indemnización en escenarios diseñados a su imagen y semejanza con actores contratados por él que deben ejecutar milimétricamente sus deseos y órdenes, como un demiurgo de la hiperrealidad: no ocurre lo que sucede, sino lo que él decide cómo, cuándo y dónde debe ocurrir. Se cabrea con el sol, que no atiende sus demandas.

Eso, en Residuos.

En Satin Island, U. es el protagonista narrador, un antropólogo empresarial que recibe de La Compañía -su logo es la torre de Babel en ruinas; dos conceptos dominantes en su actividad son narrativa y ficción- el encargo de escribir el Gran Informe de nuestra era. Y nuestra era es la Era de Google. Es un etnógrafo, alguien que observa, registra y analiza las rutinas cotidianas más íntimas -desde el vaciado del lavaplatos, la atadura de los cordones de unas deportivas o el sorbo de la espuma a través de la pequeña hendidura en la tapa de los vasos de café- para identificar y sondear comportamientos "granulares y mecánicos", porciones que tomadas como un todo y contrastadas con los hallazagos de estudios empíricos descubren algún tipo de lógica social que usarán las corporaciones que tripulan nuestras vidas.

Sabe lo que se hace U. Antes de entrar en La Compañía su tesis sobre el estudio de la cultura discotequera planteará a nuestro hombre, tras "noches de estudio" aliñadas con popper, speed y MDMA en los locales de moda, cuestiones del tipo "¿vale enrollarse sobre tu escritorio con una informante en minifalda de lycra cuando ambos estáis colocados? ¿Vale perder el conocimiento con alguien en un aseo?". La tesis de U. sobre la especie que habita el submundo de las pistas de baile, las barras etílicas y las letrinas toxicológicas fue un éxito, algo que le llevó a un "constante cambio de identidades, un enturbiamiento de posiciones y perspectivas" para acabar "perdido en un caleidoscopio de mascaradas, roles y fingimientos en general".

Y eso le hizo famoso. Todo lo que puede serlo un antropólogo: como un futbolista de tercera división. Pero suficiente para La Compañía. En ella hará U., al principio, toda clase de dossieres: sobre avatares de juegos japoneses, obituarios en periódicos, supuestos avistamientos extraterrestres, tatuajes, tendencias de personalización de aparatos portátiles, retórica en los emails... Y evocando a Claude Lévi-Strauss, su héroe cuando era un veinteañero y figura que sirve para la idea de duplicidad y paralelos y de identidades superpuestas y de fingimientos e interpretaciones cuando U. tiene que hacer su primer trabajo, un dossier sobre pantalones vaqueros. Semejante encargo le llevará a estar "bastante puesto en arrugas", de las que catalogará hasta 17 clases -en peine, abigotadas, en riel, apiladas...-, y no dudará en echar mano de Deleuze y de su idea de que el pliegue "describe cómo engullimos el mundo exterior, le damos la vuelta y lo devolvemos fuera", y de Badiou y su noción de desgarro para presentar las roturas de los vaqueros como "cicatrices de nacimiento de la singularidad de su portador, testamentos a la desavenencia del individuo con la historia general".

Porque aunque hay suspense -turbación y escalofrío- en la obra de McCarthy, hay también mucho humor, imprescindible para afrontar que en esta época la vida circula sobre rieles de dossieres en cuyas conclusiones está dictado nuestro comportamiento. En ellas se recoge cómo tenemos que hacer lo que debemos hacer. Han sido redactadas por antropólogos empresariales después de haber sido estudiados por ellos como monos de laboratorio. Nosotros mostramos las pautas. Las corporaciones imponen el modelo.

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