De libros

Mujeres, lógica y misterio

  • Michael Sims ofrece un recorrido por las primeras mujeres detectives que surgieron en la literatura de los últimos años de la era victoriana

El periodista, editor y ensayista estadounidense Michael Sims (Crossville, Tennessee, 1958).

El periodista, editor y ensayista estadounidense Michael Sims (Crossville, Tennessee, 1958).

En esta muestra de detectives victorianas, prologadas y compendiadas por Michael Sims (a Sims se debe también una antología de relatos de vampiros victorianos), nos encontramos, en cierto modo, con una paradoja cultural. Si por un lado las detectives son un epítome, una cima, una extensión del XIX científico y positivista, por el otro descubrimos que ese siglo ha figurado a la mujer, no como un vector racional de la sociedad, sino como una fuerza impulsiva, irracional y misteriosa, cuya naturaleza es, ineludiblemente, aciaga. Baste recordar, en este sentido, la exitosa Salomé de Wilde, de mortífera sensualidad, o las numerosas representaciones de un vampirismo femenino -el propio Edward Munch pintaría una hermosa vampira pelirroja-, que luego se olvidarían bajo la sombra y el prestigio del Drácula de Stoker. En cualquier caso, la mujer -la mujer victoriana y, por extensión, la mujer europea del Ochocientos- operaba como un hemisferio a oscuras donde el hombre habitaba la parte racional y luminosa, y donde los poderes femeninos venían a representar eso que Freud, muy poco después, llamará las fuerzas del inconsciente.

De modo que sería legítimo preguntarse si estas detectives femeninas recopiladas por Michael Sims son una anomalía, la excepcion racional a una naturaleza instintiva, o se trata de una avanzadilla social de la que ellas serían un impensado heraldo. Aclaremos antes que las detectives que se recogen en este volumen son obra no sólo de escritoras incipientes, que exploraban una forma novedosa de literatura, sino también de autores que, como Hugh Weir, habían fantaseado con mujeres hermosas y resolutivas, dotadas de una inusual pericia lógica. Si volvemos a la cuestión anterior, hay que decir que nos hallamos, no tanto ante una floración insólita de este tipo mujeres, cuanto a un proceso de carácter inverso, en el que la causa y el efecto se trastocan. Según nos muestra Erika Bornay en Las hijas de Lilith, la representación de la mujer como una criatura visceral, enigmática, violenta y sexuada, se debió principalmente al miedo masculino a la independencia de las mujeres. Se da entonces la paradoja de que la detective precede o anuncia a la vampiro, de igual forma que la vampiro es fruto no de una regresión instintiva de mujer -no de un súbito recrudecimiento de la fe- sino de un proceso de racionalización y ordenación científica del mundo.

Tras estas visiones, había un miedo (masculino) a la independencia de las mujeres

Sin embargo, este proceso donde la investigadora urbana es hija de una Salomé levítica, no agota el fenómeno de la literatura policial y el ancho y prometeico itsmo de la investigación privada. Como es lógico, en no pocos de estos relatos se hace mención expresa de Poe y de Los crímenes de la calle Morgue como origen, no tan remoto, de una forma de escribir que orbita necesariamente sobre el misterio. Sin embargo, sobre esta nueva apetencia de lo misterioso, tan acusada en aquella hora, no se dice nada. Recordemos, a este respecto, el entusiasmo y el escalofrío con que se llamó al Destripador "El hombre del misterio". Qué misterios son estos que acucian al Occidente de la segunda mitad del XIX es fácil reconocerlos. Son los mismos que la psicología ordenará en una gavilla de dolencias y categorías, y cuya naturaleza escapa, en buena medida, al saber científico. Es decir, el detective puede seguir con claridad "el hilo rojo del asesinato" que persiguió Holmes; pero la razón última por la que un hombre mata, por la que un hombre encuentra un vago virtuosismo en el robo, nos permanece opaca. Todas esas fuerzas, veladas al entendimiento, son las que se condensarán, en parte, en la figura femenina del XIX, convertida en Salomé o en vampiro, y en cualquier caso, en fuerza demoníaca. Todos esos enigmas, rebeldes al imperio de la ciencia decimonónica, son los que llevarán a De Quincey a escribir su Del asesinato considerado como una de las bellas artes.

Nos encontramos, pues, en esta significativa antología, con una mujer que gira, de algún modo, sobre su propio misterio. Sobre el misterio que el siglo ha querido encarnar en ella, y sobre el misterio que la ciencia ha abierto sobre el siglo: ambos coinciden en esa modulación del temperamento humano que conduce, inadvertidamente, al crimen. Pasado tanto tiempo, sin embargo, es la naturaleza insondable del mal, la oscura caracteriología del delito, y no la arcana volubilidad de la hembra, aquello que resplandece en estas páginas.

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