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Memoria secreta del XX

  • En 'Mi medio siglo se confiesa a medias', un volumen que edita Renacimiento con prólogo de Manuel Alcántara, González-Ruano pone en orden sus recuerdos desde una cultivada ambigüedad

El periodista y escritor César González-Ruano (Madrid, 1903 - 1965).

El periodista y escritor César González-Ruano (Madrid, 1903 - 1965).

Sobre la figura de González-Ruano se ha cernido una leyenda adversa, cuya naturaleza es doble: por un lado, el desprecio a una literatura adventicia, enjoyada, volátil, que Ruano ejerció en los periódicos de Madrid y Barcelona ("prosa de sonajero" la llaman sus detractores, más partidarios del barthiano "grado cero" de la escritura); y de otra parte, la sospecha de un comportamiento vergonzoso en el París ocupado, comportamiento que se venía a añadir a sus simpatías por el régimen nazi. A esta repugnancia de orden intelectual debe añadirse, no obstante, otra de orden físico. El aspecto atildado, la vocación de dandy, tan acusada en Ruano (o quizá su propia configuración física), parece que originó una repulsa inmediata en alguno de sus contemporáneos, como es fácil documentar en La novela de un literato del Rafael Cansinos Asséns, en la que se advierte un rechazo visceral, irrazonado, fulmíneo, a la mera presencia del joven escritor.

En El marqués y la esvástica, Rosa Sala Rose especula con la probable participación del escritor en el tráfico de judíos en la frontera andorrana. Dicha conjetura se basa en un episodio, insuficientemente explicado por Ruano en estas Memorias, cual es su estancia en la prisión de Cherche-Midi, tras ser detenido por la Gestapo (según el propio Ruano, cuando fue capturado llevaba doce mil dólares en efectivo y un pasaporte americano en blanco). ¿Estafó Ruano a hombres desesperados, aterrorizados, que huían de la ominosa maquinaria nazi? Por lo leído en Sala Rose, es una hipótesis verosímil. Una hipótesis que concierne a la calidad humana de un escritor, pero no a su calidad literaria. Quienes aún se pregunten si alguien puede ser una mala persona y un excelente artista, siguiendo el prejuicio estético que iguala bondad y belleza, debieran visitar las páginas de Villon y sus melancólicos poemas. También en la obra plural, en la escritura urgente y caudalosa de González-Ruano encontramos esa misma melancolía, esa apasionada ternura por lo nimio que vive en los versos del gran poeta/delincuente galo. Es decir, que se puede ser un hombre poco ejemplar, acaso distinguido por la crueldad (ignoro si Ruano fue o no esa clase de hombre), al tiempo que un delicado y memorable artista. Cualquier lector puede comprobar que Ruano lo fue -más que en la novela, más que en el género memorialístico que hoy glosamos-, en ese género de la modernidad que es el articulismo.

Hay un interés obvio en estas memorias de Ruano, escritas en la segunda mitad del año 50, que concierne no tanto al propio personaje, cultivador de una medida ambigüedad, como a su propio valor testimonial, que abarca desde los últimos años de la bohemia a la destrucción de un cuerpo cultural, todavía débil en España, y que podemos sustanciar en las generaciones del 98, del 14 y del 27. Tal destrucción, sobra decirlo, advino con la Guerra Civil; y es posible seguir la evolución, el crecimiento y la disipación de esa hora mayor de España, cuando llegue el momento de la delación y el crimen. También es posible datar, a través de estas páginas, la España cultural superviviente, que no se vio malograda por la emigración y la muerte. El propio Ruano (admirador y amigo de José Antonio Primo de Rivera y luego hombre destacado en el franquismo) es un ejemplo de ello. Aun así, no es esta amarga estampa de la cultura española, cercenada durante la guerra, lo que despierta un mayor interés en este libro. Probablemente, lo más literario, lo más interesante de esta obra, es esa reconstrucción de un mundo que ya no nos pertenece y al que sólo se puede acceder a través de páginas como éstas (recordemos aquí, por parecidos motivos, el Berlín secreto y los Paseos por Berlín de Franz Hessel). No en vano, Ruano es un escritor climático, enormemente eficaz, deudor de la escritura rauda y sintética de Gómez de la Serna, y cuyo magisterio fue un magisterio de lo menor, de la anécdota trascendida a drama, como el magisterio de Pemán fue la tensión y la arquitectura del ensayo, sometida al breve trayecto del artículo.

En Mi medio siglo se confiesa a medias, lo menos sugestivo de estas memorias es ese interés, algo ridículo en Ruano, por señalar el número y la calidad de sus conquistas, sin facilitar el nombre de las afortunadas. Tanto tiempo después, esta entomología sexual carece de importancia. Sí queda, en cualquier caso, el testimonio de una primacía, de un solitario aposentarse a la cabeza del periodismo español, armado con una formidable artillería lírica que se alimentó de lo fútil, de lo accesorio, de las amplísimas categorías de lo humilde, lo fatigado y lo mostrenco. Manuel Alcántara, en su excelente prólogo, explica con precisión esta singularidad, ese ápice del periodismo, esa literatura en fuga que fue González-Ruano.

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