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Gótico femenino

  • Un volumen recopila las cautivadoras historias de fantasmas de veinte autoras inglesas y norteamericanas del siglo XIX

Espectros y apariciones son motivos recurrentes en el imaginario gótico.

Espectros y apariciones son motivos recurrentes en el imaginario gótico.

Hablamos de la famosa moral victoriana para referirnos a los rígidos códigos sociales y de comportamiento que caracterizaron la larga era en la que la reina y después emperatriz británica rigió los destinos de buena parte del planeta, y entre aquellos figuraba, desde luego, la obligada sumisión de las mujeres a un orden patriarcal que las confinaba al hogar, las excluía de la vida intelectual y la formación académica y ejercía su predominio en todos los órdenes, pero lo cierto es que el siglo XIX, empezando por la propia soberana, tuvo en Inglaterra muchas protagonistas y que estas se cuentan por decenas en el caso de la literatura. Es probable que ninguna otra nación diera tantas escritoras y al menos dos de ellas, la hace poco conmemorada Jane Austen y Mary Anne Evans, que firmó sus libros con el seudónimo masculino de George Eliot, se cuentan, sin olvidarnos tampoco de las hermanas Brontë, entre los mejores narradores de la centuria. Del cruce entre esta eclosión de la literatura femenina, que por lo demás alcanzó durante las mismas décadas una visibilidad inédita en todas partes, y el interés -inaugurado por los románticos pero sostenido a lo largo del periodo- por el universo fantástico, los fenómenos sobrenaturales y las llamadas ciencias ocultas, en particular el espiritismo que conoció entonces su controvertida edad de oro, nació una narrativa que tiene acaso, aunque participe de las convenciones habituales, algunas notas específicas.

Con el título de Damas oscuras, Impedimenta ha reunido veinte ghost stories de otras tantas "victorianas eminentes" -expresión que recoge, aquí sin intención irónica, la usada por el gran Lytton Strachey en su maravillosa colección de retratos- a las que debemos incursiones en un subgénero, el cuento de fantasmas, por el que los anglosajones -hay entre las autoras tres norteamericanas- han mostrado una devoción especial, manifiesta no sólo en los narradores especializados sino en muchos otros que se acercaron al pintoresco imaginario gótico desde las postrimerías del XVIII hasta el modernismo. Al hermoso volumen, que incluye a modo de guiño un recortable vintage para que el lector arme su propia "Criaturita fantasmal", sólo cabe reprocharle la falta de un preámbulo -más allá de la breve pero enjundiosa introducción a cargo de los editores y de la escueta nota bibliográfica que cierra la antología- donde se arrojara luz no tanto sobre la modalidad, en torno a la cual hay muy buenas aproximaciones disponibles, como sobre las escritoras que en muchos casos son poco o nada conocidas entre nosotros. De hecho, salvo Charlotte Brontë, Elizabeth Gaskell y Willa Cather, quizá las más renombradas, y en menor medida Vernon Lee, Margaret Oliphant, Mary Cholmondeley o Violet Hunt, el resto de las autoras apenas les sonarán sino a los muy aficionados, y el acierto de la publicación habría sido tanto más redondo si hubiera venido acompañada de información que suponemos valiosa acerca de sus figuras o del contexto editorial -las revistas del género, esos números especiales que aparecían por Navidad- en el que vieron la luz los relatos.

En línea con la interpretación de Italo Calvino, que llamaba la atención sobre el componente subversivo latente en historias aparentemente inocuas, y más en concreto de los estudiosos que han analizado el modo en que el Female Gothic -la etiqueta fue acuñada en un ensayo pionero de Ellen Moers- sirvió para enfrentar una realidad insatisfactoria, los editores señalan un cierto componente de insubordinación que se sobrepone a la impresión de ingenuidad que transmiten a primera vista. Lo sobrenatural, en efecto, puede ser un vehículo para defender, aunque no de manera abierta o expresa, una visión desafiante e incluso transgresora, como ocurre cuando las narradoras proyectan en sus protagonistas masculinos las debilidades atribuidas a las mujeres, rompiendo el "mito del perfecto hombre victoriano". Del mismo modo que el mundo feérico, el repertorio de los cuentos de fantasmas, tan populares, proviene del ámbito rural y de los relatos orales transmitidos por la gente humilde, y en ese sentido implican asimismo una reminiscencia del pasado no urbano en la edad del apogeo industrial o del elemento irracional o salvaje en las civilizadas sociedades burguesas. Hablan también de los miedos inconscientes, de los deseos reprimidos o de una postración indecible.

Hay en la selección relatos justamente célebres como La historia de la vieja niñera de la citada Gaskell -el menos conocido de Charlotte Brontë, que abre el volumen, traza un desmitificador retrato de Napoleón- y otros, de los que pocos tendrán noticia, que nos ponen en la pista de autoras como Catherine Crow, Rosa Mulholland, Charlotte Riddell o Louisa Baldwin. Casas encantadas, atmósferas tenebrosas, almas en pena, espectros de otro tiempo... Cuajados de todos los tópicos asociados al género, pero no exentos de humor ni de eficacia narrativa, los cuentos de las damas oscuras exigen del lector la suspensión de la incredulidad en aras de un placer sencillo pero no tan confortable, más conmovedor que propiamente terrorífico. El pleno invierno y la noche cerrada eran y siguen siendo el mejor momento para degustarlos.

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