Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Es natural que los gaditanos con el corazón republicano se sintieran dolidos cuando el Ayuntamiento de Cádiz, por orden judicial, se vio forzado a retirar la tricolor que colocó en la plaza de la Constitución con motivo de las jornadas para conmemorar el aniversario de la Segunda República. Lo que resulta difícil de comprender es qué persigue Podemos jugando con los símbolos nacionales como quien pide otra ronda al camarero. Conste que cuentan con el terreno abonado en un país donde te critican antes por vestir con los colores de tu bandera que con los de cualquier otra nación. Menos la española, aquí cualquier enseña es válida. Y el complejo viene de largo quizá porque los populares no terminan de sacudirse el estigma de quienes los ven como herederos del franquismo. A Podemos le gusta jugar con esta vieja idea porque le funciona: desacreditar a la derecha como si poseyera el sello para repartir el carné de demócrata.

La historia de España y la de sus símbolos se puede manipular bajo el menor pretexto, pero ojo porque si asociamos la enseña nacional de todos los españoles sólo con la de los vencedores de la Guerra Civil, será un triunfo para los ultras más cavernícolas. Sería algo así como vincular a los republicanos con la izquierda radical en exclusiva, un disparate. El equipo que preside José María González está en la posición de rendir tributo a la bandera republicana, a la andaluza, a la del Cádiz CF, a la arco iris y a cualquier otra que considere oportuno, faltaría más. Pero se supone que la política es la ciencia de lo práctico. Y no mostrar el mismo respeto por la rojigualda, ligándola en exclusiva al Golpe de Estado del 36 para apelar al revanchismo -cuando sus colores se remontan mucho más atrás en el tiempo- sería un error de bulto. Es más, sería como enmendar la plana a los líderes de la izquierda como Carrillo y Pasionaria que pactaron junto al resto de fuerzas los símbolos constitucionales, incluida la enseña, en una clara apuesta por la generosidad y el parlamentarismo.

Más allá de este caso en concreto, aún en manos de la Justicia, Podemos no puede actuar desde la osadía y corregir a sus mayores. Tampoco es necesario ir de patriota las 24 horas del día. Pero son hijos de la democracia y no resulta creíble tanto odio y tanto revisionismo, como si hubiesen sufrido la represión más dura corriendo delante de los grises. Lo de la bandera podría parecer una tontería y en realidad lo es. Pero da miedo pensar qué harían los podemitas con los libros de texto de historia al frente del Ministerio de Cultura. Ya puestos a revisar el pasado, podrían remontarse al siglo XVIII, cuando Carlos III cambió el pabellón nacional por la bandera rojigualda tal y como la conocemos hoy. Su popularidad creció según algunos historiadores gracias a su uso durante la Guerra de Independencia y al sentimiento patriótico que despertó la lucha contra los franceses, lo que de paso llevó a oficializar sus colores como los de las Cortes de Cádiz.

Reposar nuestras memorias está bien, pero convendría ponerse serios cuanto antes. Hace casi dos años que los podemitas conquistaron el Ayuntamiento y se supone que en algún momento el tiempo de la indignación y el grito dará paso al de la cordura y la claridad de ideas. En 2010 era imposible evitar la rabia y el ruido. Pero si alguien piensa que en 2017 problemas como los del paro y la vivienda se solucionan cuestionando los símbolos y tradiciones que lo demuestre. De lo contrario, más vale olvidarse de la polémica de la bandera cuanto antes, ya que perdemos un tiempo y unos recursos preciosos.

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