Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Hoy cualquier asunto menor se vive como un acontecimiento. Que el tomate sepa a tomate y que la leche sepa a leche se celebra con gran entusiasmo. Y cuando un joven cede su asiento a un mayor, aplaudimos. Hoy nos frotamos los ojos hasta cuando nuestros políticos charlan sin meterse el dedo en el ojo. La cortesía está tan arrinconada que si alguien sonríe al dar los buenos días lo saboreamos como un buen guiso. El miércoles, Cádiz comprobó con asombro que Susana Díaz y José María González, tras dos años de inexistente relación, abordaban cuestiones sensibles para los gaditanos desde la cercanía. Si los políticos guardasen las formas, los ciudadanos despreciarían estas acciones tan de cajón. Pero se propinan tantos garrotazos, que cualquier gesto de amabilidad se agradece. De hecho, la noticia no estuvo en los proyectos que Díaz anunció, igual que hiciera Chaves hace una década. El gaditano ya sólo lo creerá cuando lo vea. La novedad estuvo en que ambos no pararon de sonreír tras fundirse en el abrazo del año. Pareció tan sincero, fue tan grande la emoción, que ríete tú de los guiños de Pedro Sánchez a Errejón: "Para izquierdista, yo", se dijo la presidenta, aún con la imagen de Sánchez en Dos Hermanas dando vueltas en su mente.

Prueba de la enorme relevancia que cobró la sintonía entre ambos es que no se habló de otra cosa tras su encuentro. Díaz exhibió su mejor imagen institucional. Y el alcalde ganó peso político en el mismo terreno. La cara que se le quedó a Juanma Pérez Dorao fue todo un poema. Quizá porque llegó a soñar con la moción de censura que lo aupara al poder, antes de que Teófila Martínez le recordara que fue ella la que ganó las pasadas elecciones. Tras la visita de Díaz su sueño queda aún más lejos. Esa mañana, el alcalde ejerció de anfitrión sin descuidar un detalle y Díaz no dejó ver su colmillo afilado a fin de asemejarse a la presidenta de todos. A alguno de sus concejales más pedristas no le hizo el mejor caso, y hasta Fran González habría agradecido más protagonismo. No digamos Martín Vila, pero eso quedó de puertas hacia dentro. A Díaz se le quedó la boca seca con tantas promesas como enumeró, al tiempo que pidió al alcalde que tomara buena nota.

Muchos analistas pensaban que los líderes aceptaban su enorme responsabilidad por atender a cuestiones vitales, pero se equivocan. También tienen que fajarse con las minucias. Cuesta recordar la última vez que existió química entre los máximos dirigentes de la Junta y el Ayuntamiento. Pero si un día hubo posibilidad de acercamiento, nunca faltó un cobista de aquí o allá para echar leña al fuego. Si los concejales, diputados, delegados provinciales y directores generales, además de recordarnos lo buenos que son, acordaran temas como la puesta en marcha de una estación de autobuses que finalizó hace más de un año, por ejemplo, los alcaldes, presidentes autonómicos y hasta los ministros no perderían tanto tiempo. Pero son los segundos espadas los primeros que piden a sus jefes que influyan en cuestiones tan trascendentes como el carril bici a fin de fastidiar al rival y de tacón a toda una ciudad. Igual un buen día cambian las cosas y los políticos recobran la razón. Pero esto es como pedir que la leche sepa a leche y el tomate, a tomate.

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