Para algunos viñeros vivir en el Campo del Sur es como residir en la periferia. Y si tienen que mudarse al Balón, se sentirán exiliados desde entonces. No es que sean exagerados, es su forma de remarcar que son de Cádi, Cádi. Muchos presumen de no cruzar Puertatierra salvo cuando no les queda otra que ir al hospital, para lo que se atiborran de biodramina contra el mareo. Lo dicen en broma pero la cosa es muy seria. No cambiarían La Caleta por diez playas de La Victoria porque para ellos el extranjero empieza en Las Calesas. El mismo sentimiento de pertenencia tan arraigado existe en un sinfín de barrios y en cada localidad de esta provincia. Así no es de extrañar que Cádiz y Jerez apenas se conozcan. Viven tan de espaldas la una de la otra que muchas veces la una se olvida de la otra porque piensan que no se necesitan. Caminan por la vida como esos vecinos que sólo hablan entre ellos -y del tiempo- cuando se cruzan en el ascensor. Eso sí, cuando de repente se paran a charlar por casualidad, quedan encantados el uno del otro. Este localismo tan acentuado también se refleja entre San Fernando y Chiclana, cada una con sus asuntos sin compartir ni los buenos días. O entre Vejer y Barbate, tan iguales y tan distantes. En la Costa Noroeste las cosas no son distintas. Sanlúcar es un universo aislado del resto, que apenas toma café de vez en cuando con Rota y Chipiona. En la paleta de colores que dibuja el horizonte desde Trebujena a Sotogrande no caben más identidades. El Campo de Gibraltar es sin duda punto y aparte, otra ventana inmensa y genuina de esa Cádiz tan bien dotada y esculpida por la naturaleza, que hasta sus pueblos blancos forman parte del paisaje. El Día de la Pepa es por tanto perfecto para apartar los localismos y recordar el potencial de una provincia que suele olvidar su pasado con facilidad, lo que empuja a negarla por sistema con discursos más bien derrotistas. Por un día, Cádiz se pone guapa y se perfuma para celebrar que es una provincia infinita.

A tenor de la renta media, el desempleo y la economía sumergida, alguien podría pensar que las hay mucho mejor que Cádiz, pero faltaría a la verdad. Existen zonas más ricas, pero pocas con tanto potencial. Sí es cierto que mientras en otras latitudes se publicita lo bueno con audacia, a nosotros nos encanta competir entre nosotros. Si esta provincia pensara con generosidad y a lo grande sin renunciar a la singularidad de cada municipio, pero desde la lealtad y con las luces largas, su realidad sería bien distinta. Frente a Sevilla, Málaga, Córdoba o Granada, donde todos sus habitantes van a una, la unidad en Cádiz brilla por su ausencia, lo que lastra sus intereses desde tiempos remotos. Cádiz, pese a la fortaleza y los encantos de sus municipios, quedó fuera del proyecto de ciudades inteligentes y del eje de las ciudades milenarias liderados por Sevilla y Málaga por carecer de estrategia y una única voz. Las iniciativas conjuntas y emprendedoras aquí están condenadas al fracaso porque cada municipio actúa como un niño mimado cuando de la provincia se trata. Cádiz no ha de permitir que la vulgaridad y el conformismo se adueñen de su destino. Pero nada es gratis. Si se empeñara en hacer provincia durante todo el año, su suerte sería otra.

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