Carlos Colón Perales, profesor de la Facultad de Comunicación y articulista

"Ver a la Esperanza es sentir por un segundo que tus seres perdidos viven"

  • Director de dos películas sobre la Macarena y autor de un sinfín de artículos sobre una de las dos grandes devociones populares de la ciudad.

Tarde de terciopelo verde en la Catedral de mayo alto. Tenía doce años aquel 31 de mayo de 1964 de recuerdos borrosos. Hijo de don Antonio Colón, hermano de la Macarena desde 1944, y de doña Carmen Perales, devota que fue de la Virgen a la que se vinculó por razón de vecindad en los seis años en que recibió culto en la Anunciación. Carlos Colón Perales (Sevilla, 1952) está marcado por los días de una infancia feliz en casa de sus abuelos maternos, por cuyo balcón pasaba la Virgen de la Esperanza, por aquella Encarnación sin setas de un mercado de abastos a pleno rendimiento, por el sabor comercial y entrañable de Regina y por el azulejo de San Juan de la Palma donde recibe oraciones la Virgen que tiene un sol deslumbrante por corona. Son días de esperanza en la ciudad, de colas de gafas gordas, de ciegos que ven por las manos de la Virgen, de mayores que aguantan horas de pie, de lactantes alzados hasta la mirada donde viven generaciones de sevillanos, de un patio con naranjos que escoltan como cirios verdes a la que ha bajado a los mismos pies de la Giralda. La tarde puntea claros de verano. La estancia está trufada de fotografías de la mejor Semana Santa, la que ancla sus cimientos en el sentimiento, la memoria y la fe recibida y transmitida. En una de esas imágenes hay luz sepia para la entrada del Dulcísimo Nazareno en San Antonio Abad. En otra se aprecia un abatido pero feliz nazareno ante el palio cansado de la Esperanza en la tarde del Viernes Santo.

Su padre no ha salido nunca de nazareno en la Macarena, siempre prefirió el carácter primitivo del Silencio o el sobrio recogimiento del Calvario. El hijo se hizo de la Macarena el año de su Pregón de Semana Santa, como un autorregalo en recuerdo de aquel Domingo de Pasión de 1996 en el que vivimos el imposible de estar al mismo tiempo viendo la "Cruz y Carey por Cuna y una Cara en la Campana". Vuelan los minutos hablando de la Esperanza como vuela el palio en cada levantá de gloria...

-¿Qué impresión se lleva de cuanto está ocurriendo estos días en torno a la Virgen de la Esperanza?

-Se demuestra algo que tal vez no se pueda decir en esta nueva Semana Santa que es tan políticamente correcta. Se demuestra que Sevilla es macarena. Nunca he visto tanta agitación, tanta alegría, tanta bulla, tantas colas, tanta sensación de fiesta... El sábado, cuando salió la Virgen, pude ver un ambiente de verdadera fiesta, ambiente de Semana Santa en sitios por los que faltaban ocho o nueve horas para que llegara la Virgen, gente que estaba encantada de la vida, gente que sabía que iba a pasar algo excepcional.

-¿En ningún caso apreció esa novelería que tanto se le achaca a los sevillanos?

-Cero. En ningún caso. Lo único que se ha visto es autenticidad. Nadie hace colas de dos o tres horas por novelería. He visto alegría. Que nadie se moleste, pero en Sevilla sólo el Gran Poder y la Macarena pueden salir en cualquier fecha del año sin que resulte excesivo, raro, impostado, fuera de su tiempo... Porque tienen una capacidad no sólo de convocatoria de gente, sino de generar emociones, lo que le da una enorme autenticidad a todo. Recuerdo ahora, curiosamente, que el primer artículo que escribí en mi vida fue un texto muy modesto que mi suegro [don Miguel Lasso de la Vega Marañón] le dio a Marín Vizcaíno para que lo publicara en el Boletín de las Cofradías sobre el vía crucis que presidió el Gran Poder en 1979. Lo titulé El lunes que parecía un viernes. El ambiente en la calle era el mismo que cuando el Señor se echa a la calle en la Madrugada. Y cuando la Esperanza se echa a la calle, el ambiente es de Madrugada o de mañana de Viernes Santo, según la hora que sea. En la procesión de ida fue excepcional ver ese ambiente de alegría. Y esas colas interminables en el Sagrario... La gente quería ver a la Virgen y verla en ese sitio tan especial.

-Expliquémosle a alguien de fuera de Sevilla qué supone la Virgen de la Esperanza.

-Es facílisimo. Porque hace poco lo he hecho con dos amigas de fuera de Sevilla, nietas de don Gregorio Corrochano. Sólo les dije cuatro palabras, les referí que la Esperanza tiene el don de resucitar la Sevilla de los años 20, 30 y 40, como si vivieran Rodríguez Ojeda, Aníbal González, Joselito, Sánchez Mejías, Turina, los Quintero... pero sin ser un anacronismo histórico. La Macarena tiene el don de resucitar lo más auténtico de la Sevilla popular, la regionalista, que tal vez fue la época más esplendorosa de la cultura popular sevillana. Cuando estas dos amigas la vieron se echaron a llorar, lo que me ratifica que lo que la Esperanza comunica no es una proyección emocional nuestra porque estemos acostumbrados a verla y le hemos superpuesto la noción de esperanza en su cara, tal como hemos aprendido desde niño. No es que nosotros veamos en Ella algo que sólo vemos nosotros, en absoluto. El don de la esperanza es de Ella. Y la prueba es que estas dos amigas de Madrid, que jamás la habían visto en la calle y que sólo habían oído hablar de Ella, se echaron a llorar y en un segundo lo entendieron todo. La Esperanza no es una proyección nuestra, es un don propio de Ella.

-¿Por qué la Esperanza es más que una escultura?

-Porque sin dejar de ser una escultura, que esa es su grandeza, logra expresar la Esperanza. Es decir, quien la ve tiene durante un segundo la certeza de que ese instante es eterno. Yo creo que cuando mejor se experimenta ese segundo es cuando el paso se arría y se hace un silencio enorme. En ese segundo uno capta que no ha nacido para desaparecer un día, que no es como las bestias que nacen y mueren sin dejar recuerdo, que los seres que ha perdido viven. Y eso lo siente muchísima gente durante un segundo, no como una proyección idealizada, no como consuelo que buscamos por miedo a la muerte. No, no, no... No tiene nada que ver con una operación intelectual. Durante un momento, quien la ve se siente eterno, se siente salvado, se siente hijo de una Madre que siempre lo protege. Por eso se va una y otra vez a verla, buscando revivir ese segundo. Creo que ésta es la gran clave. Nadie ha escrito mejor sobre la Macarena que el niño, llamado Juanito, que escribió en el libro del besamanos: "Dale un beso a mi papá". Yo creo que nadie lo ha reflejado mejor, ni Rodríguez Buzón, ni Caro Romero, ni Romero Murube... Esta imagen tiene la capacidad de que un niño sepa que dándole un beso a la Esperanza, Ella le va a llevar ese beso a su padre. Alguien podrá decir que eso le puede ocurrir a cualquier niño con cualquier otra imagen que sea de su devoción, sin lugar a dudas, pero hay dos claves. Una, que se sepa, nunca ningún niño ha escrito eso, más que allí. Y dos, en la Macarena ya no es una experiencia subjetiva de un devoto concreto con su concreta imagen de su devoción, sino que es una experiencia universal, sentida por muchos. Y ésa es la causa de su grandeza.

-Estará de acuerdo entonces con el famoso verso del 'Como tú ninguna'...

-Sin lugar a dudas. No estoy yo de acuerdo, está Sevilla de acuerdo. Y se ha visto en la calle. Eso se podía decir en los tiempos de Rodríguez Buzón porque todo el mundo entendía que las grandes imágenes de Sevilla no niegan a las demás, ni la hacen de menos, sino que de alguna forma las representan. Hoy le pegarían un tomatazo. Además, es muy inteligente y muy duro lo del "Reinas habrá", de acuerdo, pero remata: "Pero como tú, ninguna". Y se ha demostrado en la calle, en la devoción, en lo que mueve... Que no es espectáculo, porque va muy medida. No es el folclore, porque no hace ninguna concesión. No es el chimpún, porque en la Madrugada el paso de misterio lleva la música de corneta más sobria que existe y el paso está llevado con una música clásica extraordinaria. No tiene nada que ver ni con el folcloreo ni con el chimpún que tanto hay ahora en la Semana Santa.

-Sabe que hay quienes no ven precisamente una muestra de mesura en once horas de procesión.

-¿Las once horas? Realmente el paso no podía andar. Eso lo vimos todos. Lo único que me apena de las once horas son las personas mayores que vinieron del Polígono de San Pablo o del norte de la ciudad, que esperaron y se tuvieron que ir. Y el centro no estaba fácil para remontar e ir a buscar el paso. Pero nadie me lo ha dicho enfadado, si acaso con un poquito de pena. Mi padre me contó que una vez oyó: "Hay que ver lo que esta Mujer arma cuando se echa a la calle". Los más suyos comprendieron que algo habría pasado, que la gente no la habría dejado andar. La intención de la hermandad es siempre que la vea el mayor número de personas posible. La prueba está en el horario tan amplio del besamanos.

-¿Cómo debió ser la ciudad antes de que se esculpiera la Virgen de la Esperanza?

-Más triste. Hay dos Sevillas, antes de que se esculpieran el Gran Poder y la Macarena y después de que se esculpieran el Gran Poder y la Macarena. Es un proceso muy lento. El Gran Poder y la Macarena cuajan como devociones grandes de la ciudad a finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX. No son cosas de un día para otro. Son devociones que cambian a la ciudad, que cambian la sensibilidad religiosa, cambian la percepción del dolor de la ciudad, cambian la percepción que tiene la ciudad de Dios y de la propia fe. ¡Claro que lo cambian!

-¿En qué consiste ser macareno?

-En saber que toda situación tiene salida. En saber que se queda una luz encendida cuanto todas se apagan. En tener la certeza absoluta de que siempre se abre otra puerta, en que no hay ningún horizonte en el que todo está cerrado, en que no hay ninguna situación sin salida, sobre todo y especialmente la más dramática de todas, que es la muerte, la pérdida de un ser querido. No por buscarse un consuelo, lo cual me da mucho coraje porque en eso se basan las críticas ateas o de los no creyentes. ¡Es que se se siente! Y lo que se siente no se puede negar. Sería como traicionarse a uno mismo. Sería como una invención, como una fabulación. Es una certeza absoluta. Y en esto Sevilla es extraordinaria, sobre todo en etapas de un cristianismo triunfalista, de un cristianismo que niega el dolor... En Sevilla, desde que se imponen las grandes devociones de la ciudad, sin hacer de menos a ninguna, está claro que el Gran Poder de Dios se manifiesta en su debilidad y en su ternura, como si estuviera vencido. Y que una Dolorosa que sale en la Madrugada y en cuya hermandad está de titular el Sentenciado de muerte, es la encarnación de la Esperanza. Creo que ésta es una de las claves de la Macarena que el paso del tiempo ha forjado con una sabiduría increíble. La Macarena deja claro que no hay ninguna sentencia de muerte definitiva, como sobre el paso de misterio está claro quién es el Rey y quién es el títere. El Rey es el condenado y el títere el que está en el trono. El tercer milagro sevillano sería convertir la agonía en la cruz en la ascensión, que es el Cachorro. No se sabe si muere o si asciende. Y no puede ser más naturalista. No se trata de representaciones triunfalistas fácilmente consoladoras, sino que se asume el dolor y se trasciende.

-Una Semana Santa en la que no sale la Macarena...

-Es menos Semana Santa. Lo sabemos todos. Pierde una gran parte de su culminación, es una Semana Santa que pierde su Norte, que pierde alegría. La Macarena está en la frontera más dura donde se libra ahora la batalla de la autenticidad religiosa, devocional y emocional de la Semana Santa. La Macarena mantiene la elegancia de la Semana Santa popular, que es alegre, pero nunca vulgar; que es desmedida, pero nunca groseramente transgresora; que es seria, pero nunca triste. La Macarena juega en un terreno muy difícil, de contención. Las hermandades de negro lo tienen mucho más fácil, son lo que son. La Macarena mantiene el sello de la elegancia popular de los barrios antiguos sevillanos. Por eso me gustan tanto las metáforas de Juan Sierra en su famosa poesía en la que evoca la cal de una fachada, el romero y el vino blanco. No hay cosa más sencilla, más hermosa y más popular que la cal de una fachada. Pues eso es la Macarena, la blancura de la cal de una fachada, donde Juan Sierra la pensaba.

-¿Cómo ve la evolución de la ciudad y de la hermandad en estos cincuenta años? Del blanco y negro de aquella coronación de 1964, con Franco en la Catedral; al otro día con la Virgen de la Esperanza vuelta hacia el Ayuntamiento, con la anécdota de un político socialista con la vara dorada de las capillas por unos instantes.

-La Macarena no ha cambiado. La pasada Madrugada no salí de nazareno por razones personales por primera vez desde los 13 años. Tú sabes que en la Hermandad de la Macarena hay un cierto debate interno sobre si los nazarenos deben o no salirse de la fila a desayunar, sobre si los armaos deben salirse o no en la calle Feria... No es fácil gobernar la desmesura. No es lo mismo la Macarena que yo conocí de niño en los años cincuenta que la Macarena de los 2.300 nazarenos. Comprendo la preocupación de la hermandad. Yo fui a ver la cruz de guía debajo del balcón de mi abuela en la Encarnación. Y fui con el miedo de encontrarme una cofradía excesivamente seria y no la de los recuerdos de mi niñez. Cuando llegó la banda chica, que casi me gusta más que la grande porque es prodigioso que Hidalgo los eduque en la estricta disciplina de Escámez en lo que yo llamo el conservatorio de Hidalgo, cuando llegaron esa banda, la cruz de plata, esas cuatro bocinas orgullosas y el cortejo se fue metiendo en la Encarnación, cuanto todo eso ocurrió empecé a ver a un armao desayunando en la Encarnación, a tres o cuatro cirios morados muy mayores tomándose un cafelito con absoluta corrección, con sus nietos en un bar para reincorporarse después... Fueron los momentos de mayor emoción de mi Semana Santa, no había cambiado casi nada. Sí, la casa de Miura no estaba, el piso de mi abuela estaba vacío, el mercado derribado, estaban las setas espantosas... No importa. Apareció la banda chica, sonaron las cornetas, un armao me pidió una calaíta disimulada de mi cigarrillo... Todo exactamente igual que en los años cincuenta aun habiendo cambiado tanto la fisonomía de la ciudad, porque la emoción era la misma. Aquello me dio mucha alegría. ¡Cómo no se van a tomar un cafelito esos nazarenos de más de 70 años en un recorrido de doce horas! La Macarena es la cofradía de capa que menos ha cambiado. Yo agradezco mucho que los nazarenos, sin excesos y sin gamberreo, sepan salirse de la fila a tomar un cafelito.

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