Crítica de Cine

El negro que tenía el alma blanca

No debe extrañar que los franceses hayan encontrado un filón de oro en la comedia milimétricamente diseñada para tener éxito a cualquier precio, aunque sea el del pellizco emocional tramposo. Por una parte ellos crearon ese mecanismo de relojería teatral que era la comedia de bulevar o pièce bien faite. Y de otra han tenido desde antiguo una endiablada habilidad para vender lo superficial como algo profundo y dotado de valores humanos. En este caso acuden a la película mexicana -también muy francés: recuerden a Maximiliano- No se admiten devoluciones para hacer una versión rebosante de optimismo familiar, multicultural e interracial.

Un simpático y ligón afrofrancés se encuentra con el regalito de una hija tenida con una antigua amante que ha perdido su maternal interés. Según lo esperable, carga con ella a regañadientes, pero la encantadora niña acaba por conquistar su corazón. Años después la madre quiere recuperarla. Si les digo que el ligón cuyo corazón es conquistado por la niña, primero, y roto por la madre cuando quiere quitársela, después, es Omar Sy, la estrella francesa encumbrada por Intocable, comprenderán que todo es un hábil juego de sonrisas y lágrimas. Dentífricas las primeras y de cocodrilo las segundas, sí; pero de éxito seguro, como atestigua su millonaria trayectoria en Francia.

Han pasado 32 años desde el taquillazo de Tres solteros y un biberón, pero la cosa sigue funcionando. Aunque si se trata de padres (reales o adoptivos) que primero no quieren serlo y después luchan por no dejar de serlo habría que remontarse a los 91 años transcurridos desde El chico de Chaplin. Pero eso es otra historia, que diría el camarero de Irma la dulce.

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