Crítica de Cine

El hombre prescindible

François Cluzet interpreta a un tipo anodino implicado en una compleja trama en 'Testigo'.

François Cluzet interpreta a un tipo anodino implicado en una compleja trama en 'Testigo'. / D. S.

Son estos tiempos propicios para reflotar el thriller de conspiración política, género en el que encajan bien las atmósferas estilizadas, los tiempos dilatados y el diagnóstico crítico sobre las regiones más turbias del poder, la economía o la empresa, valga la redundancia. Testigo se suma a esta deriva posmoderna y europea del original con un ojo bien anclado en aquellos grandes títulos norteamericanos de los setenta, pienso sobre todo en Klute, The Parallax View, Todos los hombres del presidente, Los tres días del cóndor o La conversación, para situar en el epicentro de su trama de soledades, escuchas, secretos y manejos de poder a un hombre discreto y sin atributos (Cluzet, siempre solvente) que es utilizado por unos y otros para sus respectivos juegos e intereses de manipulación de la opinión pública, persecución y defensa de la ley tras ser contratado por un misterioso personaje para transcribir a máquina las cintas de las grabaciones telefónicas.

Así, con un poco de cada una de las películas de referencia citadas agitado en su coctelera argumental, Testigo asienta su sentido del suspense, su ambigüedad moral y la dosificación de la información entre escenarios urbanos e interiores de diseño despejado y lineal, un trabajo fotográfico low-key al estilo Gordon Willis (escena final en el estadio incluida) y una calculada frialdad a la que tal vez le sobre (por evidente caída en el cliché) ese apunte romántico-redentor entre nuestro solitario, honorable y perplejo protagonista y la chica que conoce en Alcohólicos Anónimos. Tras la elegante apariencia de imitación del producto, resuenan también de fondo en esta cinta de debut de Thomas Kruithof los ecos de la trastienda más sucia de la geo-política (francesa), ese mecanismo de la sombra del título original que tiene a un espléndido Bruno Podalydes como rostro de su ambición desmedida y sin escrúpulos.

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