Crítica de Cine

Un cuento gótico sureño

Una imagen de la película.

Una imagen de la película.

El encierro y las dinámicas del grupo femenino, una calculada distancia y la ritualización de la puesta en escena le bastan a Sofia Coppola para mantener algunas (las mejores) señas de identidad como cineasta (Las vírgenes suicidas, Lost in translation, María Antonieta, Somewhere, The bling ring) ante unos materiales ajenos ya antes llevados al cine por Don Siegel (El seductor) en un contexto histórico y social bien distinto.

Ahí donde la versión de 1971 se centraba en la figura y la perspectiva masculina (Eastwood) y en el cuestionamiento del orden heteropatriarcal por la vía expeditiva en plena Guerra de Secesión Norteamericana, la cinta de Coppola, que se dice fiel a la novela de Thomas Cullinan y ajena a su primera adaptación cinematográfica, se alinea con cierto aire de los tiempos en los que el feminismo no se conjuga ya desde de la revancha sino más bien a través del empoderamiento de la mujer (las mujeres, funcionando aquí todas a una como un mecanismo bien engrasado) en la observación de sus rutinas, disciplinas, gestos, movimientos y acciones aisladas tras la aparición de un soldado mercenario yankee en su mansión sureña.

Sin necesidad de echar a pelear una película con otra, la de Coppola, que le valió el premio a la mejor dirección en Cannes, se hace fuerte en su propia y rigurosa disciplina de estilo, cortesía del director de fotografía Philippe Le Sourd y de los habituales y detallistas cómplices del diseño de vestuario y la dirección artística, en su evidente carácter de cuento gótico sureño (delatado por el carácter cíclico del relato) y, cómo no, en esa poderosa atmósfera sensorial que envuelve y densifica cada detalle y cada plano a través de un aire espeso, una luz pictórica (John Singer Sargent), la ritualización de los espacios (las escaleras, la habitación del herido, el salón comedor, etc.) y un poderoso sentido de la elipsis espacial y temporal.

La mansión funciona aquí como fortín de preservación y resistencia a la violencia de los hombres, como arcadia en comunión con la naturaleza salvaje que ha de ser protegida de esas bombas y disparos que resuenan a lo lejos. Y es en esa mansión de rutina, vigilancia y orden femenino donde la presencia inesperada y prohibida del soldado desertor vendrá a alterar la convivencia y la armonía forzosa del grupo. Coppola se guarda de caricaturizarlo y estigmatizarlo, es más, lo presenta como cuerpo hermoso y carnal (Farrell), como un carácter libre y respetuoso, aunque siempre y únicamente visible (y deseable) a los ojos de esas mujercitas que han abandonado el mundo exterior contra su voluntad.

Nicole Kidman (máscara perfecta ya para papeles como éste) controla el grupo desde la disciplina y la frialdad, pero no puede frenar los impulsos carnales que se desatan pronto entre sus pupilas y que conducen a la película a su meollo y su desenlace dramático. Kirsten Dunst y Elle Fanning completan y perfilan los vértices del trío protagonista que cierra sobre la cancela y el pañuelo azul esta sugerente fábula sureña bajo cuya aparente frialdad y esteticismo fluye empero mucho más vitriolo y lava de lo que parece.

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