Crítica de Cine

Vida de un muerto, o el alma del filete

Tom Hugues, en una escena de 'Proyecto Lázaro', el regreso de Mateo Gil.

Tom Hugues, en una escena de 'Proyecto Lázaro', el regreso de Mateo Gil.

Siempre con ganas de trascender la etiqueta y los modos del cine español con sus incursiones en géneros de vocación internacional (de aquel risible thrillerNadie conoce a nadie al neo-westernBlackthorn), Mateo Gil llega también tarde a esa nueva oleada de relatos distópicos que reelaboran los códigos de la ciencia-ficción humanista en nuevos contextos futuristas cortados por el patrón de cierta estética publicitaria.

Llega tarde por que su Proyecto Lázaro es tibia, banal, discursiva y a la postre intrascendente si la comparamos con dos modelos de referencia como los de David Cronenberg (mucho más sombrío en sus predicciones sobre la nueva carne) o Charlie Brooker, creador de la serie Black Mirror, de la que esta película vendría a ser un capítulo alargado y mucho más aburrido y pretencioso en su intento de fabular y filosofar sobre la vida y la muerte en tiempos sin fe y autoconciencia de manual de autoayuda.

Gil nos lleva a un 2084 de blanco diseño clínico para contar desde allí la realidad de una vieja utopía, la de vencer a la muerte y renacer tras la criogenización. Para semejante viaje de ida y vuelta por el tiempo y los recuerdos (el gran amor, claro), Gil escoge a un protagonista de cartón (Hughes), una narración liricoide y un universo pijo igualmente de diseño con el resulta difícil establecer la más mínima empatía, asunto no poco grave para que los lemas de "metafísica de supermercado" (como dice el colega Torres Ponce) que en ocasiones se escuchan ("el alma es lo que pierde el filete al ser congelado y vuelto a descongelar") no nos hagan soltar una carcajada en mitad de la más trascendente de las escenas de este plomizo via crucis existencialista.

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