Cine

Melodrama o tragedia

  • Stephen Daldry adopta una óptica inédita en su aproximación al 11-S en 'Tan fuerte, tan cerca', que se estrena hoy con Thomas Horn, Tom Hanks y Sandra Bullock.

Al 11-S le ha pasado factura el aluvión de películas sentimentalistas que se han tomado el tema como un tirón comercial bastante irrespetuoso, y no como una tragedia adrenalítica de casi 3 horas (lo que realmente supuso). United 93 resultó ser un proyecto apasionado y conciso a la hora de relatar las dos últimas horas del único vuelo extraviado del atentado, y World Trade Center fue un homenaje inexpresivo, que llegaba a forzar un melodrama inexistente entre las manos de Oliver Stone (siendo el experto en la tragedia nacional que se supone que es). Otros como Michael Moore pusieron patas arriba el asunto. A través de Fahrenheit 9/11, uno podía llegar a comprender lo siguiente: o Moore es un genio del destape político y tiene un gran poder de convocatoria, o es otro de tantos provocadores natos a los que también se les da bien manipular a los espectadores.

Tan fuerte, tan cerca no sigue ninguno de estos esquemas. La cinta, que se estrena hoy en las salas españolas, hace uso de la inquietud y el esfuerzo para crear un melodrama exterior al incidente, una historia donde aquella trágica colisión representa un doloroso cambio personal, pero no un final. Sorprende más que se atreva a irrumpir en una cartelera adicta a los espectáculos visuales con la honestidad propia de cualquier familia que haya perdido a alguien en semejante desastre. Sin embargo, puede resultar que la cinta clame demasiado a un sentimentalismo forzado, algo atropellado debido a su constante ambición de resaltar el humanismo por encima de todo. Siendo Stephen Daldry, resulta extraño. No es el mismo que liquidó con dureza a Virgina Woolf en Las horas, ni el que llevó a Kate Winslet hasta los limites de lo física y psicológicamente posible de soportar en El lector, hasta solucionar el asunto con un trágico tensado de soga. En Tan fuerte, tan cerca ha cambiado de tercio para inspirarse en un emotivo cóctel audiovisual que busca la lágrima fácil y al espectador empático. Lo segundo puede resultar más complicado de encontrar, ya que pocos alcanzan los sentimientos (o el despecho) de Prometeo por este mundo, pero Daldry parece buscar el lo uno hace lo otro. El proyecto sigue las pautas de un ensayo social muy poco convencional, llamativo por una picardía protagonista que resulta irritante en un principio, hasta derivar en una humanidad portentosa, previsible, pero muy agradable de presenciar entre un caos comunitario como el generado tras los atentados.

Por suerte para Daldry (y para su público), la fórmula se realza tras cada fotograma hasta crear la visión de la sociedad que esperaba crear, y que todos esperan ver. La figura final es una cinta endulzada hasta los topes, agraciada por un elenco protagonista dado a la emotividad interpretativa (véase a una Sandra Bullock a la que parece que hayan rociado con un spray lacrimógeno), y que se desvía de un realismo invariable, sólo para mostrar que esta utopía no podría haberse desarrollado, de ninguna de las maneras, en la sociedad actual. Parece enfrascada en poca seriedad para no suponerle a nadie un examen de conciencia, aportándole un carisma bastante sustancial a una cinta que, prácticamente, vive de él. La catarsis emocional que se le ofrece al público carece de realismo, pero le sobra personalidad. La sorpresa está en encontrar un ápice de ella en una taquilla que lleva años decantándose por la misma premisa. Las crisis sociales merecen un respeto que muchas cintas no se atreven a darle, y si se debe plasmar el 11-S en la gran pantalla, que se haga como lo que fue: un final para algunos y un cambio para otros.

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