Crítica de Cine

Hueco ejercicio caligráfico sobre una obra maestra

Harrison Ford vuelve a interpretar a Dick Deckard 35 años después.

Harrison Ford vuelve a interpretar a Dick Deckard 35 años después.

Empecemos por los mimbres y los canastos. Las diferencias objetivas esenciales entre la Blade Runner de 1982 y esta continuación realizada 35 años después son cuatro: la novela de Philip K. Dick en la que se inspiró el guión de Hampton Facher y David Webb Peoples; el diseño de producción y la dirección artística de Lawrence G. Paull y David Snyder, basados en las ideas del diseñador Syd Mead, que a su vez contaron con múltiples fuentes de inspiración, desde el Metrópolis de Lang a los dibujos de Moebius; la dirección fotográfica de Jordan Cronenweth; y la música de Vangelis. Además, por supuesto, del breve instante de genialidad creativa de Ridley Scott que se inició con Los duelistas en 1977 y culminó con Alien y Blade Runner en 1979 y 1982 para extinguirse hasta hoy, como si hubiera sido una brillante estrella fugaz o se disolviera como lágrimas en la lluvia.

De aquellos cuatro mimbres diferenciales (más el director) a los que se debe la desasosegante profundidad temática y el agobiante esplendor formal de la obra maestra del 82 solo sobrevive en esta secuela el guionista Hampton Facher, a quien se une Michael Green, con dudosos créditos cinematográficos. Se nota la ausencia de Philip K. Dick como fuente primaria de inspiración. El evocador y elegante diseño de producción de Dennis Gassner (colaborador habitual de los Coen a quien también se deben los diseños de Camino a la perdición, El show de Truman o Big Fish) no alcanza la agresiva creatividad y absoluta novedad del mundo caótico creado para la película del 82. La dirección fotográfica de Roger Deakins sí está, en cambio, a la altura del original; no en vano es uno de los maestros de la luz como ha demostrado en sus trabajos para los Coen o en Kundun de Scorsese, Pena de muerte de Robbins o El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford de Dominik. A Vangelis, qué quieren que les diga, se le echa mucho de menos, muchísimo: la música de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch es más de lo mismo mientras que la partitura de Vangelis fue innovadora y emocionante.

Queda el último mimbre, Ridley Scott, el genio mariposa que vivió solo dos películas y media para después morir convertido en un rutinario pegapases. Villeneuve es mejor director que el Ridley Scott de 2017 pero peor que el de 1982. Es un calígrafo excepcional, elegante, cuidadoso, calculadamente distanciado de la materia que narra… Un estilista. El problema es que, salvo en su trilogía negra Incendies, Prisioneros y Sicario, con su perfecta caligrafía suele escribir textos superficiales que su hermosa letra hace parecer más de lo que son. En la aclamada La llegada ganaba (con tanta inteligencia visual que la hacía parecer profunda) el formalismo hueco. Tal vez sea su nuevo camino, vista su revisitación de Blade Runner y su anunciado remake de Dune.

Blade Runner 2049 es hermosa y está rodada con el gélido talento caligráfico de La llegada. Pero le falta abordar en profundidad los tres grandes temas que, junto con sus aportaciones formales, hicieron la grandeza del original: el filosófico (¿por qué el ser y no mejor la nada, qué sentido tiene la vida para un ser consciente de su propia muerte?), el teológico (la criatura en busca de su creador para reprocharle su miserable existencia) y el científico (¿qué diferencia existe entre los seres humanos y los artificiales?). Tal vez, prudentemente, Villeneuve, los guionistas y Scott -aquí productor- han evaluado los conocimientos e inquietudes de quienes hoy llenan los cines; y obrado en consecuencia. Aunque se maquille con múltiples referencias literarias -desde Julio Verne a Stanislaw Lem pasando por Kafka y Dickens sin olvidarse del todo de la Biblia- y cinéfilas hay un desfase entre rotundidad formal y contenido. Se le puede reprochar también la pérdida del aire retro de film noir que tenía la película de Scott.

Como cabe esperar de Villeneuve no hay abuso de efectos, ni luchas interminables. Se agradece. Pero tampoco hay creatividad y emoción genuinas. Una buena película que no puede eludir la larga sombra de una obra maestra. Un desafío del que Villeneuve sale, si no triunfador, al menos sin hacer el ridículo. Y una pregunta: ¿era necesario volver al universo de Blade Runner, cuestiones comerciales aparte? Creo que no. Pero el actual cine americano vive de retales. Dejo para el final decir que la elección del plano Ryan Gosling es un enorme error.

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