Crítica 'Mommy'

Edipo posmoderno

Mommy . Drama, Canadá, 2014, 139 min. Dirección y guión: Xavier Dolan. Fotografía: André Turpin. Música: Eduardo Noya. Intérpretes: Anne Dorval, Antoine-Olivier Pilon, Suzanne Clément, Alexandre Goyette, Patrick Huard.

Barroco, excesivo, posmoderno. El cine del canadiense Xavier Dolan arrastra ya desde su debut, J'ai tué ma mère (2009), el estigma de una renovada autoría contemporánea pasada por el filtro de la juventud y atravesada por los ecos de cierta tradición cinéfila (Almodóvar, Kar-wai, Garrel, Cassavetes o Van Sant salen siempre a colación) y una ausencia de complejos a la hora de abrazar referencias de la cultura popular.

Mommy regresa al lugar del crimen de aquella primera película, saludada ya como la obra de un wunderkind con ganas de comerse el mundo (de hecho, acaba de comérselo: Premio Especial del Jurado en Cannes compartido con Godard), para replantear en forma de triángulo dramático y entre planos de formato cuadrado (1:1) el viejo esquema de un Edipo en el paisaje suburbial de Québec.

El director de Lawrence anyways da la apariencia de querer y entender a sus criaturas histéricas y rabiosamente vivas, a esa madre hortera, fuerte y deslenguada, a ese hijo hiperactivo, conflictivo y violento aunque terriblemente humano, a esa vecina que proyecta en su relación extrema su propio trauma como camino de redención.

Dolan sabe qué hacer con ellos (con sus rostros y sus cuerpos) cuando los tiene uno a uno en el encuadre, cuyo formato es aprovechado más allá del mero capricho, sobre todo cuando, en un par de ocasiones, lo ensancha para que entre el aire (también la musiquilla, parece inevitable) en ese mundo cerrado en sus propias claves y dinámicas internas, un mundo estridente y de tonos fuertes ajeno a una realidad que se presenta siempre dramatizada.

Lo interesante en Mommy es observar cómo fluye y se modula toda esa tensión de ida y vuelta entre los personajes y el plano, cómo el dispositivo encarna una nueva y poco complaciente variación del mito de Edipo con aires de tragedia posmoderna. Lo superfluo, y esto con Dolan siempre es problemático, lo menos atractivo, viene cuando el cineasta pretende construir la película más allá de esos gestos de fuerza, cuando quiere dejar su firma a toda costa en un filme cuya potencia primigenia tal vez no la necesita.

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