Crítica 'Lío en Brodway'

Divertida fiesta privada de un viejo maestro

LÍO EN BROADWAY. Comedia, EEUU, 2014, 93 min. Dirección: Peter Bogdanovich. Guión: Peter Bogdanovich, Louise Stratten. Fotografía: Yaron Orbach. Música: Ed Shearmur. Intérpretes: Owen Wilson, Imogen Poots, Jennifer Aniston, Will Forte, Cybill Shepherd, Rhys Ifans, Lucy Punch.

Peter Bogdanovich fue la punta de lanza crítica y teórica de la generación de los 70, la réplica americana de los realizadores franceses de la Nouvelle Vague y de los ingleses del Free Cinema que fueron cinéfilos, críticos y autores de libros sobre cine antes y después de ser directores. Sus estudios sobre Welles, Ford y Hitchcock son de referencia. Al igual que sus libros de entrevistas -El director es la estrella- con los directores antes citados más Dwan, Hawks, Lang, Cukor, Aldrich o Lumet. Sus documentales sobre cine, sobre todo su Dirigido por John Ford, son piezas fundamentales. Sólo Woody Allen (1935) le supera en edad. Scorsese es de 1942, Lucas de 1944, Spielberg de 1946. Bogdamovich, como Coppola, es de 1939. Cuando debutó como director en 1968 con Targets, Coppola ya había dirigido dos años antes Ya eres un gran chico y escrito el guión de ¿Arde París?. Allen debutaría un año más tarde con Toma el dinero y corre, pero desde 1965 había empezado a hacerse popular como actor con ¿Qué tal, gatita? y Casino Royale. Para que eclosionara la generación al completo -cuya supremacía quedó marcada por El Padrino en 1972- habría que esperar a 1973 (Malas calles de Scorsese y American Graffiti de Lucas) y a 1975 (Tiburón, de Spielberg). Por eso, y por su escritor, Bogdanovich es un pionero.

Targets (1968) era una confrontación entre el terror clásico, representado por un viejo actor interpretado por Boris Karloff, y el nuevo terror real, representado por un veterano de Vietnam que se convierte en un asesino. Cinco años más tarde rodó su obra maestra, The Last Picture Show (1971), una historia de fracasos, dolor y derrota en un pueblo del Medio Oeste en el que va a cerrar, acorralado por la televisión, el último cine cuya proyección de despedida será Río Rojo. Tras ella vinieron inteligentes homenajes a la comedia loca de los 30 (¿Qué me pasa, doctor?), al cine de los 20 y los 30 con niño (Luna de papel, rodada en blanco y negro), al clasicismo literario (Daisy Miller), al musical (At Long Last Love), a los orígenes del cine (Nickelodeon), al cine negro de los 50 marca Fuller (Saint Jack y a la comedia de enredo (Todos rieron). Esta última película, en 1981, cerró la década más brillante de Bogdanovich como realizador además de traerle graves problemas personales (la intérprete y modelo de Playboy Dorothy Stratten, que era también su amante, fue asesinada por su marido antes del estreno) y profesionales (el escándalo convirtió la película en un fracaso que le arruinó). Los 90 fueron mediocres. Las realizaciones se fueron espaciando. Desde 1999 hasta ahora sólo ha dirigido dos películas, The Cats Meow en 2001 y esta Lío en Broadway en 2014. Ambas responden a lo que ha sido toda su obra. En la primera volvía a su interés por la historia del cine recreando el trágico crucero que Chaplin, la columnista Louella Parsons, la actriz Marion Davis y el director Thomas H. Ince -que resultó asesinado en un drama de celos- hicieron en 1924 a bordo del yate del magnate W.R. Hearst (una morbosa revisión cinéfila a la tan parecida tragedia que él vivió con el asesinato de su amante). En Lío en Broadway vuelve sobre el mundo del teatro, tan querido por él, en clave de comedia de enredo.

Es el desahogo de un señor retirado de 76 años que ya lo tiene todo hecho y dicho, que no precisa justificarse y se permite jugar con el cine que ama. Una estrella cuenta su vida, desde sus inicios como taxi girl o chica de compañía hasta su éxito en Broadway. Sobre todo su tormentosa relación con un famoso director teatral felizmente casado hasta -claro está- que aparece ella. Esta comedia de salón está dirigida con finura por un Bogdanovich que parece torear para sus amigos en el tentadero de su cortijo. El público no es ignorado, sino invitado a compartir el arte del maestro en un clima íntimo, deliciosamente anticuado y relajadamente carente de aspiraciones. Como además resulta ser muy divertida gracias a un guión ingenioso y unas excelentes interpretaciones, esta fiesta privada resulta serlo también para todo aquel que la comparta. En Estados Unidos fueron tan pocos que ni tan siquiera se estrenó. No son país para viejos las salas de los multicines palomiteros de los centros comerciales. Esperemos que entre nosotros corra mejor suerte. Porque la merece.

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