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Almonte agradece a la Virgen que librara al pueblo de la cólera napoleónica en 1810

  • Los fieles vieron la mano de la Reina de las Marismas detrás de la orden que evitó la venganza del Mariscal Shoult· La comarca se levantó contra la invasión de Napoleón

Las tradiciones se forjan a través de los años y su valor se mide inexcusablemente en la salud que muestre una vez alcanzado su periodo de solera. Con estos dos pilares como análisis nadie pone en duda que Almonte vive en estos días, con motivo de la celebración del Rocío Chico, una de sus fiestas más íntimas, con las que el pueblo rememora el milagro de la salvación almonteña tras el asedio de las tropas francesas que clamaban un escarnio por la muerte de uno de sus generales.

De este modo, desde el pasado domingo 16, el Santuario de la Blanca Paloma es centro neurálgico de la fe mariana en la aldea y el escenario en el que recordar como Ella logró frenar el baño de sangre que muchos ya preveían como inevitable. Quizás por estas connotaciones de tragedia su celebración tiene un matiz aun más espiritual, si bien como no podía ser de otro modo en la aldea se volverá a destilar la fiesta y las plegarias en forma de sevillanas.

El presidente de la Matriz, José Joaquín Gil, ya ha estimado que la afluencia será muy pareja a la de ediciones pasadas, por lo que confía ciegamente en que se repita la afluencia de visitantes del pasado año, en la que se registraron 100.000 almas.

De este modo, los fieles subrayan que, tal y como se demostró en la pasada romería de Pentecostés, el hombre refuerza sus convicciones espirituales en tiempos de crisis, da valor a las cosas verdaderamente importantes de la vida y cuida más su parcela humanista. De ahí que a pesar de mermar los recursos económicos de las familias, ello no impida que vuelvan a sucederse miles de estampas de fervor en el santuario.

La mayoría de las tradiciones religiosas hunden sus raíces en iniciativas paganas que posteriormente son perpetuadas a través de los tiempos. El Rocío Chico, por el contrario, hace una salvedad en el corpus de celebración que tiene a la Patrona almonteña como protagonista y fundamenta su origen durante los hechos que se produjeron durante el periodo comprendido entre el 1808 y 1814, fecha en la que España fue sojuzgada por las fuerzas napoleónicas.

Al inicio de esta invasión por parte de los gabachos, Almonte vivió un buen número de cruentos episodios de insurrección que según los almonteños se saldaron sin fatales consecuencias, gracias a la protección de su Patrona, a la que trasladaron el 11 de enero de 1809 como sustento espiritual y como protectora de los ciudadanos españoles.

Aun así la numantina resistencia en el municipio condal hizo enormemente cruenta la lucha entre ambos bandos, soliviantando más si cabe a la población cuando se decretó la instauración de la Milicia Cívica para servir a las órdenes del ejército francés. Esta decisión fue la correa de transmisión de nuevos movimientos de sublevación, los cuales se tejieron aprovechando la marcha del jefe de la milicia, el coronel Manteau. Una ausencia que sería aprovechada para asestar un duro golpe a los infantes gabachos pasando sus gargantas por el filo del acero.

Esta rebelión irritó sobre manera al Mariscal Shoult, quien el 20 de junio de 1810 quiso dar un golpe de efecto a la situación para constreñir los efectivos y la operatividad de las masas, evitando así una rebelión que comenzaba a cocinarse y amenazaba con marchársele de las manos. Para esta empresa Shoult destinó al capitán Pierre Dossau al municipio bajo la estricta orden de obligar a todos los varones de entre 15 y 60 años a alistarse en la milicia.

Para poner coto a la vorágine de anarquía, el capitán dio órdenes explícitas al alcalde de la villa de dar cumplimiento a la norma de alistarse a todos los varones. A la mañana siguiente al bando municipal, concretamente el diecisiete de agosto, la ciudadanía, ante la imposibilidad de dar cumplimiento a la orden, acuerda revelarse contra el ejercito napoleónico y conformaron un grupo de treinta y nueve almonteños que toman las armas para batirse el acero en una lucha sin cuartel. Tras acudir a la casa de la familia Cepeda, en la ya famosa calle del Cerro, los ciudadanos lograron tumbar las defensas francesas integradas por ochenta y ocho soldados de infantería y culminar la operación sesgando la vida al capitán Dossau.

El éxito de la operación pagana hace montar en cólera al Mariscal Shoult, quien ordena de inmediato "pasar a cuchillo a los vecinos y saquear e incendiar el pueblo". El bárbaro decreto no difería del suscrito en multitud de municipios españoles de aplicar un escarnio ejemplarizante a todas aquellas poblaciones que osasen derramar sangre francesa. La caballería enviada por el Mariscal alcanzó tierras almonteñas el 18 de agosto a fin de cumplir el sádico mandato de proceder al exterminio de la población rebelde.

En esa misma noche las tropas se asentaron en un pueblo dominado por el miedo a una temible represión francesa. Más aun después de que estos comunicasen a los representantes de los cabildos secular y eclesiástico la destrucción proyectada y que no habría piedad ni prisioneros. A esta empresa habría de contribuir una dotación de ochocientos infantes que aguardaban llegar a la villa para, acto seguido, lanzar el cruento ataque.

Nuevamente ante la desesperación y en plena antesala de una masacre anunciada el pueblo almonteño se encomienda a su Protectora. Es en la madrugada del diecinueve de agosto de 1810 cuando miles de plegarias se suceden por doquier pidiendo que la furia gabacha sea aplacada. El milagro se sucede y según las fuentes eclesiásticas cuando las tropas se cernían sobre el municipio éstas reciben órdenes de retroceder.

Según los propios almonteños la Virgen del Rocío obró aquel milagro y no dejó desamparados a sus fieles. Debido a ello, tanto "el Ayuntamiento, como el clero y la Hermandad Matriz acordaron de forma unánime que el día dieciséis de agosto de 1813 se hiciese "un voto formal" para revivir aquella actuación divina.

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