Provincia

Con las botas puestas

Llegó a Almonte para atender a su feligresía durante siete años. El período que media dos Venidas de la Santísima Virgen a su pueblo. Así lo confesaba en sus círculos de confianza más íntimos. Venía a su pueblo, en el ocaso de su ministerio sacerdotal, que había desempeñado en diversas parroquias de la provincia y, especialmente, en la localidad de Punta Umbría, donde granó como presbítero, y que consideró su pueblo de adopción, desarrollando en ella una floreciente labor pastoral. Aquí tuvo en el proyecto Naim para la curación y reinserción de jóvenes rehenes de la lacra de las drogas, creado en 1991 con su alterego, el también presbítero Francisco Echevarría Serrano, la niña de sus ojos. Una encomiable iniciativa social y religiosa de referencia fuera y dentro de nuestra diócesis. Pero venía, a pesar de su respetable edad, dispuesto a dar el do de pecho. Convencido de que afrontaba el reto pastoral más importante de su vida: ser profeta en su tierra, Almonte, pueblo al que quería con toda su alma. A un destino, siempre difícil y complejo. Dispuesto a aprovechar el mayor recurso espiritual de los almonteños, la Virgen del Rocío, y seguir proyectando su potencia luminosa, más allá de Almonte.

De complexión fuerte y de condición austera y sencilla, su aparente estilo cansino, también propio de su edad, encubría una tenacidad insobornable y un modo particular de hacer las cosas, con lentitud, pero con una constancia insuperable. Sabía dónde estaban sus metas, a menudo ambiciosas, y hasta ellas llegaba, poco a poco, con fiabilidad y certeza, rehusando y rehuyendo la comodidad. Así acometió en estos años importantes obras de reforma en nuestra parroquia, que quizás sentía la obligación personal de devolverle el mayor esplendor posible. Así ha intentado, igualmente, con la ayuda de su vicario parroquial, don Francisco Real, sin desmayo, abrirle nuevos espacios al Evangelio en Almonte, estos años, en medio de las inclemencias que vive la fe en la hora presente. Como un trabajador nato, aunque inevitablemente sobrepasado, a veces.

Don José García Muñoz fue un gran testigo de la fe, un sacerdote humano, entregado a su ministerio ejemplarmente, ocupado y preocupado por los más desvalidos, cuyo mensaje evangélico desgranaba y glosaba con serena profundidad en la misa dominical de la tarde. Reconfortaba el alma oírle en su tono pausado, porque su Dios, el que vivía, rezumaba y predicaba, era un Dios amor, reconciliador y salvador del género humano. Su prédica manifestaba su compromiso total, porque olía a rebaño…

Ha dado lo mejor de sí estos años, con las limitaciones de su edad, y muy especialmente este año, cargado de responsabilidades. Las que han supuesto para la parroquia de la Asunción el Traslado y Estancia de la Stma. Virgen en Almonte, el Año Jubilar Mariano y las celebraciones del Bicentenario del Rocío Chico. Hizo a pie los caminos de ida y de vuelta junto a la Pastora, a cuyo lado vivió y compartió tantos momentos. Quiso estar con su grey almonteña hasta el momento culminante de las celebraciones del Bicentenario del Rocío Chico, rubricando con su presencia y con su firma, en calidad de párroco de la Asunción, la adhesión de los representantes institucionales de hoy al voto del Rocío Chico y co-presidiendo con nuestro obispo la Función del Rocío Chico en su doscientos aniversario. Sin avisar, sin altisonancias, con la sencillez que le caracterizaba, se ha ido con las botas puestas a esas marismas azules. Dispuesto a seguir trabajando, con su corazón roto, sí menester fuera.

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