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Estuarios asfixiados

  • El experto en costas Miguel Losada avisa del riesgo de inundación en las zonas urbanizadas que han colapsado el río

En los últimos 50 años, la mano del hombre ha alterado la evolución del estuario del Guadalquivir -el tramo final del río donde convergen las aguas del mar con las fluviales- y los demás de la Andalucía atlántica hasta contribuir a su colapso. Y ello a pesar de la importante contribución del estuario del Guadalquivir: fertiliza las zonas de costas, permite importantes caladeros de pesca y controla los sistemas de circulación de la región del oceáno que va desde el Estrecho de Gibraltar hasta el Cabo de San Vicente.

El catedrático de la Universidad de Granada y experto en puertos y costas Miguel Losada explica con detalle en un documental el origen y la evolución del estuario del Guadalquivir y los demás históricos de la costa andaluza occidental hasta nuestros días (Guadiana, Carreras, Piedras, Tinto y Odiel y Guadalete, sobre todo). Este científico y el biólogo Javier Ruiz fueron los autores del estudio científico elaborado en 2010 que desaconseja el polémico dragado del Guadalquivir que quiere acometer el Puerto de Sevilla para ganarle dos metros al canal de navegación. El proyecto está paralizado, de momento.

En sus conclusiones, Losada ve necesario anticipar un debate sobre el riesgo de inundaciones que pende durante este siglo sobre extensas zonas urbanas de los estuarios que se han dañado "de forma suicida" con dragados para aumentar el canal de navegación, construcción de espigones de encauzamiento, ocupación de amplias zonas con muelles y tinglados, regadíos en extensas superficies de los estuarios y los gigantes de hormigón con fines turísticos en Ayamonte, Isla Canela, Isla Cristina, Antilla, Isla Antilla y Nueva Umbría.

El experto recuerda que la predicción de un importante ascenso del nivel del mar en este siglo "pone en cuestión estos desarrollos urbanos y obliga a anticipar un debate sobre las responsabilidades y las formas de enfrentarse a las inundaciones de extensas zonas urbanas de los estuarios". El documental, que fue emitido este año por TVE dentro de la serie Las Riberas del Mar Oceáno y puede consultarse por internet, pregunta al espectador si hay que proteger las construcciones que ya existen o desmantelarlas y trasladarlas hacia tierra, además de cuestionar a quién corresponde pagar este coste.

Urge a tomar una decisión antes de que sea demasiado tarde. En este punto, Losada carga bien las tintas. "Existe la tentación de ocultarse tras la incertidumbre o la falta de certeza de los desarrollos científicos. Pero ¿y si llega un tsunami o maremoto? Los datos históricos confirman que es posible y que tras el último maremoto devastador de 1755 la probabilidad de que se repita no es despreciable".

Y concluye: "Es hora de invertir el proceso de ocupación y de detener los desarrollos urbanos suicidas que ponen a la población y a sus propiedades a los pies de las olas, de la marea y de los maremotos. Es hora de iniciar la preparación de nuestro legado".

Losada advierte que hace 80 años todavía existía un paisaje paradisíaco ente Punta Umbría e Isla Canela. Hoy para ver algo igual hay que irse al Algarve, entre Tavira y Vila Real de Santo Antonio.

problemas por zonas

El documental comienza buceando en el origen de la formación de los estuarios de la costa andaluza occidental hasta que el clima de la Tierra se estabilizó hace unos 9.000 años. En este periodo los estuarios han pasado de tener 30 metros de profundidad a ser dragados (en su fondo) para mantener su curso navegable. Otro dato interesante: han pasado de ocupar más de un tercio de las tierras bajas del occidental andaluz a quedar encorsetados en los cauces fluviales.

Si a principios del siglo XX los estuarios mostraban una cara amable de salinas y esteros, pastos, cultivos y rellenos, la llegada del barco de vapor, la industrialización y el auge comercial por mar supusieron el inicio de su radical transformación.

En el estuario del Guadalquivir, el documental recuerda la formación de La Flecha de la Algaida en lo que hoy es Trebujena; el asentamiento de Sevilla, Isla Menor e Isla Mayor, Doñana y su entorno sobre el Lago Ligustino que ya no existe; y la formación del cordón dunar de Doñana entre los siglos XIV y XV.

Losada añade que la intervención del hombre dragando el canal de navegación ha provocado que la marea ya no inunda el estuario del Guadalquivir con su agua salada, y ésta sólo puede viajar por el cauce actual.

En el estuario del Guadiana, portugueses y españoles construyeron a principios del siglo XX espigones de encauzamiento que buscaban mejorar las condiciones de navegación y evitar las inundaciones. El dique en lado portugués retuvo los sedimentos y provocó el crecimiento de inmensos arenales que siguen amenazando la existencia de lagunas y cordones litorales del Algarve.

Los diques en lado español dificultaron la circulación de mareas, la limpieza de caños y la renovación de las áreas interiores. Y acabaron por dar la puntilla al estuario al facilitar la formación de nuevas barras de arena y nuevas Islas Canela.

Desde 1979 las antiguas islas Canela y Cristina han sido ocupadas por un intenso desarrollo urbanístico. El curso bajo del Guadiana dejó de ser navegable y es hoy tierra edificada.

La afección a la desembocadura del Guadiana acabó colapsando el estuario del Carreras (el Canal de la Tuta desapareció y con ello la almadraba de la Redondela).

El siguiente afectado fue el estuario del río Piedras, colmatado por los sedimentos que procedían del Guadiana. El resultado fue la formación de la Flecha del Rompido, que avanza a una media de 40 metros cada año. A este ritmo ha crecido en poco más de 200 años cuatro kilómetros.

El avance de la Flecha del Rompido transformó la antigua desembocadura en marisma. Las carreteras locales ayudaron a desecar la laguna y a estrangular los caños principales de la marisma. Losada asegura que en pocos años será una estepa salina y permitirá el crecimiento humano. Lepe y Cartaya son ejemplos de la desecación, ya que hasta ellas llegaban embarcaciones antaño. En el estuario del Tinto y el Odiel, se construyó un espigón de más de 14 kilómetros de longitud en el siglo XX para mantener el canal de navegación, llevando el estuario fuera de sus límites naturales. Punta Umbría creció estrangulando la desembocadura y el dique también creció.

Gibraleón fue un puerto de comarca hasta que las dificultades de calado cerraron su actividad y que el Tinto permitía la llegada de barcos a Niebla, hasta el mismísimo castillo árabe. El acarreo de mineral acabó colmatando el río e impidiendo la navegación. Del XIII al XIX, San Juan del Puerto y Moguer también eran puertos con muelle para exportación y cabotaje.

En el Guadalete, se llama la atención sobre la estepa salada entre El Puerto de Santa María y Puerto Real "más transformada aún que el Guadalquivir". Su transformación se forzó aún más por el regadío en esta zona y el desvío del curso original del río.

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