Caleidoscopio

Vicente Quiroga

El año de Malandar

Hace algo más de cuatro años me ocupaba por estas mismas fechas del libro Crónica de las arenas: La otra cara de Doñana, de Juan Villa, escritor y profesor de Literatura. Nos fascinaba e impresionaba con un documento revelador de una época y de una situación, que yo denominaba -perdón por la propia cita- "una realidad amarga de intensos claroscuros y enigmas humanos irredentos…, un tema inédito, un mundo en el que andaba hace tiempo, me consta, y ahora nos descubre con todo su dolor y su desgarro, recuperando, con visceralidad sincera, una memoria oculta y vergonzante".

Gozosamente para quienes apreciamos a Juan Villa, su amistad y su calidad literaria, y recordamos su participación en aquellas Arias Breves, que ilustraban la última página de nuestro periódico, con auténticos columnistas agudos y bien dotados literariamente, del que sólo nos queda nuestro entrañable Rafael Ordóñez, celebramos ahora su nuevo libro. El escritor de pródiga prosa bien tallada, de expresión brillante e ingeniosa, se revela de nuevo con todo su esplendor en El año de Malandar, que acaba de publicar Paréntesis Editorial, en su colección Umbral.

Este diario contado en primera persona que nos descubre ese escenario prodigioso de Doñana y su entorno, de paisajes y parajes soñados al que es relegado en su destierro el protagonista, un teniente de carabineros, ilustrado y liberal de izquierdas. "joven poeta de esta España que nace redentora". Nostálgico de su intelectualidad rebelde e innovadora, se ve seducido por un ensueño panteista, una especie de iluminación redentora capaz de alejar de su mente sus preocupaciones ideológicas, que puntualmente le recuerda su amiga Connie, que en su efusión epistolar le pone al día de lo que ocurre en su Madrid natal y las vicisitudes de España tras la dictadura en los preludios republicanos de 1930.

Desde las primeras páginas uno se ve materialmente absorbido por una prosa embriagadora, subyugante, por unas descripciones, que convierten en retratos vivos, apasionantes, paisajes y paisanajes. Ese ámbito de la Diosa, del que escribía Juan Drago, enriquecido aquí por extensas y ensoñadoras imágenes de una iconografía natural, de una nomenclatura cautivadora: El Majadal, La Plancha, Las Marismillas, El Cerro del Trigo -donde investigó Schulten-, Rincón del Membrillo, Punta del Malandar y tantos otros: "El mundo se había simplificado. Sólo dos colores: el marfil de la arena y el cobalto del cielo, ambos inmaculados, planos, como en un cuadro apenas planteado como el esbozo de un decorado" y el encanto inmenso de Arenas Gordas.

Todo un diseño idílico, iluminado por trazos vitales, de personajes recreados como los escritores clásicos, con pasajes estelares de singular costumbrismo a veces esperpéntico como las noches en el llamado balneario de Matalascañas con sus increíbles ranchos veraniegos: "Imagino a esta gente en lo alto de la duna, recibiendo en sus rostros congestionados por el sol y el esfuerzo, el aire balsámico del Atlántico". No es difícil imaginarlo en esta representación viva de Juan Villa. Realmente impagable.

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