Imaginaria

Francisco / Silvera

Quiero ser catalán

Ydigo yo que, como hacen algunos países de nuestro ámbito, y conversando al caer la tarde canícula con mi maestro Antonio Carvajal, Premio Nacional de Poesía, entre otros dones mayores que la Naturaleza le otorgó, digo que por qué no reformamos toda esta estupidez de las autonomías. Sí, lo voy a decir claro, porque con meandros no llegamos a la desembocadura.

Hemos cometido la banalidad de identificar la disolución de las autonomías con la reacción, pero ahora que en toda España se olvida ya el discurso reformista que ha impulsado la aparición de los nuevos partidos (hasta ellos lo olvidan), habría que afrontar de verdad las ganas de corregir y reconducir esta tristeza política que es nuestro país (duplicidad de funciones, presupuestos inútiles, descoordinación, desigualdad, enfrentamientos nacionalistas...).

Empiezo por aclarar que la unidad de los países y el concepto ideológico mismo de patria deberían enseñarse en las escuelas con una perspectiva histórica siempre analítica, crítica, nunca como precepto, prejuicio o axioma de los que partir; eso vale para España pero también para Cataluña, la Canadá francófona, Escocia o lo que se quiera (nótese que, en estos contextos, ya no citamos a Euskadi y a casi nadie le importa; mejor prueba de la relatividad de estos debates, imposible). La Enseñanza, una vez más, es la clave. Igual que se debería limitar el uso religioso a lo privado, el patrioterista debería circunscribirse a la poesía mala o la música peor, la sentimentalidad es difícil de compartir: y no se escandalicen, ¿qué diríamos de una juez que absolviera a su hijo...? No puede ni juzgarlo.

En toda España, y siguiendo la literalidad de la Constitución vigente, deberíamos estudiar el catalán, el castellano o español, el gallego, el euskera, deberían nuestros estudiantes (nosotros todos) poder leer con orgullo la obra de quienes han usado como lengua madre cualquiera de las reconocidas por la Carta Magna, y leer a Rosalía, Verdaguer, la literatura tradicional vasca y todo lo que podamos disfrutar en las fuentes originales, porque un tipo de Cartaya debería sentirse tan catalán como uno de Vilanova i la Geltrú y una señora de Sitges tan andaluza como una motrileña. Y estas lenguas, idiomas y dialectos son un patrimonio de todos del que deberíamos sentirnos vanidosos y no recelosos, porque la verdadera patria es el conocimiento y se adquiere la nacionalidad con una vida digna, con curiosidad y estudio, con el sometimiento a la razón de los hechos históricos (tan obscenos, retorcidos y simples muchas veces) y no con idolatrías de banderas e himnos. Es muy arriesgado convertir nacionalidad en sentimiento, se entiende pero eso debería ser recluido también en lo privado, madurar es vivir la tragedia del abiso entre el deseo y la realidad.

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