Puede sorprender que una película como Eskalofrío, de Isidro Ortiz, -aún en cartel cuando escribimos esto- siendo además española, que no suelen ser las más favorecidas por nuestro público, se situara el último fin de semana entre las más taquilleras del momento, ocupando un lugar discreto entre títulos mayoritariamente norteamericanos, que habitualmente son los preferidos ventajosamente por los espectadores españoles. Quizás su atractivo radique en su género: el terror, que suele contar con muchos admiradores. Ya decíamos en nuestra crítica que la tentación por el cine de terror sigue pujante en el cine español tras los éxitos notables de películas como El orfanato (2007) y REC (2007), éste último uno de los hitos del cine español del pasado año, realizado por Jaume Balagueró y Paco Plaza, que siempre se movieron bien en la especialidad terrorífica.

Lo que nos presenta Eskalofrío es la historia de un muchacho que sufre una enfermedad a consecuencia de la cual no soporta la luz solar. Su madre decide trasladarse con él a un lugar más umbrío, un pueblo en un valle del norte de España en una casa alejada de la población y junto a un frondoso e inquietante bosque. Con este presupuesto argumental se nos plantea este relato en el que se intenta que el espectador pase miedo. No siempre lo consigue y de ese escalofrío del título, con k para enfatizar más esa posible psicosis, a veces el espectador no siente más que un ligero temblor.

En principio el ambiente nos presenta algunos elementos un tanto discutibles. Entre ellos como un pueblo pequeño, rústico, lejano e innominado, cuenta con un instituto de enseñanza media con abundancia de alumnos y además dispone de una comisaría bien provista de inspectores. Difícilmente es posible encontrar esto en una pequeña localidad como la de esta película. Aparte de esto los recursos que el realizador, Isidro Ortiz, en esta nueva realización en clave de terror -la primera fue Somme (2004)-, no parecen de lo más convincente. Entre otras cosas porque como ha ocurrido en otras producciones españolas de este mismo género falla el guión.

Ocurre que igualmente como en otros casos la puesta en escena y la voluntad del realizador de sacar adelante su historia, superan las limitaciones y carencias que el pretexto fílmico adolece. Y eso que el guión se debe al director y a tres autores más: Hernán Migoya, José Gamo y Alejandro Hernández. Sus continuos intentos de inquietar o aterrorizar a los espectadores, se quedan en los sobresaltos sonoros y en un final que, dispuestos para sorprender al público, no consiguen plenamente sus objetivos ni añaden novedad alguna a lo que ya hemos visto hasta ese momento durante el desarrollo del relato.

Los convencionalismos son, en algunos casos, los que suele brindarnos el género, sobre todo cuando está en manos de directores con no mucha experiencia. En este caso confiemos en que Isidro Ortiz, con un mayor presupuesto y un guión mejor elaborado, pueda afrontar nuevos proyectos en este mismo sentido. De momento celebremos que su película se haya desenvuelto, sobre todo en el último fin de semana, con cierta solvencia por encima en número de espectadores que producciones extranjeras de muchas más pretensiones. Esto es lo que nos ha llevado a ocuparnos una vez más de Eskalofrío.

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