unodelos nuestros

josé Antonio Mancheño Jiménez

El profeta tartésico

Arqueólogo. Profesor emérito del Departamento de Prehistoria.

En esa densa niebla del ayer prehispánico se menciona a Tartesos como esa inmensa noche que circunda el misterio y es creadora de un hábitat, territorio o civilización, donde creció la leyenda de Gargoris y Habidis, que, según Sánchez Dragó en su documentada obra Historia mágica de España, fue reino de Argantonio, antes de Gerión, en donde se acuñaron las primeras monedas de plata, se comercializaron pesquerías y metales y se versificaron sus leyes.

Los investigadores constituyen una insondable fortaleza donde sus teorías contienen fuentes documentales basadas en legajos y textos heredados de culturas milenarias.

El mito es extraído de escritos bizantinos y fenicios que apuntan la existencia de una comunidad deciente del bronce final, situada en las proximidades de Cádiz, Sevilla y Huelva, y más concretamente, en el lugar en que la bocas del Guadalquivir remasan sus aguas junto al Atlántico, próximo al desaparecido lago Ligustinus.

Del enigma tartésico nos hablan Herodoto, describiendo sus riquezas, la gran sabiduría y generosidad de su rey, el "hombre de plata" y, en una etapa posterior, Rufo Festo Avieno a través del poema, Ora marítima, donde se acoge a viejas tradiciones púnicas y relata, andanzas de un marino griego que recorre la costa desde Britania a Massalla, citando los lugares visitados en tan larga y extraordinaria aventura a través de Iberia.

También serían Estrabón y Plotomeo, quienes datarán y constatarán las primeras noticias sobre Occidente procedentes de Tartessos, sin poder precisar su enclave, que definen como río, ciudad amurallada, región y centro de contratación de cobre.

Las más modernas teorías citan su localización en el entorno de Doñana, en la que Schulten realizó, en tiempos modernos, varias intervenciones y destacó los restos encontrados en el de-nominado Cerro del Trigo, como prueba del acervo tartessio en tierras onubenses.

En la brumosa noche de esta fábula entra de lleno nuestro personaje, ya que Juan Pedro Garrido Roiz, vecino de la calle Rascón, bajó del tren en la estación de Atocha para enfrentarse a los códigos, Civil, Penal y Mercantil en la vetusta Facultad de Derecho, según mandato familiar, pero el destino guardaba otro aliciente que comenzó a crecer con fuerza y le hizo aparcar la carrera elegida para cursar estudios de Filosofía y Letras, graduándose en Arqueología y un largo acontecer de Etnogía, Sociología, Antropología, Paleontología y cuantofuera afín para indagar, reconstruir y divulgar las páginas veladas de los pueblos que vagan entre la fantasía y lo desconocido.

Su perfil, no se adapta al modelo que Hollywood presenta con Indiana Jones, buscador de tesoros y enrevesadas tramas; al contrario, Juan Pedro rehuye de tanta parafernalia, lejos de la pantalla, focos y maquillajes. Bajito, rechonchete, directo, tozudo, clarividente y heterodoxo en sus métodos, lo que conforma una personalidad singularísima, y un creciente dolor de cabeza que transmite a la Administración andaluza, resuelta a solapar sus investigaciones y denegarle nuevas prospecciones. Sin embargo, nunca aceptó el castigo. Poseía el aval que le proporcionaban sus yacimientos enclavados en el Cabezo de la Joya y San Pedro La necrópolis orientalizante y la gran muralla, signos irrefutables de la huella tartésica en nuestro suelo.

Dedicó su vida a rescatar la sombras del pasado junto a su inseparable esposa y compañera, Elena Orta, huelvana con ancestro alosnero, de la que nunca se separó y con la que compartió éxitos, publicaciones y teorías, a lo largo de medio mundo.

Su currículum es una apasionada visión de su labor docente e investigadora. Doctor en Historia cum laude por la Universidad Complutense de Madrid (la Prehistoria, en Huelva) y profesor emérito. Conservador y subdirector del Museo Etnológico. Licenciado en Filosofía, rama de Historia Antigua, licenciado en Derecho, becado y pensionado por los Museos del Hombre de París, Borely de Marsella, de Antigüedades de San Germain en Laya, del British Museum, de Cambridge, Portugal, Italia, Turquía, Túnez, Líbano, Siria y del Instituto Arqueológico de la Universidad de Londres, en una rápida biografía.

Con doce libros publicados, numerosas ponencias y cientos de artículos y colaboraciones en revistas científicas, es considerado como precursor de la cultura tartesia a través de sus excavaciones en la ciudad de Huelva y los descubrimientos realizados en tumbas funerarias con ajuares originarios más allá del Mediterráneo.

Aún puedo verlo, con su sombrero y su pipa, dirigiendo con recia voz sapiente y paciencia infinita, los profundos secretos que surgen del subsuelo. Fue un pionero de la Huelva Tartésica, de sus dioses, costumbres, leyes, inculturación, mercantilización, fabricación de piezas de cobre y plata, construcción y explotación de naves, industrias de salazón y pesca, de ritos mortuorios y suntuarios.

Tengo en la mente su figura y su gran horizonte trazado desde el anonimato del barro en La Esperanza, sito en el Barrio Alto de San Sebastián, hasta los muros que aterran en San Pedro, su ignorada presencia.

É excavó en el hondón de sus entrañas y sustentó su exégesis científica, basada en la investigación y estudio riguroso de antaño vestigios. Tuvo el coraje de hacer frente a los oficialistas y pancistas del oficialismo reglamentista y de una red de intereses ocultos, regalías y sumisa obediencia.

Respetado y admirado por sus tesis y aportaciones al mundo de Tartessos, descansa lejos de sus antepasados, sin que Huelva conozca su obra, sin una calle que recuerde su lucha, sin una esfinge que exhiba su memoria junto a su mar de barro. Sin nadie que conozca los riesgos y venturas de este insigne arqueólogo que tuvo la osadía de desvelar el rostro de Tartessos.

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