la tribuna

Miguel Ángel Núñez Paz

De los estragos universitarios

No pertenezco a la clase política (del signo que fuere), puedo salir a la calle sin que unos u otros se acuerden de mis ancestros, salvo algún alumno disconforme con una exigua nota; aunque incluso con éstos puedo compartir una cerveza o un buen rato. Por tanto, puedo hablar sin débitos ni trabas, pues ejerzo libremente la libertad de expresión y de cátedra, pues este medio de comunicación me lo permite.

Todo ello me obliga, por honestidad personal y profesional, a manifestarme muy negativamente en torno a que la -razonablemente denostada- Administración política haya decidido ahora acabar con cualquier potencial desarrollo de la educación, la formación superior y la investigación. Y es que el contexto se presenta tremendamente grave. La idea de recorte (dramática y profusamente difundida) que nos acompaña a cada paso en estos últimos meses ha traído consigo la obligación semi-asumida de que, para mejorar, hay que dejar de gastar; el problema es cómo y de qué forma se está apelando a esta máxima, o a lo que hace unas décadas se llamaba "apretarse el cinturón", y a lo que ahora, mediante el eufemismo de turno, se le llama recorte o lo que es peor: "medidas urgentes" para reformar lo que sea. Eso sí, el ocurrente término permite utilizar la vía del decreto-ley para afrontar problemas como al Gobierno le venga en gana, de forma eminentemente despótica y sin utilizar interlocutor alguno. Incluso se fraguan etiquetamientos para el que se resista a asumir tales medidas dócilmente, considerándolo poco menos que un disidente y un mal español. Yo me niego rotundamente a asumir ese rol por el cual ser discrepante y hablar con libertad y con criterio te convierte en antipatriota o, sensu contrario, el hecho de ser fiel lego te presenta prácticamente como un héroe. Este discurso de otra época, francamente, me aterra.

Recuerdo con orgullo mi tiempo de reivindicaciones universitarias hace más de 20 años, miro con nostalgia el sentimiento de solidaridad y de compromiso de otro tiempo, y con positividad observo que tal vez estas épocas espinosas, que nos toca hoy vivir, nos regresen al pasado no únicamente para lo malo -eso resulta evidente para cualquier observador objetivo- sino también para lo bueno: ahora recapacitaremos nuevamente sobre el reconocimiento a "lo universitario", sobre el sentido de la formación, de la Ciencia de calidad, y sobre la recuperación de valores como el estudio, la perseverancia, el reto personal de hacer a otros y a sí mismo más sabio para que eso redunde en una sociedad más libre y comprometida.

La política arbitraria de hoy, carente ya no de consenso sino siquiera de consulta, ya sea con los rectores (la CRUE es un cero a la izquierda), con asociaciones científicas y de estudiantes o con cualquier otro, y las funestas consecuencias intelectuales de ello, sólo generarán pobreza formativa y grandes dudas, no las ocultemos. ¿Cuánto personal de las universidades valioso o no se irá a la calle? ¿Veremos muchas de nuestras universidades obligadas a fusiones, en ocasiones incluso contra natura? ¿Se pensará en la calidad durante todo este proceso?...

Aunque, insisto, tal vez así sepamos reconocer lo sublime de una buena educación, y no es que la que teníamos hasta ahora lo fuera en exceso; por eso, aún más catastrófico es retroceder: tasas desmesuradas, estancamiento del desarrollo profesional o de la carrera universitaria, es decir más trabajo pero sin ilusión, sin posibilidades de crecimiento o de progresión en lo científico, en lo competitivo, o en lo laboral ... Becas inaccesibles o inexistentes, purga de docentes y discentes, devaluación hasta límites tercermundistas de una investigación que había alcanzado cotas más que aceptables de desarrollo, convirtiéndose incluso, en algunos ámbitos, en referente. Ahora ¿hacia dónde caminamos? ¿A abaratar el gasto a cualquier coste? ¿Conoceremos los universitarios con el tiempo a este Gobierno como el de Mariano manostijeras? ¿Volveremos a vivir un segundo retorno a la pretérita fuga de cerebros? Yo, sin aspiraciones de considerarme tal cosa, creo honestamente que muchos en mi situación muy pronto se lo estarán planteando.

En fin, sólo me queda reflexionar jugando con un pensamiento de María Montessori, y es que si la primera tarea de la educación es agitar la vida, esa está ya cumplida, ahora sólo queda oponerse, no desde la disputa física o visceral, ni siquiera desde la significación o la militancia política (todos suelen equivocarse cuando obedecen sin pensar), sino desde el orden, la formación y la excelsitud del conocimiento; ahora debemos ayudar a la educación a que sea libre para que vuelva a desarrollarse.

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