Cultura

Rafael Campanario participa en la Noche en Blanco de Ayamonte

  • Comparte su tiempo entre la docencia y el arte, con interesantes trabajos pictóricos

La vida tiene estas cosas, esas sorpresas que le dan un sabor constante, como un ir y venir en su propio columpio. Y es que en esta ocasión nos sentamos en torno a un café, Rafael Campanario, autor de la obra expuesta y un servidor, para encontrar razones que nos hablen de esta nueva exposición de pintura que se inaugura en Galería Passage de Ayamonte, este viernes a las 21:00. Anteriormente nuestros caminos se cruzaban por los pasillos del centro docente, por cualquier dependencia educativa o por las amplias zonas de recreo.

Este hombre, que comparte tiempo con la docencia y el arte, puede servir de ejemplo de las inquietudes que tiene el ser humano cuando su entorno le empuja a ello. 28 años repartidos por las aulas para transmitir ideas sobre el complejo mundo de la administración y las finanzas. 28 años repartidos por media Andalucía y algunos centros más. Nómada de la docencia hasta que monta su cuartel definitivo en la siempre deseada Sevilla, a la vera de su natal Lora del Rio.

Su vocación de siempre por los colores, los tizas, los pasteles o las pinturas le hacen recordar sus primeros regalos de Reyes, su estuche de dos pisos repleto de decenas de lápices, de ilusiones tempranas. Se traslada sin quererlo, a los tiempos en los que mientras su abuela cosía, él la dibujaba. O como la señora de mil canas, fruncía el ceño al ver las muchas arrugas que le había puesto en su retrato.

Rafael Campanario, sin embargo, desdeña el dibujo luego para sustituirlo por el color. Pinta más que dibuja, pero su mérito está en haber buscado el tiempo necesario para matricularse primero en Arte y diseño de Sevilla para hacer la especialidad de esmalte artístico al fuego sobre metales aunque lo suyo es el arte suntuario y después, en la Facultad de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría, donde coge el camino de la pintura y finaliza la carrera hace poco más de un año. Es un ejemplo digno de admiración, cuando hoy las desmotivación en la enseñanza se cotiza en bolsa, o cuando las listas de parados universitarios son las mayores de Europa.

Campanario se atreve con su primera exposición individual en la siempre difícil plaza de Ayamonte. Confía en sí mismo y en el colorido de cada una de sus obras. Trae una selección de quince cuadros de mediano y gran formato, donde el espíritu del autor se refleja en cada uno de ellos, y lo hace a través del color, de las sugerencias implícitas y de los mensajes abiertos al espectador. Su paleta es rica, colorista, llena de vitalidad e incapaz de dejar indiferente a nadie. Se intuye que aquello que le impresiona en su día a día lo hace suyo y con gesto amplio, con indefiniciones lineales o de dibujos previos, mancha de manera continuada, superpone, aglutina y lo hace del primer golpe, jamás retoca, ni perfila, ni rectifica. Deja reposar los colores, no los soba, les da el respiro necesario para determinar un resultado que se antoja entre expresionismo y abstracto. Es el sello de identidad de este autor que no está bajo el influjo de la luz de Ayamonte, pero cuya paleta está más viva que nunca.

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