Cultura

"Mi padre sigue teniendo sombras. La gente diáfana no es interesante"

  • Fernando Marías recrea en su nueva novela el "miedo mutuo" que se tenían su progenitor y él

La muerte ya había mostrado, desde algunos años antes, indicios de su interés por llevarse a aquel hombre, pero esos avisos no apaciguaron la dolorosa intensidad con la que Leonardo Marías se despediría del mundo. Fernando Marías, con el que estaba aquel anciano en su marcha, relata ese momento con la emoción seca y profunda de quien aborda episodios fundamentales de una vida: el hijo deja atrás, entonces, la contención con la que siempre se han tratado y asegura al progenitor que aún lo necesita por última vez, que escribirá un libro sobre ambos y precisa su ayuda, le comenta. "Me miró de una forma desesperada", recuerda Fernando Marías. "Había vuelto de la muerte y estaba inesperadamente lúcido. Intentó decir algo, pero no pudo. Y esa palabra que no dijo es lo que me llevó a hacer esta novela", explica Fernando Marías sobre los orígenes de La isla del padre, la obra que le valió el Premio Biblioteca Breve y que presentó hace unos días en el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (Cicus).

En su visita, Marías incidió en la idea que atraviesa esta ficción confesional: el "miedo mutuo" que se tuvieron los dos familiares y cómo fueron desprendiéndose de ese sentimiento. Una distancia cuyo origen sitúa el autor en un hecho concreto "que por la edad que tenía no puedo recordar, pero que me contaron y he adaptado", cuando el padre regresa a casa de su trabajo como marino mercante y el niño pregunta con terror quién es "esa figura altísima". Saber que es su padre no mitiga la incomodidad del pequeño, que pregunta cuándo se irá ese individuo recién llegado. "Él vino de un largo viaje deseoso de conocer a su primogénito, esperando que se le eche a los brazos, y yo sólo le digo que cuándo se marcha", reconstruye el narrador, que se imagina a su padre "lamentando, en el sofá, que no lo quisiera. Es algo que ocurrió también con mis hermanas". Fueron los paseos al monte Pagasarri, "al que suelen ir los bilbaínos los domingos", los que acabaron acercando más a esos dos desconocidos. "En el tiempo que se tarda en subir descubrí, por ejemplo, que había visto muchas películas y que las contaba muy bien", apunta.

Sin embargo, Marías no considera que la escritura de La isla del padre haya aclarado zonas de sombra de su antecesor, un hombre enigmático del que sus hijos llegaron a fantasear que era un agente secreto por los viajes a parajes exóticos que hacía en su trabajo. La mirada atrás ha servido al autor para reencontrarse consigo mismo, con ese chaval que se trasladó a Madrid "como un aventurero ínfimo, porque todos somos como grumetes que se embarcan en busca de aventura. Yo en vez de subirme a un velero me subí a un tren". Con este libro, prosigue, "he averiguado cosas de mí, pero creo que sé las mismas de mi padre. Él tuvo oscuridades en su vida, pero si las personas fuéramos diáfanas perderíamos el interés", sostiene.

Marías pudo ir componiendo La isla del padre en el piso familiar en el que se desarrolla parte de la acción. "Fue un regalo que la vida me hizo. Mi madre se trasladó y la casa se quedó vacía. Allí tuve un montón de sensaciones, como advertir al entrar lo que el verano había hecho con la madera, notar el olor de los veranos de mi niñez". Los hermanos llegaron a encontrar un comprador para el inmueble -"lo pusimos a la venta de inmediato, no queríamos que fuera un mausoleo"-, pero el inquilino atrasó su entrada para que Marías pudiese terminar el libro. Y allí el autor pudo despedirse de su padre -"sentí que estaba conmigo, yo le hablaba"- y reencontrarse también con la luz de su ciudad, porque, dice, "es una luz especial la del sitio en el que creces".

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