Cultura

Luz para el hombre que salvó La Rábida

  • Juan Saldaña hace justicia con el legado de Mariano Alonso, el culto gobernador que se negó a cumplir la orden de derribo de un ministro

El monasterio franciscano de Santa María de La Rábida es uno de los lugares más visitados de la provincia de Huelva. Joya del patrimonio colombino, sus paredes fueron testigo de las negociaciones, los preparativos y los desvelos que precedieron al viaje que dio lugar al hecho histórico más importante, según muchos, de la historia del mundo occidental: el descubrimiento de América.

La lección es de sobras conocida por la mayor parte de la población, al menos la onubense: en La Rábida vivió el almirante Cristóbal Colón, allí planeó el diseño de una nueva ruta que llevase de forma más fácil y rápida a Asia, ruta que habría de suponer una revolución para el comercio europeo y que, sin embargo, supuso el descubrimiento de todo un continente. Allí recalaron otros personajes clave como Pizarro o Hernán Cortés y bajo las losas de su iglesia descansan los restos del capitán de La Niña, Martín Alonso Pinzón Yáñez.

Sin embargo, lo que muy pocos saben es que La Rábida ha llegado al siglo XXI en perfecto estado de salud gracias a la determinación de un hombre: Mariano Alonso y Castillo, gobernador civil de Huelva en 1851, año en el que el Gobierno decretó el derribo del abandonado monasterio.

El gobernador Alonso, conocido de oídas en la capital más como dirección postal que como personaje concreto, recibió aquel verano un escrito firmado por el ministro de Gobernación, Fermín Arteta -irónicamente, fechada tan sólo dos días después del emblemático 3 de agosto-, ordenando la demolición del edificio del siglo XIV y la colocación, en el solar, de una lápida que recordase la gesta del Descubrimiento de América.

Su lamentable estado, ocasionado por la dejadez hacia un patrimonio que no encontró pretendientes ni tan siquiera después de ser puesto a la venta a un precio irrisorio en 1836, recomendaba su desaparición, dictamen que escandalizó al reciente cargo provincial, que tuvo los arrojos necesarios para oponerse a la orden y evitar el desastre.

Hoy lunes, Mariano Alonso y Castillo tendrá un merecido homenaje en forma de obra bibliográfica. Su justiciero es Juan Saldaña Manzanas, académico de número de la Academia de Ciencias, Artes y Letras de Huelva que ha investigado y puesto en pie la vida y obra del gobernador Alonso con todo lujo de detalles gracias al apoyo de la Real Sociedad Colombina Onubense, a la que también pertenece el autor, y a la Fundación Caja Rural del Sur, cuya sede cultural de la antigua calle Botica acogerá a las ocho de esta tarde la presentación de la obra Gobernador Alonso. El hombre que salvó el monasterio de La Rábida.

En el acto participarán también el autor del prólogo del libro, Francisco José Martínez López, catedrático de la Universidad de Huelva, y José María Segovia, presidente de la Real Sociedad Colombina Onubense, institución que cada año celebra los actos conmemorativos del 3 de agosto en el patio mudéjar del edificio que hoy perdura gracias al protagonista del texto.

La obra de Juan Saldaña no sólo narra con detalle las gestiones realizadas por el granadino Alonso durante aquel verano de 1851, incluida la exposición, organizada en siete apartados, que elevó a la reina Isabel II en la que explicaba lo que debía hacerse en el histórico lugar. También relata otros muchos detalles de la trayectoria vital y laboral de Mariano Alonso y, de paso, un retrato de la sociedad y la política de la época.

El desafío del gobernador Alonso no fue recibido con igual talante por todos. Muchos personajes influyentes de la Corte, que figuraban en la Comisión de Monumentos, según explica Juan Saldaña, llegaron a sentirse desautorizados por la maniobra del gobernador civil de una de las ciudades más pequeñas y remotas del reino, lo que definitivamente no ayudó a que la figura de Alonso fuera exaltada en los documentos históricos.

El libro de Juan Saldaña viene a sumarse al único recuerdo público que Mariano Alonso tiene en la capital -un azulejo en la calle que lleva su nombre desde 1919-y hace accesible su historia a la sociedad que le debe tanto.

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