Cultura

El orgullo de la turba infame

  • El periodista Andrés Marín Cejudo disecciona la cultura onubense en su primer libro a través de 96 protagonistas imprescindibles que representan casi todas las disciplinas

Tiene mucho de artístico tomar el ordenador y teclear letras hasta culminar un retrato preciso de personas y personajes. De ambos a la vez. Lo tiene coger palabras y crear pasajes tan realistas como figurados, prosa evocadora que esculpe personalidades y mundos interiores alejados de la vista humana. Es la escritura que escudriña rincones para descubrir, valorar y reivindicar. La que se muestra amena y accesible, invita a la lectura y deja un momento para la reconciliación con lo que nos rodea. Todo eso se encuentra en un libro que se presenta el miércoles, La infame turba, un volumen imprescindible para conocer mejor esa Huelva cultural maltratada y desconocida.

Andrés Marín Cejudo (Valverde del Camino, 1977) es el responsable. El artista; en el buen sentido, claro. Periodista y escritor. Esto no como marchamo adquirido por la edición de su primer libro, sino por su trabajo de años atrás en ese oficio de narrador cotidiano continuamente denostado. Él contribuye a dignificarlo con sus escritos, ahora revestidos de formalismo en un anaquel, pero con marchamo de origen desde su concepción para el papel de prensa diaria.

Esta colección que se presenta ahora no es nueva. Hace tres años aún llegaba por entregas semanales en el extinto diario El Mundo-Huelva Noticias, entre febrero de 2008 y octubre de 2010. Allí comenzó a desplegarse un catálogo cultural distinguido con el Premio de Periodismo Ciudad de Huelva de 2009 y que ahora mismo constituye una obra necesaria, el estado de la cuestión a través de los creadores. Porque, haciendo válido el tópico, son todos los que están pero no todos los que son. Algunos de los que faltan, por rechazo (inexplicable) a la invitación; otros, pendientes de seguir un compendio truncado por circunstancias ajenas. Hay 96 perfiles de autores de casi todas las disciplinas artísticas, de Huelva o definitivamente vinculados a ella. Nombres imprescindibles para tomar el pulso, más necesario que nunca en una época en la que este motor del alma humana encabeza el olvido oficial que lleva los focos a otras áreas.

El libro de Andrés Marín tiene mucho de reivindicación social. La de la cultura y su valor humanístico. La de su condición de sanadora de mentes perdidas en medio de una sociedad más perdida aún. La de "alimento básico que ayuda a vivir", que él mismo apunta. El arte es el camino de la esperanza, y se descubre en estos personajes que sufrieron la revelación divina que eternamente los poseerá.

Un ejemplo de ello es, para Marín, el caso del poeta Ángel Poli y sus "versos del milagro", en los que hay mucho de salvación personal y una demostración de que aquí no hay discriminación por orígenes. Es un componente más de la que el autor llama "cultura silenciosa", latente bajo el artificio con que a menudo se venden propuestas, válidas siempre pero excluyentes con un resto cimentador, parte fundamental de esa infame turba que validan tipos anónimos para el gran público y cuyo proceso de reinvención personal queda al desnudo a través de los retratos trazados. Y de forma evidente en las fotografías, excepcional pieza del puzle que desvela el alma de los artistas con el buen ojo de Elizabeth Domínguez, coautora oficiosa de la obra, y responsable de la gran mayoría de imágenes que dan apoyo vital a las palabras de Marín.

La reivindicación general de la obra se centra en una actividad incesante que lucha contra la creencia generalizada de que en Huelva "no se hace nada". Hay mucha vida, subterránea a veces, pero llena de fuerza y de color. Con una intensidad más grande de lo que muchos imaginan, ofrecida aquí para el regocijo del público.

Andrés cuenta cómo le sorprendió el acercamiento a uno de los más grandes artistas (olvidados) de la provincia, el pintor José Guevara, al que su perfil trata de hacer justicia y colocarlo en un lugar destacado para el imaginario popular. El puebleño, lamentablemente, es uno de los protagonistas que ya no pueden alimentar su legado. Su muerte se une a la de otros insignes infames, como los poetas Francisco Garfias y Juan Delgado, el historiador y arqueólogo Juan Pedro Garrido Roiz, el librero Miguel Ángel Rubira o ese genio impredecible que fue Niño Miguel, el único retratado sin entrevista previa. Pero la lista mantiene jóvenes talentos que seguramente necesitarán de una revisión en unos años. Como otros merecen aparecer por primera vez, quizá, en una futura reedición.

El compromiso queda en Andrés Marín. Su compromiso con la cultura que empezó a amar en casa desde la adolescencia. Con el oficio al que está unido de por vida por convicción y vocación. Porque no hay nada más gratificante que ser el orgullo de la infame turba.

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