el arte de la viñeta

Esa inmensa mesa de billar: el cosmos

  • La editorial Astiberri ha reunido en un solo volumen los cuatro álbumes que el artista suizo Frederik Peeters ha consagrado en el mundo del cómic a su personaje estrella, Lupus

Una vez concluidos sus estudios universitarios, Lupus Lablennorre y su buen amigo Tony Uffizi, que acaba de terminar el servicio militar, compran y reparan una nave interespacial, se hacen con sendas cañas de pescar, un par de escopetas de caza y parten sin rumbo fijo. A la pregunta de cuál es el plan responden que pasar un año sabático vagando a lo largo y ancho de la galaxia en busca de cotos favorables, pero su ojetivo real es colocarse durante varios meses a base de las infinitas sustancias alucinógenas que crecen en los planetas desperdigados por esa inmensa mesa de billar que es el cosmos. Cuando conocemos a ambos, en el primer volumen de Lupus (2002), Lupus y Tony están entrando en la órbita de Norad; deben pasar un control de aduanas y, por si acaso a las autoridades se les ocurriera hacer un registro, se desayunan las últimas anfetaminas de la alacena. En Norad no les faltará ocasión de reabastecerse.

Según dictan las reglas no escritas de la ficción, los planes no han de tardar en torcerse. Lupus conoce a una chica en un bar, Sanaa. Ella les propone sumarse a la expedición y ellos aceptan sin evaluar las consecuencias. Les advierte además que trae la desgracia a quienes la ayudan, pero ellos no le dan mayor importancia a las palabras. Mal hecho. Sanaa es como un agujero negro que absorbe la energía circundante. Frederik Peeters recurre a tropos verosímiles en un contexto intergaláctico: "Al igual que el vacío espacial aspira el aire -reflexiona Lupus-, el vacío existencial aspira probablemente el amor". Sanaa personifica cierta "bondad peligrosa". No es malvada, sólo inconsciente, y la inconsciencia suele acarrear problemas las más de las veces (Imagino que cualquiera de ustedes sabrían poner un ejemplo a propósito). El caso es que la chica es hija del señor Von Steenhanner, que envía a un sicario tras sus pasos. Este tropiezo le cuesta la vida a Tony, y empuja a Lupus y Sanaa a una huida hacia la negrura del cosmos. ¿Hay modo mejor de expresar el extravío de los protagonistas? Este punto es fundamental para el justo deguste de este excelente cómic. A Peeters no le interesan únicamente los elementos espectaculares de la ciencia ficción, que también, sino las posibilidades poéticas del género.

En Lupus 2 (2003), la pareja fugitiva se refugia en Necros, una especie de planeta asilo de exuberante jungla tropical y zonas de recreo que hacen más llevaderos los últimos días de jubilados y de cuantos no tienen otra meta que ordenar los recuerdos, resignarse y esperar. Allí conocen a Nyargance, un anciano que allá donde va lleva consigo sus libros: "La mitad deben estar totalmente prohibidos", comenta Lupus tras ojear los títulos de los anaqueles y, a través de este simple apunte, se añade otra pincelada oscura al tapiz. En Lupus 3 (2005) el cerco se vuelve a estrechar y Lupus y Sanaa se ven obligados a escapar de nuevo. Lupus escoge como destino una estación de vacaciones en órbita alrededor del planeta Lumen, ahora abandonada, que visitó en compañía de sus padres, siendo niño. El vacío debe de ser una sensación insoportable y la huida deviene regreso, reencuentro, recuperación de una época ida. En Lupus 4 (2006), tras diversos reveses que no revelaré, Lupus se encuentra a cargo del hijo de Sanaa y Tony. Quizás sea hora de sentar la cabeza.

El libreto de Lupus -reunido en un único volumen por la editorial Astiberri- es sencillamente magnífico. Las peripecias se suceden sin que el lector sepa nunca por dónde saltará la liebre, y cada percance deja un poso en los personajes, que cobran un peso dramático más que notable de un álbum a otro. Frederik Peeters imagina un mundo de planetas imposibles, seres irreales, floras y faunas quiméricas, máquinas y robots ilusorios, en el que los lectores reconocemos nuestros anhelos y frustraciones, certezas y dudas, miedos y demás; ninguna invención humana es nunca tan ajena como para que el hombre no entrevea su reflejo. En cuanto al dibujo, la impresión es que, en numerosas ocasiones, Peeters habría podido hacerlo mejor a poco que se lo hubiera propuesto. La pregunta lógica es ¿por qué no se lo propuso? ¿A qué responde esa aparente dejadez? Lupus no sigue derroteros convencionales, ni éticos ni estéticos, y ese trazo desmañado debiera entenderse como una cabal declaración de intenciones: Peeters no quiere usar un dibujo limpio en el retrato de un mundo sucio.

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