Huelva

Emigrantes le lleva el color

  • Los rocieros se reencontraron este año de forma excepcional con los vecinos de la plaza de los Dolores, que velaron el Simpecado durante toda la noche hasta la misa de romeros

Nacía la Primavera en los Dolores, cantaban ayer las sevillanas con Emigrantes que volvía a sus orígenes para hacer una salida distinta a la de los últimos años. Regaba así, desde Las Colonias, todo ese colorido en estela de luz y alegría por toda la ciudad, una comitiva que hacía volar las miradas hacia la aldea almonteña y es que los carros de Emigrantes son diferentes, así se cantaba tras la carreta del Simpecado, porque "los carros de Emigrantes son para la Virgen", sentenciaban las sevillanas.

Con esta alegría, se llenaban de vida las calles de la ciudad. "Ya viene la hermandad" decía la gente al escuchar la llamada del cohetero que abría estela en el cielo y la flauta y el tamboril ponían la música a la mañana. Había que estar como siempre en muy diversos sitios, para recoger todo ese aroma del romero que ya los peregrinos llevaban atados en vara, báculo para este camino ahora de asfalto pero pronto de arena y pinares.

Por la avenida Cristóbal Colón toda la comitiva formada, saludos del Simpecado a su paso hasta que se iban incorporando y avanzaba entre una nube de pétalos y una llegada especial con el recibimiento de siempre, también de recuerdos ayer con su cofradía de parroquia de cuando estuvieron en los Dolores, la de la Sagrada Lanzada que en la esquina del presbítero Manuel López Vega, rociero donde los haya, le esperaba. Una comitiva que presidía el hermano mayor, Juan Manuel Garrido, y el presidente, que se estrenaba en el cargo, Antonio García Parra.

"Por cada golpe de ola un pasito en el sendero...". Esas sevillanas se escuchaban a las puertas de la Comandancia de la Guardia Civil por el coro de la propia institución, donde le esperaba el teniente coronel José Antonio Hurtado; una comitiva de recepción a la que se sumaba el alcalde Pedro Rodríguez. Era un día de emociones también aquí a las puertas de la Comandancia en donde se encontraban el coro del colegio Manuel Siurot que le cantó la salve. Muchos chavales de varios colegios salieron a la calle para cantarle al Simpecado: los del Moliere, en la Catedral; los del Santo Ángel, las Esclavas, y Santa María de Gracia, a las puertas de sus centros educativos, y los del María Inmaculada, en la Gran Vía, donde los más pequeños saludaban con aplausos los cohetes y los más tímidos se tapaban los oídos, pero todos disfrutando de esta mañana.

En la Santa Iglesia Catedral se vivía un momento especial, no sólo era recibida por el párroco, Daniel Varela, ya que el obispo monseñor Vilaplana estaba en Madrid, sino que hasta aquí se había trasladado las representaciones de la Policía Local, Protección Civil y Cuerpo Nacional de Policía. Se cantó la Salve por el Coro de la Sagrada Cena y de la Casa de Galicia. Con el saludo también de la Hermandad de los Judíos y las sevillanas de los escolares del Moliere.

La carreta del Simpecado tiene un aire distinto por Independencia y San José entre las palmeras y naranjos, mientras se espera la llegada por la calle Puerto, donde hay siempre sueltas de paloma blancas que llevan muchos deseos. Es de esos momentos que por repetidos nunca cansan el verlos. Es cuando el sol besa la carreta de plata que cobija la concha marinera que porta a la Virgen del Rocío, desde arriba de la calle tiene un aroma distinto, de voces de escolares, de lluvia de pétalos, de parada ante el monumento de la Inmaculada, de ofrenda aquí, como la que más tarde llevarán Emigrantes al Nazareno en recuerdo de que en su capilla, junto a la Virgen de la Amargura estuvo el Simpecado tras su bendición y aquí le dieron cobijo. Pero aquí hay otro momento especial que gusta ver, porque ya no hay carros que pasen por las calles adoquinadas, ni el del tío de la sal, el del pan o los de las pescadería, hoy estos últimos carros ya sin uso en el Muelle de Levante son vestidos cada año con el colorido hermoso de Emigrantes, y tirado por mulos donde se puede ver el trabajo en esta cuesta y que no es nada comparado con el que realizan en el camino por las arenas. El contrapunto, los feos tractores que rompen toda la tradición acogidos a los nuevos tiempos.

En Gran Vía la comitiva era esperada con toda alegría. Este año se echó muy en falta algo que se iba haciendo tradicional con Emigrantes y es llevar hasta las Hermanas de la Cruz la carreta del Simpecado, sólo es una vuelta y ese tiempo es gloria en un lugar tan especial para Huelva como plaza Niña. Las instituciones aquí todas las recibieron, en Diputación, su presidenta, Petronila Guerrero; en el Ayuntamiento, el alcalde Pedro Rodríguez y en la Subdelegado, Manuel Bago, con sus respectivas petaladas. El esplendor llegó en la plaza de la Constitución, a las puertas del Ayuntamiento, con la salve cantada por la voz portentosa de Eduardo Hernández Garrocho, que acompañado por la Banda Municipal de Música, con el maestro Francisco Navarro, le puso letra a la coletilla final de Mi Huelva tiene una Ría.

En la parroquia de la Concepción su párroco, Diego Capado, no sólo cantaba la Salve sino que se lanzaba a los vivas más emotivos del recorrido que le llevan hasta la aldea almonteña. Allí, en el dintel de la puerta de Méndez Núñez la réplica de Nuestra Señora del Rocío. Pasaban las once y media y todos destacaban la rapidez con la que ha caminado este año, en un día en el que protagonista junto con la alegría fue la jornada intensa de calor.

De la Concepción hacia La Placeta buscando la Huelva marinera aunque este año no han podido pasar por la calle que les ha unido siempre al río, la calle Marina; así la comitiva siguió por Gravina hacia las oficinas del Puerto, donde le esperaba el presidente, José Antonio Marín Rite. De aquí a la Delegación del Gobierno y a la Comandancia donde se hace himno del caminar peregrino la salve marinera la que canta al fénix de hermosura.

De aquí siguiendo la orilla de la ría por el Odiel y con la petición de los recreativistas de volver otra vez a segunda llegaba hasta el Nuevo Colombina, despidiéndose de la ciudad en la Punta del Sebo.

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