Huelva

William Martin: nuevas reflexiones

Tal día como hoy, hace 73 años, llegaba a la playa de La Bota (Punta Umbría), un cadáver repleto de nuevas y engañosas noticias. Aunque la operación Mincemeat (Carne picada) hacía meses que se estaba fraguando en los servicios de Inteligencia británicos, no fue hasta el 30 de abril de 1943 cuando William Martin comenzaba verdaderamente a caminar como uno de los mayores secretos de la Historia.

Se trataba de engañar a los alemanes a través del cuerpo de un supuesto oficial de la Royal Navy que trasladaba una valiosa documentación a los mandos del Norte de África. Los papeles manifestaban que un próximo desembarco aliado se llevaría a cabo ese verano, pero no en Sicilia, como pensaban los alemanes, sino en el Peloponeso y en Cerdeña. Los alemanes se hicieron con los documentos, se tragaron el engaño y desprotegieron la defensa de Sicilia, como así deseaban los aliados. Se abría de esta manera un nuevo frente en el Sur de Europa. El desenlace de la operación fue todo un éxito militar para los británicos.

Pero cuando finalizó la guerra muchos detalles de esta operación secreta ya se habían filtrado a la opinión pública. Sabemos que la filtración llegó, al parecer, hasta Santa Cruz de Tenerife, en las islas Canarias. La estratagema fue conocida dentro de un grupo restringido de españoles anglófilos y de ciudadanos británicos vinculados a la Marina. También sucedió lo mismo en un conocido local madrileño, muy frecuentado por súbditos germanos. Un agente alemán en Madrid, llamado Walter, reconoció en una conversación que sus compatriotas analizaron trozos de las vísceras de William Martin en el prestigioso Instituto de Toxicología de Hamburgo, el mejor o uno de los mejores de Alemania. Certificaron que la muerte había sido causada por ingestión de agua del mar. Ya se daba por hecho que el cadáver no estaba en su tumba.

Y las filtraciones no se producían únicamente en estos ambientes extraoficiales. Sir Alfred Duff Cooper, antiguo secretario de Estado para la Guerra que sirvió con Churchill como ministro de Información, publicó en 1950 Operation Heartbreak, una obra basada escandalosamente en un secreto oficial como lo era Mincemeat. A raíz de su obra, el inquisitivo periodista, Ian Colvin, realizó una profunda investigación que lo llevó a España, entrevistándose con agentes alemanes e incluso localizando la tumba de William Martin. Es en ese momento cuando el Gobierno británico decide encargar una publicación a Ewen Montagu, uno de los artífices del plan. Una decisión ésta, por otra parte, meditada desde el mismo final de la guerra, según se desprende de la lectura de los documentos oficiales desclasificados en 2012, pero que fue inevitable ante las numerosas filtraciones que llegaron incluso a la peligrosa prensa británica.

La versión oficial británica estaba obligada a generar una impronta colectiva colosal. Era importantísimo anular toda sospecha, viniera de donde viniera. Y para ello se utilizaron todos los medios disponibles. Primero, una secuencia de capítulos semanales en el diario The Sunday Express, una metodología muy apropiada para ir aumentando el interés de los lectores por el relato. Luego, en julio de 1953, la publicación de un libro con el título The man who never was, que se convirtió rápidamente en un bestseller, el cual sigue editándose hoy día. El hecho de que en los años cincuenta un libro se tradujera a otros idiomas, incluido el español, es bastante reseñable. Se observa un especial interés en que la versión oficial llegara hasta el último rincón del mundo. Y un par de años después, el cine sería el encargado de poner en práctica esa frase tan conocidade "una imagen vale más que mil palabras".

Durante más de 40 años se trasladó a la opinión pública que el cadáver utilizado pertenecía a un hombre joven, menor de 30 años, que había muerto de pulmonía en noviembre de 1942. Y se les había pedido el correspondiente permiso a sus padres para hacer uso del cuerpo en la operación, con la idea de que nunca se supiera su nombre. Según manifiesta Montagu en su libro, el eminente patólogo sir Bernard Spilsbury le aconsejó utilizar el cadáver de un hombre muerto de pulmonía, y que se despreocupase porque los españoles, al ser la mayoría católicos, no eran muy amigos de la autopsias: "No hay nada que temer de una autopsia española; para descubrir el engaño se necesitaría un patólogo de mi experiencia y no hay ninguno en España", sentenció el engreído forense inglés. Siempre según el testimonio de Montagu, claro, porque en toda esta trama nunca ha aparecido documento alguno perteneciente a los médicos británicos implicados en el plan.

En esta primera versión también se contaba al gran público que se eligió Huelva como lugar donde iniciar el engaño por la existencia de un brillante agente alemán que mantenía unas excelentes relaciones con las autoridades españolas. En su libro, Montagu expresa: "Confiábamos en la eficacia del agente local alemán para hacerse con los documentos y no nos defraudó". Hasta aquí, de forma resumida, lo que da de sí la primera versión oficial, vigente desde 1953 hasta 1995.

Durante los primeros años de la década de los 90, son varios los investigadores que se interesaron por esta operación, de forma directa o indirecta. Por una parte, el matrimonio Steele, de origen escocés, ya se encontraba investigando un suceso que, en un principio, no parecía tener conexión con Mincemeat: el hundimiento del portaviones HMS Dasher. De forma casi paralela hacía sus pesquisas Colin Gibbon, un testarudo policía galés retirado. Su olfato de sabueso le decía que algo no cuadraba en aquel complejo puzle. Y también por aquellos años Jesús Copeiro realizó diversas visitas a los archivos británicos, buscando todo documento que contuviera la palabra Mincemeat. En 1993 solicitó acceder al archivo denominado CAB 93/7, pero la respuesta fue toda una sorpresa: aunque estaba desclasificado, se mantenía en préstamo permanente en el 10 de Downing Street, sede del primer ministro británico. Ahí es nada. Estuvo por última vez en los archivos británicos en julio de 1995, no logrando dar con la verdadera identidad de William Martin. ¿Resultaba molesto que tanta gente a la vez investigara lo mismo?

Pero por arte de birle y birloque en el mes de noviembre de 1995, meses después de la infructuosa visita de Copeiro, Roger Morgan, funcionario del Ayuntamiento de Londres, realizó el sorprendente descubrimiento de un documento recién desclasificado en el que se desvelaba la verdadera identidad de William Martin. Todo cambiaba y nada se aclaraba porque Glyndwr Michael, como así se llamaba el nuevo William Martin de 1995, resultó ser un vagabundo galés, lunático, de 34 años, que debido a su demencia había sido excluido del servicio militar y que se había suicidado ingiriendo veneno para matarratas. Por lo tanto, lo que durante más de 40 años se había creído a pies juntillas era realmente una gran mentira. Ahora, ni William Martin tenía menos de 30 años de edad, ni había muerto de pulmonía, ni se le pidió permiso a sus familiares.

La nueva versión lejos de disipar las dudas de los investigadores, consiguió todo lo contrario, ya que era difícil de digerir que en un plan tan minuciosamente organizado por el servicio de Inteligencia británico se utilizara nada más y nada menos que el cadáver de un mendigo.

Colin Gibbon logró contactar en Londres con una antigua ayudante del equipo de Inteligencia de Montagu que trabajó en la oficina 13 del Almirantazgo. La dama en cuestión, lady Pudd Ridsdale, dijo seguir atada al secreto oficial, pero reconoció que más de un cadáver fue utilizado en la operación y que si no lo dijo antes fue porque nadie se lo había preguntado. Las preguntas entonces son obligadas: ¿cuántos cadáveres se utilizaron?, y ¿a quiénes pertenecían?

Gibbon también habló con Norman Jewell, el comandante del submarino Seraph (fallecido el 18 de agosto de 2004 a los 90 años) y éste le dijo que un vagabundo no se podía convertir en oficial de la noche a la mañana, ya que las manos le delatarían inexorablemente y no creía que se hubiera utilizado el cuerpo de un mendigo suicidado con un matarratas, un don nadie. Era demasiado arriesgado. La teoría de los dos cadáveres se tornaba apasionante y fascinante.

Gibbon, Steele y Copeiro se llegan a poner en contacto y establecen la conexión Dasher. Fruto de estas reuniones y de las conclusiones obtenidas, surge la publicación en el año 2004, por parte del matrimonio Steele, de su edición ampliada del libro The secrets of HMS Dasher, en el que anuncian el nombre de uno de los 379 ahogados del Dasher como la verdadera identidad de William Martin: John Melville. A esto hay que añadir que entre los años 2004 y 2006 son dos las ocasiones en las que la Royal Navy reconoce a John Melville como William Martin. Estos últimos reconocimientos son recogidos por los Steel en su última obra del año 2010: The American connection to the sinking of HMS Dasher.

Pero a Roger Morgan, el funcionario que descubrió en 1995 el famoso documento sobre Glyndwr Michael, toda esta teoría le parecía una tontería y en el año 2009 publicó un artículo en la revista After the Battle titulado Mincemeat revisited. En su nuevo análisis hacía un recorrido por los detalles que conforman la teoría del Dasher, para finalmente determinar de forma unilateral que el hundimiento del HMS Dasher nada tenía que ver con Mincemeat, porque, al fin y al cabo, era una auténtica casualidad. Un argumentario que, siendo bastante pobre, pretendía sentar cátedra.

Asimismo, Ben Macintyre, periodista en The Times y en la BBC, publica en 2010 su libro El hombre que nunca existió, una obra muy bien redactada y documentada que aspiraba a ser la versión moderna de la que Montagu escribiera allá por 1953. Se incorporaban los datos que aparecieron a partir de 1995, afianzándose la nueva versión oficial tras la oportuna aparición de un conjunto de documentos personales del mismo Montagu referentes a Mincemeat. Macintyre en su obra, no se plantea ninguna incongruencia y da por buenas todas las piezas del puzle. Incluso manifiesta que Adolfo Clauss, el brillante agente alemán en Huelva al que iba dirigida la operación, no accedió al contenido de las cartas, algo que entra en directa contradicción con los testimonios de diversas personalidades británicas, que en su momento expresaron lo contrario. También hace una breve y escueta referencia al hundimiento del Dasher, remitiéndose al famoso artículo elaborado por Roger Morgan y entendiendo que esta teoría está suficientemente desacreditada como para comentarla.

Ante la cascada de acontecimientos anteriormente descrita, cabe concluir con las siguientes reflexiones. Cada vez que se expone una postura contraria a la versión oficial, el camino más fácil por parte de estos defensores es el de enviar dichas ideas al cajón desastre de las "teorías de la conspiración". Por lo tanto, suponemos que algo similar ocurrirá cuando estos escoltas de la verdad oficial accedan al contenido de las últimas investigaciones realizadas en Huelva, en las que se da verosimilitud al testimonio de que el cadáver de William Martin fuera trasladado en un submarino a una base alemana para practicarle una autopsia con médicos propios.

Y por otra parte, resulta llamativo este afán por desacreditar y no debatir, aun tratándose de trabajos rigurosos que se fundamentan en múltiples fuentes de contrastada validez. Al fin y al cabo, recordemos que no estaríamos hablando de esta historia si no se hubieran cambiado en varias ocasiones la versión oficial y no se hubieran descubierto diversas pistas falsas diseñadas para ocultar la verdad. La naturaleza humana se caracteriza por ser curiosa, por intentar encontrar respuestas a las preguntas pendientes y, ante reiteradas mentiras, es normal que se produzca el cuestionamiento correspondiente. Entonces ¿por qué hay que creerse esta última versión de los hechos, cuando ante nuestras narices existen un gran número de preguntas sin respuesta?

La unión de todos estos cabos nos indica que existe una clara voluntad de ocultamiento de la información. Por lo tanto, ¿qué puede ser tan importante para que 73 años después la verdad siga velada?

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