Huelva

Por siempre, Manzanares

plaza de toros de la merced Ganadería: Seis toros de Juan Pedro Domecq y un sobrero, sustituto del quinto, de la misma ganadería. Corrida bien presentada, pero a la que le faltó fondo y raza. Destacó el tercero, en manos de Manzanares. El resto dio pocas opciones al triunfo de la terna. TOREROS: Enrique Ponce: saludos desde el tercio; oreja. Morante de La Puebla: saludos; saludos. José María Manzanares: dos orejas; oreja. INCIDENCIAS: Más de tres cuartos largos de entrada. Al deshacerse el paseíllo, Enrique Ponce recibió de parte de la empresa una carabela de plata de manos del alcalde de la ciudad como reconocimiento a sus veinticinco años de alternativa. En el sexto, saludaron montera en mano Curro Javier y Luis Blázquez. Manzanares salió a hombros.

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DISTANCIA, temple y disposición a favor del toreo. Los tiempos en los que la magia sugiere quedarse quieto y mecer la muleta por el albero para enganchar la voluntad de un toro por embestir seguido, sin saña, pero con determinación de bravo. Todo eso después de que las muñecas mágicas de un banderillero, Curro Javier, educara su embestida dejando mas allá del final lógico los vuelos del capote para mitigar esa desazón de cabeceo molesto de los primeros compases de la lidia. Y a partir de ahí, la determinación de un torero como Manzanares que entendió del todo las posibilidades de un toro que llegó a sus manos predispuesto a embestir si alguien le ponía una muleta en condiciones y Manzanares quiso estar allí.

Querer de verdad. Poder con arte y manejando una lidia que empezó consintiendo y acabó exigiendo. Por eso se van a recordar por mucho tiempo ese manojo de naturales que el alicantino le firmó al el toro más feo de un encierro, tan precioso de hechuras como falto de fondo. Le tomó en corto Manzanares al de juampedro y allá en el platillo de la plaza, templó con cadencia cuatro series de naturales y derechazos con los que abrirse camino entre la apatía de una plaza a la que no había podido despertar ni la voluntad de Ponce ni la decisión de echarle gracia torera por parte de Morante.

Sobre ese eje triunfal de una faena maciza, con el toro siguiendo la estela de una muleta que nunca terminaba de alcanzar porque el temple, a esas alturas de la tarde, lo marcaba la torería y la suavidad con la que los flecos de la franela roja encelaban una y otra vez el emocionante viaje de ese tercero, al que Manzanares fulminó de una rotunda estocada.

Es una puñetera pena que la corrida de Juan Pedro no rematara en cuanto a juego la determinación con la que los tres toreros cruzaron el albero de La Merced. Faltó fondo y raza en demasiados toros. Corrida, eso sí, de impecable presencia y, de justicia es decirlo, después de tanto poco toro en estos años atrás.

En el sexto Manzanares remató su tarde llevando las riendas de una faena a un manso, rajado pero con cierta clase en su viaje cuando metió la cara. Le obligó el torero en un comienzo de faena de mucha enjundia y temple. Largando trapo siempre a los hocicos del castaño para desengañarle que el camino se abría fácil por ese carril. El alicantino saboreó ahí una justa ovación. Después todo fue buscarle las vueltas al hereje de la bravura. No importó el terreno. Cuando el toro dispuso meter la cara, ahí estaba el torero. Tres, el de pecho y poco más, pero ahí hubo arreón del Manzanares dispuesto que ayer se vistió de torero en Huelva en una tarde a la que vino de verdad. Tan de verdad como ese inmenso par de rehiletes de Curro Javier. En largo y por derecho, el sevillano prendió uno de los pares más emocionantes y bellos de muchas ferias. Larga la ovación para él y su compañero Blázquez, que también estuvo en torero.

Ponce saboreó el homenaje que le dieron muchas palmas por Huelva. Compás de cariño. Reconocimiento de algo que en estos veinticinco años le ha hecho torero valioso para esta afición que, sin embargo, no llegó a emocionarse con ese primer acto de una tarde en la que Ponce jugó a ser maestro de suavidad y templanza para tapar las carencias de un toro que admitió más por el pitón izquierdo. Por ese lado llegaría la única posibilidad que tuvo el valenciano para ligarle el toreo. Una única posibilidad para prender. Después, la nada y una faena en la Ponce tapó muchas carencias del animal.

Valiosa oreja la del cuarto. No es porque vaya a romper o volcar estadísticas, pero sí en lo íntimo. Es lo que te queda de una tarde cuando sabes que no has tenido toro para encarar un triunfo de clamor. Intimidad para saber que Ponce le quiso devolver a la afición el cariño de esa ovación de clamor en el homenaje. Íntimo convencimiento de que el arrimón no son historias de final de carrera, pero sí de vergüenza torera. Y Ponce se arrimó a las tablas, sin largar amarras y pegándose un arrimón al filo del tendido seis, porque ya no cabía más que hacer después del intento de una faena a media altura, sin otro remedio que el temple hasta que el toro dijo basta. El broche lo puso un estoconazo en todo lo alto. De ahí a la oreja median cosas como el cariño y el reconocimiento de una plaza que estuvo justa con el de Chiva.

El capotito en corto, pinceladas de toreo, esbozo de un torero con determinación y ganas y una faena que nunca terminó de irse arriba porque faltó toro en ese oponente que Morante quiso encontrar en unos naturales intensos en la única serie que tuvo opción. Soledad de muletazos con pinturería, ya la muleta en la diestra. Empaque y armonía en el compás de un toreo que no terminaba de cuajarse en ovación grande porque faltaba la chispa que el juampedro le hurtó a la voluntad del sevillano, cuanto este juntó las zapatillas en una serie de frente y al natural.

Esta vez, el quinto fue el malo. Sin arraigo de raza el toro. Sensible con su responsabilidad el sevillano. Morante cerró este pasaje con un estoconazo de categoría porque, a pesar de todos los detalles de pinturería, aquello no dio para más.

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