Huelva

Las fracturas en el brazo de Carmen apuntan a que intentó defenderse

  • La mujer, cuyos restos aparecieron sin ropa ni joyas, presentaba un fuerte golpe en la cara

Los informes antropológicos y forenses centraron la penúltima sesión del juicio por el doble crimen de Almonaster la Real, en la que los expertos expusieron al tribunal de la Sección Tercera de la Audiencia de Huelva sus hipótesis sobre el lugar del asesinato de Carmen Espejo y su hijo, Antonio Ramallo, detallando cómo se desarrolló la exhumación de sus restos óseos en el pozo de la finca de Calabazares que poseía el procesado, Genaro Ramallo.

De las conclusiones de los antropólogos de la Policía Científica se desprendieron los pormenores más llamativos. Sostienen que los cuerpos sin vida de madre e hijo fueron arrojados al vacío el mismo día de los asesinatos -"la descomposición se produjo en el pozo"-, decapitados ambos, aunque "no se puede determinar si lo fueron antes o después de la muerte". Además, precisaron que la mujer presentaba "dos fracturas en el cúbito", uno de los huesos del antebrazo, que son "compatibles con el movimiento de defensa"; es decir, que la víctima pudo estar consciente y tratar de protegerse la cabeza con los brazos cuando su asesino la atacó.

El desenterramiento de los cuerpos se inició el 15 de septiembre de 2011. El forense de la sección comarcal de la Sierra del Instituto de Medicina Legal de Huelva estuvo presente en esta jornada previa a la exhumación definitiva. Certificó ayer que se encontraron varios huesos de Carmen y restos del cráneo del niño en la primera acometida, tras lo que procedió a identificarlos y documentarlos hasta que a la mañana siguiente procedieron a excavar los antropólogos de la Policía.

A pulso y palmo a palmo, como señaló una de las peritos, fueron sacando el día 16 los restos del pozo (cribando la tierra y separando los huesos), del que ya se había extraído un gran plástico de color azul que identificaron como el suelo de una tienda de campaña, aunque los forenses de la defensa precisaron que se trataba del toldo de un remolque. Cuando habían profundizado 1,30 metros, descubrieron "otro plástico" que envolvía los muslos de la mujer ("los fémures") y "el enrollamiento descuidado de un saco de dormir". Fueron cavando alrededor para proteger el "bulto mortuorio" hasta que lograron extraerlo del pozo, de 1,4 metros de diámetro y cuyo interior era "muy irregular, como de haber ido arrojando piedras, tierra y los cuerpos" de forma "rápida, con mucha prisa y sin orden".

En él los antropólogos localizaron, dentro de una bolsa de plástico, una camisa, un fragmento del libro infantil Viaje al mundo submarino y una cajita azul. En otra bolsa había unos leggins de licra "con una rotura en una pierna" y en una tercera se toparon con unas bragas azules.

El hallazgo que "nos dejó impresionados" fue el de la bolsa de basura atada con un cordón de zapatos en la que aparecieron el cráneo y dos vértebras cervicales de Carmen. Aseguraron los antropólogos que en su interior apenas había cabellos, algo que les hace pensar en que pudo "perderlo de forma traumática", y observaron cómo presentaba un golpe "importante" en la cara, concretamente en el área derecha del maxilar superior, de la que faltaban "seis o siete piezas dentales que no hemos encontrado" en el pozo.

Más abajo, después de retirar piedras de hasta 12 kilos de peso, apareció ante los ojos de los investigadores el saco de dormir con cremallera rosa que contenía el esqueleto del pequeño Antonio. Gracias a que estaba "totalmente cerrado" los antropólogos pudieron recuperar prácticamente todo el cuerpo del menor, a excepción de la cabeza y la primera vértebra cervical. A diferencia de su madre, que tenía el cuerpo desprovisto de ropa o alhajas, Antonio estaba vestido: camiseta blanca con franja roja, bañador y calcetines.

Esto les indica que, tal y como mantienen la acusación y numerosos peritos, el crimen se produjo en pleno verano. Aunque no precisaron la fecha de la muerte, la lógica apunta al fin de semana del 21 y 22 de agosto de 1993. A las víctimas se les perdió la pista el día 20. En este punto se desató de nuevo la polémica. Los forenses de la defensa intervinieron para decir que, a tenor del examen dental del crío, éste podría tener "doce años", dos más de los estipulados, sugiriendo que el asesinato se produjo en 1995.

Siguiendo con la exhumación, la Policía Científica halló otra bolsa de plástico bajo el menor, muy deteriorada y en la que aparecieron tres tabletas de Valium 10 vacías, una más de otro medicamento desconocido, otra caja de seis ampollas de la que faltaban dos que aparecieron abiertas y con barbitúricos en el interior, "bastantes" pilas de linterna, un "látigo de cuero con mango de hierro al que le faltaban varios flagelos", unas esposas "con pelusas rosas", un mechero y una hoja de cuchillo de unos 14 centímetros que carecía de mango y de punta, con doble filo, uno de ellos de sierra. Dentro de esta misma bolsa, otra con tres pares de zapatos: unos de mujer, unas zapatillas de deporte y un tercero que tenía pegado un prospecto de Valium 10.

Con todos estos elementos de juicio los antropólogos forenses se inclinan por pensar que madre e hijo fallecieron en la finca, "ya que no tiene sentido que alguien que hubiese trasladado los restos desde otro lugar arrojara allí el cuchillo o los zapatos", por ejemplo. Les fue imposible encontrar vestigios de sedante en los huesos, por lo que no pueden diagnosticar que fallecieran por esa causa. Agregaron que las víctimas fueron decapitadas "por desarticulación" y que el arma que usó el asesino pudo ser el propio cuchillo de doble hoja.

Los peritos de la defensa, por su parte, defienden la hipótesis de que los asesinatos no tuvieron por qué acontecer en la parcela de Ramallo y que los cadáveres fueron enterrados primero en otro lugar, donde se descompusieron. Los esqueletos fueron exhumados y arrojados al agujero, dicen.

Que apenas se localizaran cabellos de Espejo en la bolsa, la ausencia o escasez de la lógica fauna cadavérica o la "anarquía absoluta" que presentaba la disposición de los restos óseos de Carmen, diseminados "sin orden ni concierto" a lo largo de los más de dos metros y medio de profundidad que excavó la Policía Nacional, están entre sus argumentos. Sobre esto último los antropólogos les rebatieron, indicando que la desorganización ósea podría deberse a la inestabilidad del terreno y a la compactación de los restos por el peso de las piedras.

El presidente de la Sala, el magistrado José María Méndez Burguillo, aclaró a los expertos contratados por la defensa la intrascendencia de este asunto, ya que el objetivo de la causa está en dilucidar si Genaro Ramallo fue o no el autor de los dos asesinatos y no si la finca es o no el escenario del crimen.

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