José García Galván (1926-2013) era un periodista de raza, de época, de los de antes. De los que ahora no existen. Su cálida voz empezó a colarse en las casas cuando aún la magia de la radio no había sido desvelada y las familias solían reunirse en torno al aparato. Una corrida de toros en La Maestranza, un festival de fandangos de Huelva... Humilde y trabajador, periodista forjado en la calle, que no podía caer en el vicio de las redacciones de hoy porque entonces no existía la comodidad de sentarse frente a un ordenador con internet.

Pero sobre todo ha sido un abuelo íntegro, encantador y que amaba a su familia sobre todas las cosas. Creía en el amor y en el sacrificio por amor. Estas palabras pueden parecer sencillas, cotidianas y típicas, pero es que él era así. Lo recuerdo paseando por su barrio de Triana, con el periódico del domingo bajo el brazo, coleccionando todo aquello que ABC lanzaba. Ya jubilado, durante la semana, no le faltaba su paseo diario a la Asociación de la Prensa. Allí se juntaba con su amigo y periodista Juan Tribuna. Leían, conversaban, debatían. Y así pasaban las horas. No le hacía falta nada más. Ya había tenido suficiente tras más de 40 años trabajando en RNE y TVE. Partidos de fútbol, Semana Santa, Los Toros. No había nada que se resistiera a su formidable voz. A que el oyente viviera y sintiera cada una de las emociones que retransmitía. Desde que comenzara en Huelva con el programa radiofónico El Viejo y el Hincha, hasta que finalizó su carrera como actor de doblaje en muchas series y películas de Hollywood.

Pepe Galván amó su profesión y la defendió creyendo en la dignidad y la integridad del periodismo como base de una sociedad democrática y veraz. Y los que hemos recogido el testigo de este maravilloso oficio, y orgullosos de personas como Pepe, sentimos la responsabilidad de devolver el prestigio al periodismo como él lo hizo grande en el corazón de quienes tuvimos la suerte de conocerlo.

Éste era Pepe Galván, mi abuelo. Mi ejemplo. Mi inspiración.