El poliedro

Ventajas privadas, públicos riesgos

  • Como la Armada Invencible frente a las fragatas inglesas, la gran banca sufre a nuevos operadores conocidos como 'fintech'.

LaS cosas grandes tienen ventajas que no tienen las chicas. Y viceversa: hay asuntos en los que lo pequeño es bello, mejor. En empresa, la gran ventaja de las compañías muy grandes es que la gran escala productiva, comercial y financiera produce una mejor estructura de costes, más eficiente a la hora de repartir el coste fijo entre una mucho mayor producción. Es a lo que llamamos, precisamente, economía de escala. Es éste un beneficio que disfruta la propia compañía, y no necesariamente -ni mucho menos- se repercute ese menor coste en un menor precio para el consumidor de sus productos. En el otro lado de la balanza, el inconveniente más claro de las grandes compañías es, sin embargo, un hándicap que no sufre la propia compañía, sino que soporta tanto la clientela como, a unas malas, todo el entorno económico del cíclope que, eventualmente, hincare la rodilla en tierra. Lo negativo de la gran corporación es el riesgo de que fracase, de que quiebre, creando efectos devastadores sobre empresas proveedoras, subcontratistas, acreedores y clientes. Y no sólo sobre ellos: las llamadas demasiado grandes para caer son un grave riesgo para el sistema social, económico y político. Las víctimas inocentes serían multitud. Por eso no caen, porque sus pérdidas se socializan, de una forma más o menos evidente o expresa. Y por eso las muy grandes juegan con ventaja y mimo político, por eso tienen agarrado de sus partes al mencionado entorno económico. Por eso pagan impuestos ridículos o directamente nulos.

El esquema descrito es perfectamente aplicable al sector financiero, a la banca en concreto: las ventajas de ser grande se quedan en la compañía, los riesgos de serlo se trasladan a la sociedad (también a sus accionistas, sobre todo a los más desavisados y minoritarios). Por eso la única solución para evitar este juego de ventaja es obligarlas a no ser tan grandes, en contra de la concentración tipo "pez grande se come al chico" que proponen el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo (BCE). Esto no lo dice Pablo Iglesias y ni siquiera Stiglizt o Krugman. Lo llevan diciendo mucho tiempo no pocos analistas y profesores insignes de insignes universidades. Recientemente, se ha abierto al gran público el debate sobre la cantidad de bancos que hay en la Unión Europea (UE) en un mercado menguante o estancado y con unos tipos de interés que hacen difícil conseguir rentabilidades de las operaciones tradicionales. La aparición de competidores con otro modelo de negocio más especializado, tecnológico y enfocado (los llamados fintech) es otro forúnculo en salva sea la parte para la gran banca de toda la vida, cual Armada Invencible frente a las ágiles fragatas inglesas y la tempestad. La presión que ésta ejerce sobre los poderes públicos para que se fuerce a que los grandes absorban a los demás es grande. Son demasiado grandes para caer, ya se sabe: cuidado conmigo. Como llama a la gran banca tradicional Xavier Vidal-Folch: "tartanas cargadas de personal y sucursales".

Como hemos dicho, es el modelo de negocio la clave. O lo que es lo mismo, el paso de los tiempos y la evolución de las actividades financieras. Las disrupciones en la práctica bancaria, si quieren decirlo en plata técnica. Las innovaciones y la modificación de la estructura de la competencia. La banca tradicional, la grande, se ve lenta y pesada, con exceso de capacidad en metros cuadrados cara al público y personas empleadas. Debe facilitarse y promoverse que se troceen y diversifiquen ellas, apechugando con su gran riesgo, en algunos casos sistémico. No debe ser el contribuyente quien pague nada más. Ya está bien. Es el caso del Deutsche Bank, comentado aquí hace dos semanas, amenaza con reproducir la hecatombe que desencadenó -que no causó: ayudó a explotar y dio expansión- Lehman Brothers.

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