Economía

Crisis y proceso de destrucción creadora

  • La caída del gasto en I+D en España durante la crisis, en contraste con lo ocurrido en economías de nuestro entorno, levanta dudas acerca de la sostenibilidad de la recuperación.

EL pasado año, el número de ocupados aumentó en 525.000 personas y el PIB creció un 3,2%. El sector exterior -aunque de manera menguante- contribuyó positivamente al crecimiento. El punto más oscuro fue el referente al déficit público, que probablemente acabó el año en el 5%, por encima del 4,2% pactado con Bruselas.

Existen, sin embargo, otras cuestiones que arrojan serias dudas sobre la sostenibilidad de esta fase expansiva que estamos viviendo desde finales de 2013 y los límites de la misma, tanto en términos de crecimiento como de empleo.

La creación de empleo, desde el inicio de la recuperación, está mostrando un fuerte sesgo temporal. Más del 25% de los contratos de trabajo son temporales y el ritmo de crecimiento de estos continúa siendo más elevado que el de los indefinidos. La expansión del consumo de las familias y unas temporadas excepcionales en el sector turístico han impulsado notablemente la creación de empleo en el sector servicios.

Aun con esta notable expansión del empleo, hemos de tener en cuenta que la economía española sólo ha recuperado un 26% del empleo total perdido durante los años más duros de la crisis. Si en el año 2007 el número total de ocupados se elevaba a 20,8 millones de trabajadores, a finales de 2015 esa cifra ascendía a 18 millones.

La previsión es que la economía española recupere en 2017 el nivel de PIB que tenía en el año 2007. Una década perdida. En el supuesto -optimista- de que se creen otros 500.000 empleos hasta el próximo año, la economía española tendrá 18,5 millones de personas trabajando, esto es, un 12% menos de empleos que en 2007, con el mismo PIB.

Esos datos sugieren que el proceso de destrucción creadora que definió Joseph Schumpeter está funcionando sólo parcialmente. Muchas empresas han desaparecido y muchas otras han reducido sus plantillas respondiendo a dos variables externas. En primer lugar, a la fuerte contracción del gasto familiar y del gasto público no financiero. Y en segundo lugar, por la introducción de nuevas tecnologías ahorradoras de mano de obra, que permiten elevar el volumen de producción con un empleo decreciente.

Sin embargo, el aumento de la producción y la reducción de costes, se ha producido, fundamentalmente, utilizando tecnologías importadas. Las actividades de I+D+i en España han sido arrastradas hacia el suelo por la crisis, tanto las referidas al sector público como al privado.

En el año 2008, cuando ya era patente la crisis, el gasto en I+D privado todavía creció un 8% respecto del año anterior y venía creciendo a tasas muy superiores los años anteriores. El correspondiente al sector público aún creció un 12%. Sin embargo, a partir de ese año el gasto en esta partida se desplomó tanto en el sector público como en el privado.

A diferencia de los principales países europeos, que lo han mantenido, o aumentado en algunos casos, en España se produjo la evolución contraria.

Como se puede observar en el gráfico, el peso del gasto público en I+D sobre el gasto público total en los principales países de la UE (podrían incluirse también Francia, Reino Unido o Suecia) ha seguido creciendo durante los años de crisis. La única excepción es el caso de Finlandia, que ha padecido una crisis tan grave como la española, incluyendo el desplome de Nokia, principal compañía tecnológica del país.

¿Qué nos indica esta evolución tan dispar entre España y las principales economías europeas? En nuestro caso, que el modelo de crecimiento con una base tecnológica ha retrocedido en nuestro país. El número de nuevas empresas que lanzan un nuevo producto o servicio tecnológico al mercado se ha reducido en comparación con la UE. Esta evolución reduce las posibilidades de crecimiento sostenible con carácter inmediato y también en el medio plazo. El crecimiento de la economía española es más dependiente hoy, en términos relativos, de actividades tradicionales, ya sean industriales o de servicios.

Una de las consecuencias es que nuestro modelo de crecimiento, sigue dependiendo en gran medida de la demanda, esto es, del gasto de las familias y del gasto público. Como excepción -aunque no menor- se encuentran todas las empresas exportadoras -nuevas y ya instaladas- que están teniendo un comportamiento extraordinario, aun en un entorno internacional muy difícil.

Pero no es suficiente para que nuestro crecimiento sea sostenible. Esa pérdida de peso de las actividades de I+D impide lanzar al mercado nuevos productos y servicios sofisticados, que sean competitivos y puedan venderse tanto en el mercado interior como, sobre todo, en los mercados internacionales. Es esa una economía en crecimiento por el lado de la oferta, por la creación de nuevos productos y servicios que satisfacen necesidades o mejoran la solución de problemas, a los hogares o a las empresas. En muchos casos, esas necesidades se crean como consecuencia de la propia existencia del nuevo producto.

Suecia o Alemania también necesitan que la demanda en sus economías crezca. Pero esa dependencia es menor que la nuestra, porque su modelo de crecimiento consiste en la invención de nuevos productos, que da lugar a un incremento del conocimiento. Es un modelo de crecimiento basado en la generación de conocimiento por medio de conocimiento, en un magnífico círculo virtuoso que no tiene fin.

Nos alegramos de que muchas personas estén encontrado empleo en sectores de servicios tradicionales. Pero, con el comportamiento observado durante la crisis del I+D público y privado, España seguirá mostrando un comportamiento económico mediocre y no alcanzará el nivel de bienestar de los países más desarrollados del mundo occidental.

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