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El 'tiburón' recobra su dentellada en sus dominios

Vincenzo Nibali, el tiburón de Messina, refutó en dos días la opinión de los escépticos que empezaban a cavar su tumba en vísperas de las dos últimas etapas alpinas e inició un nuevo ciclo con su segundo Giro.

El italiano, de 31 años, entró en la historia del ciclismo el 27 de julio del 2014. Al cruzar la meta en los Campos Elíseos de París como vencedor del Tour, inscribía su nombre junto a los de Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Felice Gimondi, Bernard Hinault y Alberto Contador en la lista de ganadores de las tres grandes.

Un título ganado a pulso por un deportista que enamoró a los italianos en tiempos de crisis y escándalos políticos y sociales. Un chico ejemplar, tranquilo y alejado de la imagen de megaestrella del deporte.

El Mundial de fútbol había llevado la decepción a Italia, la escudería Ferrari no funcionaba y Valentino Rossi ya no brillaba tanto sobre la moto. Era el momento del ciclismo gracias a Nibali.

No es fácil ensombrecer a un futbolista, pero el ganador del Tour irrumpió con fuerza en los hogares italianos. En su tierra, Sicilia, a la que siempre tiene presente, sus paisanos lo adoran. En Messina es un ídolo. Algunos restaurantes han añadido el nombre Nibali al arancino, un guiso de arroz frito con carne de tono rojizo que en 2014 se tiñó de amarillo en honor al ganador de aquel Tour.

Nibali no es Pantani, su ídolo. El tiburón es diferente. No se le conoce escándalo alguno ni sospecha fundada relacionada con el dopaje y no rehúye las preguntas al respecto. Sus ganas de mejorar es lo que le caracterizan, de ahí que sea un escualo en carrera.

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