La crónica · Celta-Sevilla.

El "otro año igual", versión siglo XXI (2-2)

  • El Sevilla se vuelve a meter en otra final, la decimotercera desde que ascendiera al Olimpo en 2006, tras saber sufrir ante el Celta. El 2-0 de Iago Aspas provocó incertidumbre, pero Banega apagó pronto el incendio.

El Sevilla jugará una nueva final, la decimotercera desde que iniciara su despegue en 2006, y lo hará por la sencilla razón de que el club radicado en el sevillanísimo barrio de Nervión se ha convertido en el mejor representante de Andalucía entre la flor y nata del fútbol patrio y hasta continental. Esto es así y para comprenderlo bien había que ver la hostilidad con la que los sevillistas fueron tratados durante todo el partido en Vigo, incluido el mal perder en los instantes finales del encuentro de una afición que no aceptó ser derrotada en buena lid dentro del terreno de juego. Pero eso, incluso, pertenece al reino del ornato y no tiene más trascendencia que eso, ya que lo verdaderamente importante está ya registrado en el acta arbitral del caserísimo Martínez Munuera. Empate a dos, seis a dos en el global de estas semifinales y el que se enfrentará al reto del Barcelona será el Sevilla, todo un clásico ya en esta contemporaneidad. Tanto que el curso acabará en capicúa, pues se inició con un Barcelona-Sevilla en una final en Tiflis y concluirá con otro partido en la cumbre entre ambos equipos sabrá Dios dónde.

Lo verdaderamente importante, pues, fue que el Sevilla será quien intente pelearle la Copa del Rey a Messi y compañía y lo hará, además, después de ganárselo durante una semifinal de lo más tensa. Porque no fue fácil, pese a lo que indicaban los augures; el Sevilla, como era previsible, tuvo que sufrir en Balaídos. Que sí, que está en la final y han acertado quienes así lo pronosticaban después del cuatro a cero en el Sánchez-Pizjuán, pero no fue fácil para nada e incluso hubo algunos minutos de cierta incertidumbre después de que Iago Aspas anotara el segundo de los suyos o durante el tiempo que tardó Martínez Munuera en mostrarle la tarjeta a Sergio Rico tras caer en el engaño de un Guidetti que salió volando sin que lo tocara.

Fueron momentos de incertidumbre, indudablemente que lo fueron, pero eso pertenece a la lógica de un partido de fútbol que siempre ofrece diferentes alternativas a lo largo de los 90 minutos. Sin embargo, lo que vale es el final y éste fue muy claro y rotundo a favor del flamante finalista copero por mucho que los hinchas vigueses no lo aceptaran.

Emery decidió no guardarse absolutamente nada con vistas a una posible final en una medida cargada de riesgos. Entre los tres apercibidos, sólo N'Zonzi se quedaba fuera, y fue precisamente el amonestado al final cuando salió para apagar los fuegos. Rami y Kolodziejczak sí integraban la pareja de centrales, con Carriço como cierre por delante e Iborra también en labores defensivas, nada de segundo delantero. Era un Sevilla, por tanto, tremendamente precavido, que trataba de conservar el máximo tiempo posible ese cuatro a cero que atesoraba desde siete días antes en Nervión, y que lo fiaba todo en el ataque al dinamismo de Gameiro y a las incorporaciones por detrás de Banega, Vitolo y Krohn-Dehli.

La cuestión, pues, era correr el mínimo riesgo posible y tratar de cazar una contra. Hasta ahí el planteamiento, porque a la hora de la verdad, con la pelota moviéndose por el césped, el cuadro sevillista se iba a quedar más en la intención que en otra cosa. Es verdad que trataba de salir de atrás y que el balón estaba bastante lejos de Sergio Rico en la mayoría de las ocasiones, pero faltaba cierta conexión para, al menos, meterle el miedo en el cuerpo a un Celta que, lógicamente, iba a un ataque a la desesperada, con más hombres que rédito en lo referente a contabilizar ocasiones de peligro real.

Es decir, el partido era rápido, trepidante, pero todo moría en las imprecisiones de unos y otros cuando intentaban buscar ese pase final que podía generar desequilibrios entre los defensas. Eso, que en el Celta podía ser normal por la precipitación de estar obligado a jugar a 200 por hora, no era tan lógico en un Sevilla que debía saber manejar la situación para sentenciar la eliminatoria definitivamente, si es que ya no lo estaba desde Nervión. Banega lo intentaba, dejaba detalles, metía balones interiores, pero al final, cuando parecía más fácil, todo se esfumaba por una imprecisión inesperada.

Precisamente así se generaría el primer gol del Celta. El cuadro visitante, el que debía correr menos riesgos, era pillado en una contra por una pelota no asegurada por Krohn-Dehli cuando intentó un pase atrás dentro del área celtiña. Fulgurante salida local y Iago Aspas, que lanzó el balón desde su propia área, se encargaba de rematar a puerta vacía. ¿Riesgo de vivir una noche más desagradable de lo previsto para los sevillistas? Cuando menos algo de inquietud sí que se generó y más aún tras no entrar el remate de Iborra en el epílogo del primer período. Al Sevilla le tocaba sufrir y más parecía que lo haría cuando Iago Aspas logró el dos a cero tras unos instantes de cierto descontrol en el juego.

Pero el Sevilla siempre aparece en el momento más oportuno y ratifica sus tablas de grande. Apenas dos minutos después del dos a cero que incrementaba la sensación de vértigo, un balón recuperado por Krohn-Dehli lo colaba en la red con precisión Banega. ¿Punto final? Sí, puede que sí, aunque quede la duda de que hubiera pasado si Martínez Munuera comete un doble error y expulsa a Sergio Rico para que el Celta hiciese el 3-1 de penalti. Fútbol ficción, porque lo que pasó fue algo bien diferente; el árbitro no debía tener la conciencia muy tranquila y Guidetti lanzaba el disparo al poste. El Sevilla ya sí tenía segura una nueva final, la decimotercera desde 2016, e incluso llegará invicto a ella tras el empate final. "Otro año igual", cantaban los hinchas sevillistas al final. ¡Qué lejos queda aquel grito de fastidio en los tiempos de Cuervas en este Sevilla tan grande...!

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