Cultura

El juego de la verdad y la mentira

  • Pep Bras publica con Siruela 'La niña que hacía hablar a las muñecas'.

La niña que hacía hablar a las muñecas reúne tres años de escritura, mil páginas apartadas y la voluntad de sacar provecho de algo tan desestabilizador como perder el trabajo. "En este país hay sólo cuatro o cinco personas que puedan vivir exclusivamente de la escritura -comenta Pep Bras-. Calculé que podía aprovechar el tiempo de desempleo para dedicarle todo el día a la novela, cosa que he hecho, y que era algo imposible de plantear cuando me dedicaba al guión".

En esos tiempos, trabajando para El Terrat, el único momento que podía encontrar para tratar de escribir era entre las cuatro y las siete de mañana, "en ese silencio de antes de que empezara el día". Como la joven protagonista de su novela, en este caso, Pep Bras también hacía uso de dos personalidad, de una voz ventrílocua, "quién sabe cuál". Admite Bras que hay recursos literarios y de guión que pueden trabajarse en ambos, "porque, en el fondo, todo es contar historias, pero el lenguaje de guión es muy distinto -apunta-. Y mi manera de escribir guiones es muy diferente a la de escribir libros".

La niña que hacía hablar a las muñecas tiene el espíritu de esas novelas río que abarcan varios escenarios y generaciones, partiendo de las peripecias -que nunca sabemos hasta qué punto son inventidas o no- del supuesto bisabuelo del propio Bras, saltando de realidades tan opuestas como la selva brasileña de principios del siglo XX y el París de los años veinte: "En principio -explica el escritor- había cinco escenarios. En la primera versión del borrador, había sesenta páginas que incluían el argumento y el nacimiento de Joan. La historia recorría la vida del protagonista hasta que se moría". En efecto, se decía Pep Bras, esto va a durar como un río inmenso. De modo que se centró en lo que quería contar realmente, los perfiles de Joan y de su hija, Sión.

El juego de la mentira verdadera es un juego al que Pep Bras anda jugando -nos dice- desde hace ya tres novelas, "y es un juego en el que estoy muy cómodo. La gente, por el contrario, se desespera al tratar de saber qué tanto por ciento hay de ficción y qué no... y a mí encanta -comenta-. Pero nunca voy a desvelar el porcentaje de cada cosa, porque a la mitad de los lectores les va a encantar que tenga imaginación y no los voy a frustrar. Pera mí, es un reto enorme contar una aventura con parte de mentira y parte de verdad. Este libro también está lleno de historias dentro de historias, y por eso mismo había que poner atención en que no se notaran unas cosas y otras, porque cuando se notan los cosidos es que estás ante una mala novela".

Una labor de confección que en la última novela de Bras ha tenido que ser especialmente minuciosa: son muchas más páginas las que han quedado fuera que las que han visto la luz. De hecho, hay historias -la de Isabelle, la de Joan- que, sin estar incompletas, invitan a más: "En el fondo, el epílogo es esto. Para mí, esta novela está bastante cerrada. me gusta la literatura que le cuente cosas al lector, ir dando pistas para que no sea frustrante -indica Pep Bras-. Lo que queda por responder se intuye en las respuestas del epílogo, las mil páginas a las que renuncié y que existen en mi cabeza, e intuyo que en la cabeza de los lectores. Lo mismo, incluso son páginas mucho más hermosas".

Sí admite, Pep Bras, una pizca de verdad en la historia: el naufragio del barco Príncipe de Asturias, que salió de Barcelona en 1916. "De hecho, la historia propone, cuando ya ha pasado un tiempo, qué influencia ha podido tener el bisabuelo en sus descendientes -comenta-. De alguna manera, yo debo llevar una parte del tigre dentro, más pequeña o más grande, igual que todos llevamos una pizca de la historia de nuestros antepasados, aunque no los hayamos conocido..."

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