Cultura

El siglo del trotamundos

  • La editorial Confluencias dedica dos novedades a Charles Chaplin: su diario de viajes 'Un comediante descubre el mundo' y un volumen de entrevistas.

Cierto, el siglo XX contó las más innombrables catástrofes; pero, a diferencia de lo que llevamos del XXI, y en esto (por ahora) le gana la partida, también entregó a la especie humana, a modo de bálsamo imprescindible, un legado de referentes artísticos e intelectuales que enfrentaron a la vergüenza la mejor condición posible de la persona. Resultaría una tarea imposible escoger uno solo, pero no sería descabellado considerar que el más visible, reconocible, admirado, divulgado y presente en los corazones es Charles Chaplin, nacido ahora hace 125 años en Londres y fallecido en Suiza en 1977. Hablar de Chaplin, además, significa hacerlo en un término del autor y su obra, el genio tan admirado en su forma como desconocido en su fondo y su criatura, un compendio de Quijote y Prometeo que nace en Charlot y se prolonga hasta El gran dictador, Monsieur Verdoux y Un rey en Nueva York. Comprender a Chaplin entrañaría, en gran medida, y por tanto, la posibilidad de comprender al siglo XX, pues pocos iconos han llevado a la experiencia real (o soñada: hablamos de cine), a la manera de una transustanciación divina, sus anhelos y fracasos. Seguramente, comprender a uno resultará tan complejo como comprender al otro. Pero, por si acaso, la editorial Confluencias acaba de poner en circulación dos libros esenciales además de hermosos para quien decida, a estas alturas, aproximarse a Chaplin más allá de su testimonio cinematográfico: Un comediante descubre el mundo, una suerte de diario de viajes escrito por el propio Chaplin entre 1931 y 1932 y ahora publicado por primera vez en español; y La soledad era el único remedio, nueva entrega de la colección de Confluencias Conversaciones, consagrada al formato de entrevistas, con el mismo Chaplin como protagonista en un abanico que abarca desde 1915 hasta 1967. Ambos se presentarán en Málaga el 3 de octubre, en la librería Mapas y Compañía.

Chaplin escribió los textos incluidos en Un comediante descubre el mundo en cinco entregas para la revista femenina Woman's Home Companion y en él da cuenta de los viajes que realizó entre 1931 y 1932, con un primer trazado por Europa y una posterior ampliación que alcanzó hasta India y Japón. Tal y como explica la autora de la introducción, Lisa Stein Haven, Chaplin recurría a los viajes cuando la práctica de su oficio le obligaba a tomar decisiones comprometidas. Ocurrió así en 1921, cuando, tras el estreno de El chico, su primer largometraje (un salto que implicaba un portazo a los cortos que le habían aportado la fama desde los años de los estudios Keystone), el artista formalizó un primer retiro al Londres de su infancia. En 1931, Chaplin acababa de estrenar Luces de la ciudad, un título en el volvía a apostar por el formato mudo (únicamente adoptó la innovación del sonido sincronizado) a pesar de que el cine sonoro era una realidad aplastante desde hacía ya un lustro. Chaplin sabía que su forma de hacer cine tenía los días contados y decidió poner tierra de por medio, geográfica y emocionalmente: la escritura, como él mismo confiesa, le ayuda a evadirse y a reinventarse a sí mismo como artista. Su periplo tiene una primera parada en el mismo hospicio donde Chaplin pasó su infancia, un periodo duro y exento de comodidades que el genio recuerda con una confusión de nostalgia y horror. Previamente había asistido al estreno de Luces de la ciudad en compañía de Albert Einstein, y a partir de entonces acontece un desfile de celebridades en el que comparecen George Bernard Shaw, Winston Churchill, H. G. Wells, Gandhi (que deja en Chaplin un sabor agridulce), el rey de Bélgica Alberto I (heredero de Leopoldo II), el príncipe Enrique de Prusia, Marlene Dietrich y otros muchos interesados en conocer a quien ya era para muchos el hombre más popular de su tiempo. Chaplin se mete así de cabeza en el siglo XX, incluidos los fantasmas que estallarían poco después, sin mostrar una especial intuición al respecto; así, define a Oswald Mosley, fundador de la Unión Británica de Fascistas y a quien conoce en Niza, como "uno de los jóvenes más prometedores de la política inglesa". Y en Roma, Chaplin da signos de contrariedad después de que Mussolini aplazara en varias ocasiones un encuentro que el Duce había solicitado y que al final no se llevó a cabo. Ocho años después, Chaplin dirigió El gran dictador. Pero, a tenor de lo escrito, parece que le costó identificar el huevo de la serpiente.

En La soledad era el único remedio comparecen el Chaplin de couché de los primeros años y el viejo vapuleado por la crítica a costa de La condesa de Hong Kong. Ambos fueron incomprendidos. Hoy, el mito y el hombre cuentan lo suyo. El placer es leerlo. No es poco.

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