Andalucía

La crisis será en primavera

  • Griñán lleva doscientos días en el cargo y aún no ha asentado su liderazgo en el PSOE ni impulsado las reformas que prometió en su investidura. Su discrepancia no es con Pizarro, sino con su amigo Chaves.

José Antonio Griñán tomó posesión como presidente de la Junta de Andalucía el 23 de abril de 2009. Nunca lo ambicionó, pero, una vez asumido el encargo que pactaron Zapatero y Chaves, se lo tomó completamente en serio: quería ser presidente con todas las consecuencias y todos los poderes. Doscientos días después no puede decir que lo haya conseguido.

El mejor síntoma es que ya tiene decidido cambiar su gobierno. Lo hará la próxima primavera. No le gusta el que tiene. Lo heredó casi en su totalidad de su amigo Manuel Chaves. El suyo tendrá menos consejerías, caras nuevas y menos servidumbre a las cuotas políticas y territoriales.

Chaves y Griñán procuran que amistad y política no chirríen. Pueden salir de cine y cena con sus respectivas esposas y una o dos parejas amigas más y no decirse una sola palabra sobre sus discrepancias. Con la ex diputada Amparo Rubiales y su marido, el arquitecto Víctor Pérez Escolano, vieron hace semanas, por ejemplo, la película Katyn. Acababan de enfrentarse soterradamente por el liderazgo del socialismo andaluz, pero fueron capaces de comentar el filme de Wajda y otras muchas cosas que les unen. Ni una palabra de la crisis. Su crisis.

Porque es su crisis. Se ha especulado mucho acerca del enfrentamiento entre Griñán y su consejero de Gobernación, Luis Pizarro, que domina el aparato socialista. Pero el malestar de Griñán no es con Pizarro, sino con Chaves, su amigo, que es quien se opone al deseo del actual presidente de adelantar el congreso del PSOE a fin de consagrar un liderazgo orgánico que ahora no tiene, y quien pontifica en el comité director: "dejaros de dimes y diretes".

El propósito de Griñán de hacerse con las riendas del PSOE andaluz no es un capricho, sino una necesidad (Chaves lo ve justamente al revés). No se siente seguro de su poder frente a varios secretarios provinciales, que cree reticentes a dos de sus objetivos estratégicos: recortar la Administración periférica, disminuyendo el número de delegados provinciales de la Junta (más de cien cargos y una fuente indudable de clientelismo en manos de cada secretario socialista) y recuperar a una serie de dirigentes y cuadros que han sido relegados al ostracismo tras perder alguna de las innumerables batallas internas que marcan la historia del PSOE regional.

Pero aún hay otro elemento que explica mejor la perentoriedad con que Pepe Griñán se plantea acelerar su consolidación orgánica como referente socialista: la elaboración de las listas de candidatos para las elecciones municipales de 2011 y autonómicas de 2012 (o antes, que no es descartable el adelanto). Sobre las primeras le gustaría ser oído y atendido, pero sobre las regionales quiere tener un protagonismo directo. Con un PP en alza aquí y una nada descartable victoria en Madrid, lo peor que le podría pasar es que le impusieran en Andalucía un grupo parlamentario que no pueda controlar.

Tampoco está contento Griñán con su gobierno, repito que no exactamente suyo, sino en buena parte heredado. Desconfía de la gestión de algunos de sus consejeros y consejeras, aunque curiosamente no acaba de estar satisfecho ni siquiera con el núcleo duro del gabinete, que sí pudo crear a su entera voluntad. Ahí están el titular de Presidencia, Antonio Ávila, la de Economía, Carmen Martínez Aguayo, y el portavoz, Manuel Pérez Yruela. Cree que lo hacen bien en su terreno, incluso muy bien en algún caso, pero nota que les falta pulso político. Con Yruela mantiene una relación singular: lo valora mucho como sociólogo y analista, pero le llegan numerosas y cualificadas voces de que no vale como portavoz a tiempo completo. En su entorno se comentan meteduras de pata propias de portavocía fallida, como cuando reconoció ante la prensa que los consejeros no le habían hecho caso al presidente en sus consignas de austeridad en los altos cargos o cuando se le escapó que durante el viaje de Griñán a Marruecos "la inmigración no está en la agenda".

Piensa y sufre, por ejemplo, que los fines de semana la Junta carece de discurso, salvo que él mismo esté en primera línea. Incluso se podría decir que echa de menos un Gaspar Zarrías de guardia permanente en su gobierno. Mejor dicho, alguien que haga el trabajo de Gaspar Zarrías... sin su peligro.

Por decisión de Griñán y por la personalidad de los titulares, el primer escalón de los consejeros de peso se reduce a los citados Ávila y Aguayo, el consejero de Gobernación y la consejera de Educación, Mar Moreno, su enemiga objetiva durante la transición de Chaves a Griñán, a la que hizo responsable de Educación, la cartera con más rango estratégico del ejecutivo. También le convence la gestión de Antonio Fernández en la arriesgada Consejería de Empleo, Begoña Álvarez en Justicia y Luciano Alonso en Turismo, Comercio y Deporte, pero a todos ellos los contempla con cierto distanciamiento: son departamentos sectoriales. El nivel político continúa siendo bajo.

Griñán sólo habrá cubierto sus expectativas cuando cambie su gobierno, un año después de tomar posesión, y cuando el PSOE andaluz le reconozca formalmente como secretario general. Lo primero ya está decidido, y sólo un factor imprevisto de efectos revulsivos podría impedírselo. Lo segundo ha optado por trabajarlo discretamente con el respaldo de varios secretarios provinciales y dirigentes en situación de semiaparcamiento por las sordas tensiones del chavismo. De momento no ha conseguido convencer a quien realmente tiene la llave del laberinto: su amigo Manuel Chaves, que no quiere abandonar la secretaría general "a empujones". Pero tampoco quería dejar la presidencia de la Junta y tuvo que hacerlo.

De todo esto no hablarán Griñán y Chaves a la salida del cine.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios