20-d. elecciones generales

Un Gobierno de dos

ESTA campaña electoral no es un cara a cara, es cosa de cuatro y el Gobierno lo será de dos, de dos socios. Por primera vez desde las elecciones de 1977, el sistema de alianzas sobre el que se asienta el Gobierno de España se construirá sobre dos grandes partidos de ámbito nacional. Hasta ahora, las elecciones dirimían qué partido de los dos grandes, PSOE o PP, iba a gobernar, bien por mayoría absoluta, bien por mayoría simple, en cuyo caso se buscaba el apoyo entre PNV, CiU y Coalición Canaria. Este esquema ha quedado superado por otro en el que el presidente Mariano Rajoy, si es el más votado, deberá buscar a Ciudadanos, lo que también intentará el socialista Pedro Sánchez aunque quede segundo. Ahora bien, también puede suceder, aunque la opción es menos probable, que Ciudadanos se cuele como segunda fuerza y que su líder, Albert Rivera, intente un pacto con los socialistas con Sánchez como vicepresidente. Y como, en efecto, el cuatripartidismo es más complejo que el bipartidismo, aún hay otra posibilidad, que la única suma posible de 176 escaños, la que da la mayoría absoluta, sea la del PP y el PSOE, la gran coalición. No obstante, es la menos probable de todas.

La campaña electoral que oficialmente comienza el próximo viernes ha arrancado de modo lento; bueno, es allegro, pero no vivace, su agradable tensión es impropia de una carrera tan abierta y con tantos partidos con posibilidades, pero los atentados yihadistas de París y el desafío independentista de Cataluña le ha impreso un clima de inédito consenso. Hay temor al futuro, y este temor beneficia a Rajoy. La precaución llama al presidente del Gobierno porque es conocido y el cambio siempre acarrea unas incertidumbres que no gustan en tiempo de mudanzas. Por el contrario, el hartazgo hacia lo tradicional y la indignación, que es la otra pulsión de estas elecciones, beneficia a los otros tres partidos, especialmente a Podemos y a Ciudadanos. El pasado martes en Tomares, Rajoy apeló a este sentimiento de la prudencia al advertir que "al Gobierno no se puede venir a aprender". "Ya sabemos lo que hizo quien vino a eso", dijo el presidente en alusión a José Luis Rodríguez Zapatero, a quien comparó con Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias, jóvenes sin experiencia, frutos mediáticos, habilidosos de la tertulia. Ése es el marco en el que Rajoy los sitúa, ellos será jóvenes, pero yo soy el que da seguridad.

A pesar de su pasmosa tranquilidad, el presidente del Gobierno es la revelación de estas primeras semanas. Sí, el hombre del plasma se ha echado a la calle y busca el voto entre los mayores, la parte más conservadora del electorado. Rajoy se paseó por Tomares sin problemas, sin que nadie le pegase un grito, sin un insulto, lo que ya en sí es una victoria para alguien que hace sólo un año y medio tenía que vivir escondido en la Moncloa. Vamos a ver mucho al presidente durante estas semanas, abrirá campaña en Málaga el próximo viernes y el día anterior pasará por el programa de Bertín Osborne, En la tuya o en la mía. Salvados, de La Sexta, es la indignación de un periodista comprometido, Bertín; en La1, es la cotidianeidad de un apolítico, con todo lo que supone ser apolítico en España. En el PP andan contentos estos días con el cambio de su jefe, un ser alérgico a la rueda de los platós que ahora se patea ciudades y pueblos y abraza a niños y a mayores. Esta semana fue a los estudios de la Cope para comentar la jornada de la Champions y le dio dos collejas a su hijo Juan cuando éste tildó de "basura" los comentarios que el periodista Manolo Lama pone a los partidos de la Play Station. Zas, zas, todo lo que sea humanizar a Rajoy, un tipo de 60 años, serio y registrador de la propiedad, es una victoria. Por eso es la revelación.

Para que el presidente vuelva a gobernar -se cuenta desde el PP-, son necesarias tres condiciones: primero, que gane; es obvio, aunque en su caso, no en el de Sánchez ni en el de Rivera. Segundo, que obtenga una ventaja de unos 20 escaños para conjurar posibles alianzas entre PSOE y Ciudadanos, y tercero, que Rivera no quede segundo, porque si el barcelonés se queda en esa posición, podría convencer a los socialistas para que lo apoyasen.

Lo que vaya a hacer Rivera el día 21 de diciembre es una incógnita, incluso dentro de su propio partido. Este diario ha hablado con dos personas que forman parte de la dirección nacional y la sensación es la misma: Albert Rivera no quiere apoyar a Mariano Rajoy. No le gusta, no congenia, "somos otra cosa", Ciudadanos ha hecho una apuesta por la renovación de la democracia española y por la transparencia, y el PP de ahora no es ejemplo de ambas apuestas. El hecho de que Rajoy haya dejado en manos de Soraya Sáenz de Santamaría el debate a cuatro de Antena 3, o que no vaya mañana al de El País, es un desaire que se puede pagar caro en la última semana de diciembre. Ciudadanos es un partido muy joven en la escena nacional y su líder sólo tiene 36 años, así que puede planificar con tiempo sus estrategias de futuro. No va a dar un mal paso que le comprometa el fulgurante éxito que tiene desde sólo hace un año. Éste es un factor que debe considerarse la noche de las elecciones antes de echar al viento posibles alianzas.

Los mismos interlocutores de Ciudadanos reconocen abiertamente que la opción de que Rivera reciba el apoyo del PSOE es factible si logran ser los segundos, en escaños o en votos. En escaños es muy difícil, el sistema electoral español desperdicia votos en las grandes circunscripciones, donde Ciudadanos es más fuerte, y sobrevalora los de las pequeñas provincias. A Ciudadanos le va muy bien los sondeos, especialmente en Madrid, Valencia y Cataluña, que no es poco, mientras que el PSOE sólo parece ganar en Andalucía. Después de arrancar votantes al PP, ha comenzado a morder a los socialistas. En estas elecciones va a desaparecer la transferencia de votos entre el PP y el PSOE, o viceversa, porque hay una estación media que es la naranja, Ciudadanos bebe de ambos. Sobre sus alianzas, Rivera ha declarado dos cosas: que no entrará en un Gobierno si no es como presidente, con lo que descarta un Ejecutivo de coalición, y que la lista más votada no necesariamente tiene que ser la que gobierne. Por tanto, hay probabilidades de que él o Sánchez sean presidentes si la aritmética del 20-D permite ese resultado. No obstante, en España nunca ha sucedido esto, se necesita un plus de legitimidad muy serio para gobernar sin ser la lista más votada, habría que superar en gran cantidad de escaños al primero y forjar un relato que sostenga el aluvión de críticas. Pero no es imposible: es lo que acaba de suceder en Portugal. Después de que el conservador Passos Coelho no obtuviese la mayoría del Parlamento, el socialista Antonio Costa ha logrado fraguar una coalición de izquierdas a pesar de quedar segundo en las elecciones.

El tercero en juego es Pedro Sánchez. El candidato socialista ha quemado todas las naves en su empeño de ser presidente del Gobierno. No cuenta con el apoyo de todo el partido, y esta semana ha vuelto a trascender su mala sintonía con el PSOE andaluz. Sánchez va a intentar llegar a La Moncloa con un buen resultado en escaños y, si no es posible, explorando las posibles alianzas. A diferencia de lo que le ocurre a Rivera y a Iglesias, Sánchez no es un líder solitario con una formación nueva detrás, es el candidato del PSOE, el partido que, de momento, mejor se identifica con el electorado español y el que menos rechazo causa. Es una gran marca, que resiste mejor que el PP la entrada de nuevos votantes, y es que el partido de las gaviotas está desaparecido entre los electores de entre 18 y 25 años. Está abocado a una enorme transformación. La opción socialista es, por tanto, la de Pedro Sánchez, pero también la del PSOE, ésa es su gran ventaja frente a Ciudadanos.

Sánchez no tiene previsto marcharse si no logra ganar o entrar en el Gobierno. En palabras de alguien de Ferraz, "lo van a tener que echar". Un resultado similar al que obtuvo Alfredo Pérez Rubalcaba en 2011, en el entorno de los 110, lo harían fuerte. Hay que considerar que Sánchez es secretario general porque ganó unas primarias entre los militantes, y para que se fuese es necesario que dimita, lo que no parece probable si el resultado es similar a ése, o que alguien quiera competir con él en unas elecciones internas cuando se convoque el congreso. Sin embargo, el PSOE es una organización acostumbrada a ejercer de partido de Estado y sus líderes, en el cargo o jubilados, no permitirían un secretario general por debajo de los 100 escaños. Ni mucho menos que se mantuviese al frente como tercera fuerza, en escaños o en votos. Por debajo del centenar de diputados, Sánchez dejaría de ser secretario general por una vía o por otra, y entonces la presidenta Susana Díaz podría ser la candidata a un nuevo liderazgo socialista. Sánchez ha cuidado mucho las listas por lo que pueda ocurrir en su grupo parlamentario, pero a los andaluces los tiene fuera de control y éstos suman, al menos, una cuarta parte del total. Si Susana Díaz decide dar el paso que evitó hace dos veranos, será secretaria general, aunque no dejaría la presidencia de la Junta hasta que hubiera una nueva convocatoria de elecciones generales.

Los partidos y las casas de opinión estiman que aún hay un 25% del electorado que se mantiene indeciso, más que suficiente para decantar un resultado. Y, sin explicitarlo, todos admiten que los dos desafíos, el antiterrorista y el independentismo, pueden alterar en estas tres semanas cualquier resultado predefinido.

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