Intimidad de la muerte

Importa respetar el duro ejercicio de la intimidad ante la muerte de un hijo, para rehacer el curso de los días

La muerte suele acompañarse de actos públicos, por razón de la despedida a los finados. Así, sobre todo, cuando, como sostiene Saramago, morir es una cuestión de tiempo. Sin embargo, el asesinato -decir muerte atenúa- de un niño, con ochos años de edad, como ha ocurrido con el pequeño Daniel, no solo acapara la atención informativa sino que excita el desenfreno de las redes sociales, exacerba las reacciones instintivas y abastece sobremanera los desafueros mediáticos. Han conmovido las disposiciones y el criterio de la madre del menor, asesinado por la actual pareja de su padre, para señalar a esta mujer como bruja en la macabra versión de un cuento infantil que destroza, con su desenlace dramático, la bondad de esos argumentos de la infancia. Patricia, la madre, se vale entonces de la metáfora para reclamar que los relatos del fin de los días de Gabriel no lleven la memoria y el recuerdo de su hijo a los callejones de la ira. En el cuerpo enjuto de esta mujer, gastado por el dolor, late el pulso de una voluntad sostenida en la sonriente inocencia de Daniel, para apartar su memoria de los atropellos que se multiplican, agigantan, distorsionan o tergiversan ante las espantosas circunstancias de su muerte. Acompañada entonces esta del manifiesto pesar de muchos, de la presencia y el apoyo crecidos ante el desarrollo de los hechos, la muerte requiere el duro protocolo de la intimidad, la que se reserva para la postrera inhumación del cadáver o la recogida de las cenizas tas la incineración pero que sobre todo ha de preservar el curso, largo y penoso, del duelo, cuando la sonrisa de Daniel ya no sea sino la reverberación del recuerdo en las paredes del alma.

El reñido interés por una exclusiva que detalle alguno de los hechos más escabrosos, los antecedentes de las personas de una manera y otra concernidas, la morbosa sordidez que alimenta una curiosidad despreciable y ruin, poco acomodo prestan a la intimidad y el recogimiento. Dice Patricia que rehacerse de esta dantesca desgracia será como aprender a andar de nuevo para recorrer el camino de los días, sin que el derrotero de una pena honda, de un desconsuelo hiriente, extravíe el rumbo, perdido en el laberinto del desatino o roto en la cuneta del rendirse cuando el dolor ahogue. Por eso importa tanto respetar ese ejercicio de la intimidad ante la macabra muerte de un hijo, a fin de que puedan rehacerse los días menos turbados por las punzadas del desconcierto.

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