Endemoniar

El Demonio, sostiene un exorcista, no soporta a los que aman; mas no se olvide que el amor también endemonia

Un ilustrado sacerdote de Padua, ciudad en la que nació y en cuya diócesis ejerce como exorcista, tiene una "exclusiva" singular: la de hablar con el mismísimo Diablo -tenga mayúscula de consideración-. Reputado filósofo y teólogo, autor de numerosos tratados, doctor en Estética, catedrático en la Universidad Gregoriana de Roma, este eclesiástico sostiene que el Maligno, por decirlo claro, tiene culo de mal asiento, no descansa ni cesa en sus diabluras y tienta al hombre -entiéndase también que a la mujer- con el dinero y el éxito rápidos, con la seducción de las recompensas y los placeres inmediatos. Todavía más, cuando se crece, no solo es capaz de descolocar a individuos, sino hasta pueblos -como concurrencia de mortales- y culturas -en tanto que acervo para entender y desenvolverse-. Ahora bien, una cosa es la posesión diabólica y otra bien distinta los trastornos mentales, porque este afamado y diligente exorcista afirma que solo dos de cada cien casos que parecen propios de Satanás lo son.

Como ha podido tener una comunicación directa con este -seguro que subida de tono-, el Demonio le confesó, si se permite el guiño, no soportar a los que aman, considerada esta relación en sentido amplio, y frustrarse ante la fuerza de tal vínculo. Sin embargo, acaso el Maligno quería despistar al brioso exorcista porque el amor es un sentimiento que, no pocas veces, por contradictorio que parezca, endemonia. Dícese que la intensidad de tal sentir lo es por razón de la insuficiencia del ser humano -ay de las medias naranjas-, que necesita y busca el encuentro y la unión con otro ser. De manera genuina, por medio de la atracción natural, con recíproco deseo de unirse y completarse, así como para regalar alegría pletórica, convivencia feliz y comunicación íntima. Una situación ideal y fabulosa, claro está, que, por esto mismo, suele torcerse por muy distintas y dispares razones, por azarosas condiciones que ponen a las personas al encuentro, o por el estado de las cosas en el tiempo o del tiempo en las cosas. Esto es, endemonia que el amor se desvirtúe y por eso los amantes han de estar ojo avizor ante el Diablo al acecho.

Afirma asimismo el exorcista que los demonios, la corte del Diablo, eran leales a Dios hasta que la ambición los turbó. Sin embargo, el Diablo Cojuelo, uno de los primeros en caer a los infiernos, era más travieso que malo, tenía revuelto el averno y quizás conociera mejor el endemoniado ofuscamiento de los amantes.

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